No dejes que me encuentre

Capítulo 3

La casa de la anciana vidente estaba en todo el centro de Dedalera, justo al lado del cementerio. Algunos árboles secos adornaban un costado de la casa, creando una atmósfera de cuento de terror. Probablemente era aproposito para atraer más clientes o al menos eso pensaba, después de todo la anciana era bastante famosa en la región. Sin embargo, no creía en ello, ni un poco. Pero, tampoco era lo suficientemente estúpido para negar lo que había visto y escuchado en ese bosque.

Al aproximarnos a la entrada de la casa, Simón me advirtió de no contrariar a su abuela, porque según él no tenía caso. Entonces, al entrar dejamos todas nuestras maletas en la sala de estar donde mi amigo nos indicó y luego nos adentramos en los pasillos, en dirección a una habitación oscura al otro lado de la casa. Fuimos directo a la habitación oscura en la cual trabajaba la abuela de Simón, quién parecía tomarse un descanso. Ella estaba en medio de la oscuridad, tomando té junto a una mesita baja que tenía las dos velas que iluminaban tenuemente el lugar. Cuando advirtió nuestra presencia, levantó la cabeza y nos miró a cada uno de nosotros o eso creí, era difícil saberlo, teniendo en cuenta que se ocultaba bajo un largo velo negro.

—¿Amigos tuyos, Simón? —Pregunto con una voz susurrante. —Mmm, parecen traeme una historia de lo más interesante…

—Sí, son amigos.

—Ya me di cuenta. Haz que se sienten frente a mi.

Simón nos miró y se encogió de hombros ante mi ceño fruncido, algo en la mujer no me causaba ni un poco de confianza. Sin embargo, seguí al lugar donde me indicó mi amigo, junto a los demás.

—Puedo sentir la inquietud de todos. ¿Quién quiere empezar? Mi descanso termina en veinte minutos y ya alguien ha reservado la hora.

—Yo —dijo Marco de inmediato.

—Bien, dame tu mano —pidió, extendiendo las suyas que lucían de forma extraña. No vi ninguna arruga en ellas o algo que señalará su supuesta edad. Marco puso su mano izquierda sobre las de ella y una vela en un rincón lejano se encendió al segundo siguiente. —Hiciste algo que no debías… ¿Por qué fueron a ese lugar? —Le dedicó a su nieto una mirada llena de enojo. —¿Qué vieron allí?

—Una mujer, había una mujer…

—¿Cómo era?

Ninguno aparte de Marco le respondía, como si al sujetarse las manos lo obligara a hacer todo lo que ella quería.

—No lo sé, tenía un vestido blanco y el cabello le ocultaba el rostro…

—Entiendo —, dejó ir su mano y sacó un mazo de cartas que se encontraba bajo la mesa, pidió a Marco que sacará cuatro al azar y las tendió frente a él. La vi voltearlas una después de otra y analizar la imagen con suma atención. —Esto no es muy bueno… Tu camino se cruzará con algo que no es de este mundo y sufrirás por ello, además, perderás algo muy valioso para ti. No solamente tú, todos ustedes… —Su dedo índice nos señalo uno a uno y entonces llegó a mi. —Pero, hay algo más en ti.

—¿Algo más? —La miré con escepticismo.

—Sí, algo se ha pegado a ti y me temo que no podrás librarte de ello tan facilmente. Dime, ¿la viste? ¿Hablaste con ella?

—¿Con quién? —La puse a prueba.

—La bruja del bosque —dijo con severidad. —Nadie debe hablar con ella, trae terribles consecuencias…

—¿Como qué?

—Muerte.

—¿Qué quiere decir? ¿Qué pasará con nosotros? —Daniel finalmente se pronunció.

—Si tienen suerte, moriran.

—Puras tonterias —me levante de golpe, sintiendo todas las miradas recaer en mi, aún más la de la vidente.

—Por supuesto que no. ¡Hay una razón por la que nadie entra a ese bosque! —Exclamó. —Te lo dije miles de veces —se dirigió a su nieto. —Cosas terribles pasan, ¡personas han muerto!

No quería creer en lo que decía.

—Has traído una terrible maldición sobre esta casa, puedo sentirlo —continuaba hablando con Simón. —Será mejor que se cuiden de quien venga a tocar su puerta, porque podría no ser quien dice ser... Tengo que pedirles que se marchen, mi cliente está por llegar.

Todos asentimos y nos dirigimos a la puerta en silencio.

—Chico… Ten cuidado con esa bruja, creo que te esta rondando. Si la ves, avisame y te ayudare.

Me giré para descubrir que se dirigía a mi y para no ser maleducado le di las gracias antes de marcharme. Pero sin importar lo que dijera, no podía confiar en ella porque me daba la extraña sensación de que ocultaba algo. Tal vez por ello salí de esa casa muy silencioso, rodeado de pensamientos paranoicos causados por mis compañeros.




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