—¿Qué pasaría si pudiéramos vivir para siempre? —Preguntó Alexa con una sonrisa misteriosa a todas nosotras en una de nuestras reuniones nocturnas. —¿Seríamos dueñas de nuestras vidas, finalmente? ¿Podríamos hacer lo que quisiéramos? ¿Conoceríamos todo el mundo y tendríamos infinidad de aventuras? —La emoción crecía en su voz. —¿Nos aburriríamos? ¿Olvidaríamos quienes somos? ¿Odiaríamos nuestra existencias?
—Otra vez estás delirando, Alexa —le dijo Silvia con cierta burla. —Además, ¿por qué querrías ser inmortal cuando una vida es más que suficiente para sentir que sí estás vivo sin aburrirte de respirar? —Se rió de lo que para ella no era más que una tontería.
—Por supuesto, cuando te conformas con la simpleza no hay más que se pueda hacer que forzarte a existir —contraataco Alexa y Laurel rodó sus ojos cansada de la misma pelea, la cual me causaba gran curiosidad. —¿Tú qué dices, Ela?
—¿Yo? —Realmente no deseaba hablar al respecto. —Cada uno elige su propia muerte, algunos en vida y otros al final de ella.
—No lo comprendo, ¿qué quieres decir? —Me preguntó Laurel y las demás me miraron con fijeza, analizando mis palabras.
—Simplemente debes tener cuidado con lo que deseas o podrías terminar viviendo una pesadilla —como yo.
Nos quedamos en silencio por varios minutos, uno de los primeros silencios que empezó a generar la intranquilidad que nos llevó a la catástrofe. Las relaciones humanas son complicadas en todos sus sentidos, ya sea una amistad o algo más profundo, siempre llega un momento en que todo sale mal. La siguiente noche sería el inicio del fin y todo por una simple conversación que comenzó con una pregunta que al principio pareció demasiado inocente. Después de semanas de investigación, Laurel trajo un libro a nosotros junto a infinitas anotaciones que regaló a Alexa en consecuencia a aquella pregunta. Aún recuerdo el nombre, la eternidad no es inalcanzable. A veces una idea común puede volverse una obsesión.
—Ela, he escrito un hechizo —eso era lo que más soliamos hacer.
—¿De qué? —Le pregunté.
—Dijiste que algo no mortal te persigue —inició su explicación. —Le debes a la muerte —continuó. —Podríamos pagarle para que ya no te moleste más o… despistarlo un poco —. Su sonrisa pícara no causó ningún buen presentimiento en mi; pero, lo curiosidad ganó cualquier batalla que librará mi mente. —¿Quieres intentarlo?
—Nada se pierde con ello.
En realidad, sí.
Fueron días continuos de intentos fallidos, hechizos inútiles y emociones perdidas. Laurel luchaba contra una depresión continua a causa de la ausencia de sus padres que preferían utilizar su tiempo en cosas lejos de ella. Silvia estaba teniendo citas con un chico de dinero del cual Alexa se burlaba abiertamente señalando que era un aburrido e insípido niño rico. No sabía si todo aquello era cierto; pero, era seguro notar que por alguna razón Alexa siempre tuvo envidia de Silvia, lo cual no entendía. Poco después, comprendí que simplemente nunca le gustaba que otros fueran felices, prefería ser la única. En cuanto a Laurel, las cosas siempre fueron diferentes, siempre demasiado condescendiente.
*
La abuela de Adam me observó por un largo rato mientras mi mente vagaba a otro tiempo, asustada de lo que estaba a punto de encontrar en lo más profundo de mi memoria. Definitivamente, no me gustaría lo que estaba a punto de encontrar, junto a lo que significaba para mí en ese momento.
—¿De que exactamente desea hablar? —Le pregunté. —El pasado es pasado.
—Según tengo entendido el tiempo no está predeterminado para ti —dijo ella. —Apuesto que sesenta años no ha sido tanto tiempo.
Sesenta, ciertamente el tiempo pasaba demasiado rápido o en mi caso muy lento, demasiado asfixiante. La mujer de cabellos grises se mantuvo de pie en el mismo lugar con un aire de autoridad que empezaba a intimidarme. Entonces, abrió su pequeño bolso y sacó una hoja amarilla por su edad y llena de marcas de dobleces. Sus ojos la inspeccionaron segundos antes de extenderla hacia mi, esperando a que yo la tomara y la leyera.
—¿Qué es esto? —Pregunté cuando la tuve en mis manos.
—Leela y veras, puede que te traiga algunos recuerdos.
Con fingida indiferencia posé mis ojos en sus letras desgastadas y leí lo que parecía ser un cántico sombrío que me llevó de vuelta a aquel lugar. Termine el último verso y levanté la mirada con lentitud hasta el rostro de una anciana Silvia que temía por lo que estaba a punto de ocurrir.
—¿Recuerdas el secreto de Alexa? —Preguntó y todo empezó a encajar.
*
Laurel se sentó en el borde del precipicio que daba con el lago azul o también llamado el lago de las almas perdidas, solía hacerlo cada tarde y cuando la veía me unía a ella. Siempre fue una chica muy silenciosa, demasiado pensativa, algo que nunca traía cosas buenas. Tal vez, por ello procuraba hacerle compañia cada vez que la veía, también me pregunto si lo hacía por eso, si esperaba por mi.
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Editado: 06.07.2018