Capítulo 4

Me encontraba sentado en mi cama con las luces apagadas, pensando en lo que había ocurrido horas atrás. De algún modo había recuperando mis fuerzas y alejado el temor, lo suficiente para tomar la bicicleta de nuevo, y aún, en contra de mi rodilla, pedalear lejos de allí. Mi abuela noto que algo estaba mal conmigo y me dejo descansar, entonces en la cena no dejaba de mirarme con sus preguntas silenciosas. Finalmente le dije:

—Caí en el camino y me herí la rodilla.

En consecuencia llamó al doctor que era nuestro vecino a dos kilómetros y me vendaron la rodilla después de masajear, y echarme un crema o gel para el dolor. Él doctor dijo que estaría bien mientras no me forzara, lo que significaba nada de bicicleta por un mes.

—Te llevaré por las mañanas, cariño.

Miré a mi abuela, sorprendido por sus palabras llenas de amor, después de todo la mujer si estaba encariñada conmigo. Siempre se portaba demasiado arisca y me hacía preguntar en qué momento me echaría de su casa.Pero tal vez, había estado equivocado todo ese tiempo.

—Ve a dormir… Hablaré un poco con Tom.

Asentí y me puse la pijama, que era siempre una camisa verde vieja y un pantalon de sudadera negro. Apagué las luces y me senté en el borde de la cama sin poder apagar mi mente.

Adam.

Me levante de levante de golpe de la cama, sintiendo dolor en mi rodilla y evitando dejar salir un quejido por ello. Mis ojos detallaron las cuatro paredes y entonces se detuvieron en una figura humana, una chica que me miraba. Retrocedí y ella abrió su boca.

—Él esta aquí.

La miré asustado y cuando quise preguntarle a quién se refería, se abalanzo sobre mi y caí en la cama. Grité sorprendido y me encontré con la luz de la mañana entrando a mi cuarto, mi cuerpo empapado en sudor y nadie a mi alrededor. Había sido un sueño.

*

—Adam, amigo… Menos mal te encuentro, necesitamos hablar.

Simón apareció después de clases, con cara llena de cansancio y paranoia. Se había ausentado en todas las clases del día.

—¿Qué pasa contigo? Luces como un muerto viviente…

—Puede que lo sea… No pude dormir anoche. Pesadillas iban y venían, una y otra vez.

—Dimelo a mi —. Él me miro con suma atención. —¡¿Qué?!

—¿Qué soñaste? —Preguntó asustado.

—¿Tú qué soñaste?

—Pues… No sé si contarte. Hace unos minutos tenía sentido, pero ahora temo quedar como un tonto. Eres mi único amigo, Adam. Nadie quiere ser amigo del nieto de la vieja loca del lugar.

—Ah, con que esa es la razón. Pero Daniel y Marco no parecieron tener problema con ello.

—Bueno, ellos son… Simplemente Daniel y Marco. Por cierto, ¿los has visto?

—No, no es que los buscara tampoco. Entonces, ¿qué soñaste que estas tan asustado?

El no negó su estado, pero si se lo pensó antes de abrir la boca de nuevo.

—Estaba en el bosque y me sentía seguro, no como si perteneciera allí o algo parecido, sino como si fuera una fortaleza de la cual no debía salir por un tiempo porque algo me esperaba afuera. Todo estaba bien, hasta que salí y fui a casa. En el camino me encontré con un hombre, tenía un largo abrigo negro de mangas largas y guantes negros. Lucía sospechoso, pero común y de todos modos podías sentir que algo estaba mal con él.

—¿Viste su rostro?

—No, un gran sombrero negro lo ocultaba, pero algo me dice que no quería verlo.

—¿Y eso fue todo? —Pregunté.

—No, cuando él apareció no pude moverme, estaba petrificado. Sentía la urgencia de regresar al bosque, pero mi cuerpo no respondía y aquel hombre empezó a acercarse a mi. Recuerdo gritar y a él desaparecer en miles de cuervos que iban por mis ojos. ¡Querían sacarme los ojos!

—Tranquilizate, fue solamente un sueño —. Puse mi mano en su hombro y él se tenso.

—Ese es el asunto… Cuando desperté, los ojos me sangraban.

Fue entonces cuando noté sus ojos rojos.

—¡Dios!

—¿Qué soñaste tú? —Simón deseaba sabelo inmediatamente.

—Yo… Soñé con ella.

—¡¿La bruja del bosque?! —Mi amigo estaba exaltado y yo me apresuré a callarlo con una mirada de advertencia.

—Pero no pasó nada… Desperté y me di cuenta que fue solamente un sueño… No creo que…