—Ira, ¿cómo decirlo delicadamente… —Olga dudó—, ella no es como los demás… está fuera de sí. Ira no entiende lo que le dicen y tampoco habla, solo se queda sentada mirando fijo en una dirección. La han visto muchos médicos, pero nadie ha podido ayudarla.
—¿Ira siempre fue así? —A Nastia le dio pena la chica.
—No, antes era una chica normal —recordó Olga—. Los problemas empezaron cuando estudiaba en los últimos años del colegio. Se juntó con malas compañías y comenzó a consumir drogas. Una vez casi muere por sobredosis. Creo que no calculó bien la dosis. Fue entonces cuando Andriy Romanovych se enteró de que su hija era adicta. Logró sacarla de esa horrible adicción, pero a cambio su mente quedó dañada, y ahora está así... Pasan los años y sigue igual, sin reaccionar a nada. Es una lástima, tan joven y bonita. Pero su padre, Andriy Romanovych, está completamente equivocado y hasta me atrevería a decir que es cruel con sus intenciones. ¿Cómo se le ocurre usar a su propia hija por interés? Y encima pretende obligar a un hombre sano a casarse con ella. Mi Kolia tampoco tiene razón deseando ese destino para nuestro hijo. Solo piensan en ellos mismos, no en sus hijos.
—No sé por qué, pero me dan pena todos —dijo Nastia con tristeza.
—¡Nastia! —escucharon la voz de Artur desde abajo—. Nastia, baja ahora mismo, nos vamos.
—Vamos —Olga se levantó del sofá, y Nastia la siguió—. Parece que su pelea llegó al punto máximo. Oye, me alegro de haberte conocido, me caes muy bien. La próxima vez que nos veamos quiero que me cuentes tu historia, ¿de acuerdo?
—Sí —asintió Nastia y bajó deprisa al primer piso.
Artur la esperaba en medio de la sala, visiblemente tenso, aguardando que por fin bajara las escaleras. En cuanto la vio, le agarró la mano y casi la arrastró hacia la puerta.
—Artur, todavía no he terminado de hablar contigo —gritó Mykola Borysovych, que poco antes había interrumpido la conversación de su hijo con Ihor al entrar en la sala—. ¿Cuándo vas a empezar a respetar a tu padre?
—Cuando tú empieces a respetar a tu hijo —respondió Artur gritando también.
—Deberías estarme agradecido por todo lo que he hecho por ti —no dejaba de hablar Mykola Borysovych—. Si no fuera por mí, hace tiempo que estarías... Bueno, ya sabes dónde.
—Nastia, espérame afuera —dijo Artur bruscamente, deteniéndose y empujándola suavemente hacia la puerta. Luego volvió al salón y, ya más calmado, le respondió a su padre—: Yo nunca te pedí ayuda. Nunca imaginé que fueras tan...
—¿Tan qué? —Mykola Borysovych seguía enfurecido.
—Egoísta —respondió Artur con firmeza, mirándolo directamente a los ojos—. Ya no dependo de ti. Tengo mi propia vida, mi casa, mi negocio. Soy un adulto, y no tienes derecho a imponerme tus reglas ni a exigirme nada. Mucho menos a darme órdenes.
—No te ordeno ni te exijo, solo te pido —replicó Mykola Borysovych, esta vez con un tono más tranquilo—. ¿De verdad te cuesta tanto entender mi situación y ayudarme? ¿De verdad no te da pena tu propio padre?
—Claro que me das pena, mucho más de lo que tú crees. Pero, dime, ¿te has parado a pensar en lo que me estás pidiendo? Y otra cosa: si ese "amigo" tuyo quiere ser no solo tu socio, sino también tu consuegro, yo que tú me preguntaría si realmente vale la pena tener tratos con alguien así. ¿De verdad necesitas a un amigo así?
—Mira qué listo me has salido —Mykola Borysovych incluso esbozó una sonrisa—. Pero le debo un favor a Andriy y no puedo decirle que no.
—Pues si tanto quieres ayudarlo, hazlo, pero dentro de lo razonable. Si quiere montar un negocio, oriéntalo, dile cómo tramitar los papeles y esas cosas. Que se encargue él mismo. Está claro que lo que busca es aprovechar tus contactos y triunfar sin esfuerzo. Además, me da curiosidad saber de qué negocio habla. Da la impresión de que quiere esconderse detrás de ti, usarte. Y dime, ¿por qué tanto interés en emparentar contigo? Está clarísimo que no es por amor al arte. Seguro que hay algo oscuro detrás, un motivo oculto. Así que te aconsejo que dejes de pensar en esas tonterías, porque igual no vas a salirse con la suya. Y no olvides que yo ya estoy casado —añadió Artur, ahora completamente tranquilo al ver que su padre empezaba a escucharlo—. Eres un empresario exitoso y reconocido. Dedícate a lo tuyo, que yo estaré para ayudarte. No necesitas más socios. Y menos aún, de esos que quieren imponerte condiciones. ¿Acaso no tienes suficientes? ¿Qué dices?
—Lo pensaré, hijo —prometió Mykola Borysovych—. Pero Andriy...
—Que se vaya bien lejos —dijo Artur, haciendo un gesto con la mano—. Ya hablaré yo personalmente con él, y créeme, después de esa conversación dejará de insistir con su hija.
—Ni se te ocurra hacer nada indebido —se preocupó Mykola Borysovych.
—Te prometo que todo será dentro de la ley.
—Sabes que te quiero, hijo —añadió Mykola Borysovych, acercándose para abrazarlo—. Hasta estoy pensando en dejarte todos mis negocios y jubilarme.
Artur le devolvió el abrazo:
—Y yo también te quiero, papá. Pero todavía es pronto para hablar de jubilación.
—Bueno, entonces acepto tu ayuda.
Nastia entendió que, al menos por ahora, Artur había logrado calmar un poco la relación con su padre. Y eso significaba que ya no tendría que seguir fingiendo ser su esposa delante de su familia. Qué alivio.
Caminaba despacio hacia la salida, pensando en esperar a Artur junto al coche, cuando Ihor la alcanzó.
—Espera, quiero hablar contigo —le dijo, poniéndose frente a ella y bloqueándole el paso.
—¿Y de qué podríamos hablar tú y yo? —preguntó Nastia, sorprendida.
—Me atraes... y te deseo —respondió Ihor, intentando tocarle el cabello, pero Nastia se apartó.
—¿Para qué dices esas cosas? —desconfiada, pensó que seguramente lo hacía solo para fastidiar a Artur.
—Te prometo que tu esposo no se enterará de nada —dijo Ihor, recorriéndola descaradamente con la mirada de arriba abajo.