No digas que no me amas.

4

Nada más entrar en la finca, Nastia se quedó boquiabierta. Era imposible no admirar tanta belleza y elegancia. El jardín estaba diseñado con tanto gusto que era difícil apartar la mirada. Y eso que ya era otoño, la época de las flores había pasado y la mayoría de los árboles habían perdido sus hojas. Aun así, todo seguía teniendo un encanto especial.

La enorme piscina y la terraza frente a la casa impresionaban por sus dimensiones. Y ni hablar de la casa: tres pisos construidos en piedra blanca.

—¡Madre mía! —exclamó Nastia sin poder contenerse—. ¿Vivías aquí cuando ibas al colegio?

—¿Y a ti qué más te da? —respondió Artur, devolviéndole la pregunta.

—Bah, olvídalo. No hace falta que contestes —dijo ella con un gesto despreocupado—. La verdad, no me interesa nada sobre ti... salvo cuándo vas a dejarnos en paz a mi padre y a mí.

—Ya te lo dije, en cuanto encontremos la estatuilla... —Artur se detuvo en la puerta y, casi sin esperarlo, empezó a contarle algo personal—. Después de que murió mi madre, cuando tenía trece años, quise irme a vivir con mi abuela. No soportaba la idea de quedarme aquí con mi padre, su nueva esposa y su hijo. Pero claro, él no me dejó marchar, así que tuve que seguir en esta casa, compartiéndola con mi madrastra y mi hermanastro.
Aun así, algunas noches me escapaba a casa de mi abuela, en la ciudad.

Nastia lo miró de reojo.

—Cuando estudiábamos juntos, nunca imaginé que tu familia tuviera tanto dinero —dijo—. Ahora entiendo por qué siempre te salías con la tuya en el colegio. Nunca te castigaban por nada. Claro, tu padre se encargaba de que así fuera.

Artur sonrió apenas.

—¿De verdad crees que me portaba tan mal? ¿Tan mal como para que me expulsaran?

—Tu comportamiento... antes y ahora, deja mucho que desear —dijo Nastia acercándose a la puerta—. Vamos, entremos de una vez y terminemos con este circo.

—Me alegra que no me lleves la contraria —respondió Artur con una sonrisa satisfecha, mirándola fijamente. Ella, incómoda, apartó la vista.

—Es que me obligas —murmuró ella.

—¿Sigues teniendo miedo de mirarme a los ojos? Igual que antes... —Artur se apoyó junto al marco de la puerta sin prisas—. Mira, se me acaba de ocurrir una propuesta. Tú me ayudas, y yo te ayudo.

—¿Y tú en qué podrías ayudarme? —preguntó Nastia, claramente sorprendida.

—Lo sé todo sobre ti. Sé, por ejemplo, que tu ex no deja de acosarte, que no quiere soltarte.

—Si sabes que tengo un ex, ¿para qué preguntaste si era una niña inocente? —replicó ella, retrocediendo un poco de la puerta, esperando a ver qué más iba a decirle Artur.

—Eso da igual. Ahora escucha bien lo que voy a decirte. Yo puedo encargarme de él. Haré que ese tipo no solo se aleje, sino que ni siquiera recuerde tu nombre. Ni se le va a ocurrir volver a molestarte —dijo Artur con total seriedad—. Y además, puedo ayudar a tu padre con esos matones que cada mes le exigen parte de las ganancias de la tienda. ¿Qué me dices? ¿Llegamos a un acuerdo? Y te adelanto algo: de mi parte no va a haber violencia ni contra ti ni contra tu padre.

—Vaya… me dejas sin palabras —Nastia parecía desconcertada por la propuesta—. Pero… ¿qué planeas hacerle a Sashko? No está bien de la cabeza, pero aun así…

—Nada ilegal, si es lo que te imaginas —la interrumpió Artur—. Solo le vas a decir que tienes pareja. Que sales conmigo, para ser exactos. Así que si después de eso se atreve a acercarse a ti o a molestarte, tendrá que vérselas conmigo. Antes fui yo quien te hizo daño… ahora seré yo quien te proteja. ¿Qué me dices?

—Suena tentador, pero admitámoslo, me estás presionando para aceptar. Si fuera por mí, me daría media vuelta y me iría. Y a mi ex lo pondría en su sitio yo sola —hizo una pausa, pensándolo mejor, y añadió—. Está bien. Trato hecho.

—Perfecto —Artur se pasó la mano por la barba con una expresión satisfecha—. Vamos. Y procura no hablar demasiado. Eres la esposa sumisa y calladita.

Nastia soltó un suspiro. Ahora entendía que todo esto era mucho más complicado de lo que había pensado al principio. La idea de huir y acudir a la policía perdía fuerza. ¿Y si al final eso solo empeoraba las cosas? Entre papeleos, interrogatorios y pruebas… ¿para qué? Seguro que Artur también tenía contactos allí. Cada vez estaba más convencida de que no era un tipo cualquiera. Tenía poder, conexiones... y no solo él, sino toda su familia.

Quizás lo más inteligente sería ayudarle a encontrar la dichosa estatuilla, fingir ser su esposa un tiempo y luego que cada uno siguiera su camino. Además, si de verdad lograba que Sashko dejara de molestarla, hasta podría salir ganando. Porque lo que Sashko hacía ya no tenía otro nombre más que acoso.

A Sashko lo había conocido en la universidad. También estudiaba allí. Al principio, él la conquistó como en las películas: flores, bombones, invitaciones a tomar café... Fue su primer amor, su primer novio. El primero que le dijo cosas bonitas, que la besó... con él perdió la virginidad. Fue quien le devolvió la confianza en sí misma, quien la ayudó a superar esos complejos que, irónicamente, había empezado a cargar por culpa del mismísimo Artur.

Pero Sashko era terriblemente celoso. Demasiado. Tanto, que acabó asfixiándola hasta que Nastia, sin remordimientos, terminó la relación. Habían pasado ya dos años desde que se graduaron y dos años desde que todo acabó entre ellos.

Pero Sashko nunca la dejó en paz. Dos años de mensajes, llamadas, de aparecer por sorpresa, de declararle su amor como un obsesionado.

—Sashko, te perdono todo —le repetía Nastia una y otra vez, con la esperanza de que por fin la entendiera y la dejara tranquila—. Tuvimos momentos muy bonitos y me quedo con esos recuerdos. Pero cada uno debe seguir su propio camino y rehacer su vida.

—Nastia, yo no puedo sin ti —le decía él, haciendo oídos sordos—. Quiero que volvamos a estar juntos. Quiero casarme contigo y que seas solo mía. Para siempre. Te voy a demostrar mi amor las veces que haga falta, hasta que aceptes. Te voy a seguir a donde vayas hasta que me digas que sí...




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