No corras

Capítulo 3

Otra noche sin dormir. Aunque lo intenté, lo intenté con toda la voluntad de que soy capaz. Pero era lo mismo todas las noches, o tal vez era peor cada noche. Cada noche que pasaba, la desolación de la calle parecía más extensa. Solo a veces escuchaba a la vecina descerebrada que sacaba a pasear el perro sin correa, y como el animal no le hacía caso, empezaba a los gritos. ¿Tanto le costaba ponerle una correa?

Una vuelta más en la cama. Y la vecina que no dejaba de gritar. Algunas veces me dieron ganas de denunciarla por cómo maltrataba a ese pobre animal. Pero supongo que era demasiado floja para hacerlo, porque lo pensaba pero no lo hacía.

Esa noche tenía algo distinto, los vecinos del departamento de al lado estaban discutiendo. Hacía varios días que no los escuchaba pelearse tanto. Los días anteriores era sólo un intercambio de palabras fuertes, a veces parecían en broma, pero estaba segura de que iban en serio, como ese tipo de bromas donde la gente oculta su verdadero malestar. Él le decía que ella iba a terminar prostituyéndose en la panamericana. Ella le gritó "Pendejo de mierda", pero jamás le dijo lo que debería: "Drogadicto de mierda". Sería tal vez que el amor de madre no se lo permitía, o que sabía que su hijo podría matarla en un descuido. El decía que trabajaba en una panadería, pero salía todas las noches cerca de las dos de la madrugada, y se encontraba con individuos sospechosos en la vereda, a veces yo lo espiaba, cuando me atacaba el insomnio.

Pero esa noche no quería escucharlos. Ya me sabía de memoria los insultos que se regalaban mutuamente. Pero en la soledad de esa noche, era imposible ignorarlos. Todo el edificio debía estar escuchándolos. A veces pensaba que alguien lo iba a denunciar y la policía iba a venir a buscarlo. Pero nunca ocurría, no me iban a dar el gusto.

Me acosté y me tapé con la ilusión de que los gritos no llegasen hasta la habitación. Facundo roncaba desde hacía rato. Nunca entendí cómo podía dormir aunque el mundo se viniera abajo. Supongo que era una habilidad especial. Una luz azul me alumbró intermitentemente. Era normal, casi todas las noches pasaba lento un patrullero, varias veces en la noche. Eso nos hacía sentir más seguros. Al menos hasta ese momento nos habíamos sentido seguros con dos policías siempre de guardia en la esquina.

El ruido del patrullero era más fuerte que otras veces, no me refiero a la sirena porque casi no la usaban o la hacían sonar rápidamente dos o tres veces. Eso me llamó la atención y me di vuelta en la cama. Me asomé con mucha cautela por la ventana, vi que no era un simple auto de policía, sino un camión celular. De la casa de enfrente sacaban a empujones al vecino y a su mujer. Cerraron la puerta, pero dejaron las luces encendidas. Me quedé aturdida y sentí una mano que me llevaba hacia atrás con suavidad. Era Facundo que me estaba separando de la ventana para que no me vieran.

No salía de mi asombro. Él preparó un té de tilo para los dos. Mientras lo tomábamos yo seguía muda, y él me acariciaba el brazo con ternura. No quise hablar del tema, pero sabíamos que los dos estábamos pensando lo mismo. ¿Por qué se los llevaron? ¿Se llevarían a otros también? ¿Qué era lo que estaba pasando? Me daba cuenta de lo poco que conocíamos a nuestros vecinos de enfrente. Quisiera haber sido más curiosa y haberme enterado a qué se dedicaban, cuáles eran sus hobbies, si tenían familiares o cualquier detalle que nos diferenciara de ellos. Se me escapó un gran bostezo, y miré a Facundo con bronca: justo el día que pasaba algo grande, a él se le ocurrió que yo necesitaba dormir.
 



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En el texto hay: misterio drama

Editado: 31.05.2021

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