No digas que no me amas.

2

-Me alegra que me hayas reconocido -Artur miró a Nastia con una sonrisa burlona-. Siéntate, o te vas a caer. Y no te preocupes, no te insultaré. Aunque, tanto antes como ahora, tu aspecto… ¿cómo decirlo de manera más suave?... no es muy bueno. Todavía no has aprendido a cuidarte.

-Yo… -Nastia empezó a recobrar la compostura-. Pensé que nunca más volvería a verte. Bueno, está bien.

-¿Qué está bien? -Artur se sentó en su escritorio.

-¿Qué es lo que quieres?

-Tú sabes lo que quiero. Por supuesto que no te quiero a ti -Artur apoyó los pies en la mesa y se reclinó en su silla-. Necesito la estatuilla del Gato con Botas. ¿La recuerdas?

-Ya te dije que hubo un robo…

-No necesito que me repitas lo mismo varias veces. Quiero esa estatuilla y ninguna otra. Si tu papá no la tiene, entonces me ayudarás a encontrarla. Y solo cuando tenga en mis manos lo que deseo, te dejaré en paz a ti y a tu familia. ¿Entendido?

-Esto no es legal. No tienes derecho a hacer esto -Nastia saltó de la silla en la que estaba sentada-. ¡Eres un canalla!

-Me da igual si es legal o no. Tal vez olvidaste que no tengo mucho respeto por la ley. Así que siéntate y escucha bien -Artur bajó los pies de la mesa y golpeó con fuerza el escritorio con el puño-. Ya es tarde hoy, así que puedes dormir. Mañana por la mañana empezarás a trabajar. Esa estatuilla me pertenecía desde el principio, pero tu padre me la robó.

-Mi padre no es un ladrón -le respondió Nastia-, pero en nuestra tienda sí estaba esa estatuilla.

-Me alegra que al menos reconozcas eso -Artur volvió a sentarse en su escritorio.

-No sé exactamente cómo llegó a nuestras manos, pero mi padre definitivamente no la robó. Tal vez la compró a alguien -Nastia se apresuró a defender a su padre-. Además, no puedes retenerme aquí por la fuerza.

-Puedo dejarte ir ahora mismo, si quieres, pero con la condición de que regreses mañana.

-De acuerdo -Nastia se aferró a la oportunidad de liberarse.

-Pero aún no he terminado -Artur la miró directamente a los ojos-. Mis hombres te llevarán de vuelta, pero a cambio traerán a tu padre. Se quedará en mi sótano hasta que encuentres la estatuilla. O puedes quedarte aquí y llamarlo. Decirle que no haga nada imprudente mientras tú trabajas en esto.

-Mejor lo llamaré -Nastia volvió a sentarse en la silla.

-Bien, has tomado tu decisión -Artur le pasó su teléfono-. Habla rápido, porque todo esto ya me está empezando a poner de los nervios.

-¿Puedo hablar con él a solas?

-No -rechazó Artur bruscamente.

Nastia intentó hablar con su padre con un tono tranquilo y uniforme. Le explicó lo que le exigían y que no tenía elección. Estaba obligada a aceptar por el bienestar y la seguridad de ambos.

-Pero hija, ¿dónde vas a buscarla? -preguntó su padre con preocupación.

-No lo sé, papá, pero empezaré por algún lado -suspiró Nastia con pesadez-. Quiero preguntarte dónde y a quién le compraste esa estatuilla.

-Iba caminando por el mercado cuando mi atención fue captada por una estatuilla del Gato con Botas que vendía un hombre por casi nada. Estaba muy nervioso y pensé que necesitaba dinero con urgencia. Así que se la compré, y en cuanto tomó el dinero, salió corriendo del mercado. Esa estatuilla no tiene gran valor. Pero, ¿para qué te cuento esto si tú misma lo sabes perfectamente? No entiendo por qué tanto alboroto…

-¡Deja de hablar! -gritó Artur-. Devuélveme el teléfono.

Nastia volvió a encontrarse en la misma habitación en la que la habían retenido antes. Un hombre corpulento le llevó bollos con té y frutas. Le dijo que mañana le proporcionaría todo lo necesario, pero por ahora le ordenó que se quedara tranquila y no hiciera ruido. Por supuesto, volvió a cerrar la puerta con llave.

No tenía nada de hambre, a pesar de que lo único que había tomado en todo el día era un café por la mañana. Se acostó en el sofá sin cerrar los ojos. Sus pensamientos estaban revueltos. Ese Artur era como una maldición.

Involuntariamente, Nastia recordó sus años escolares, aquellos que intentaba olvidar como una pesadilla. Nunca había tenido problemas con los estudios; le gustaba aprender y se le daba bien. También tenía dos amigas con las que aún mantenía contacto. A veces se reunían en un café acogedor para hablar de sus problemas y de los hombres con los que la vida las cruzaba. Todo iba bien en ese aspecto, excepto por los chicos problemáticos liderados por ese mismo Artur, con quien ahora se había vuelto a encontrar en una situación aún peor. Más que una situación, él simplemente la había tomado como rehén.

Nastia recordaba bien la primera vez que se cruzó con él y descubrió lo malo que era. Antes, nunca había prestado atención a los chicos mayores, y menos aún a los alborotadores. Sabía que rondaban por la escuela, pero no les daba importancia. Hasta que un día se encontró cara a cara con él.

En aquel entonces, Nastia estaba en décimo grado y tenía quince años. Ese día había recibido una buena calificación y, de buen humor, se disponía a volver a casa. Apenas salió del patio de la escuela cuando escuchó…

-¡Eh, flacucha, jirafa, avestruz! -escuchó Nastia una voz fuerte y burlona-. ¿Cuál te gusta más?

Al darse cuenta de que se dirigían a ella, miró asustada hacia donde estaban unos chicos mayores fumando. Le resultó muy desagradable escuchar esas palabras dirigidas a ella, pero no se atrevió a responder en su defensa. Simplemente siguió caminando.

-¿Qué pasa? ¿Eres muda o qué? -preguntó el mismo chico.

-¡Déjala en paz, Artur! -le dijo otro.

-Ni lo pienses. Hay que respetar a los mayores y responder cuando te hablan -dijo Artur, echando a correr tras Nastia, que ya había empezado a huir-. De todas formas, no vas a escapar.

Los otros dos también corrieron tras Artur. Entre los tres alcanzaron a Nastia y la acorralaron contra la pared de un edificio.

-¡Voy a gritar! -dijo Nastia con dificultad, casi sin aliento.




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