Artur entró a la casa junto con su tío, Oleksiy Semenovich, quien llevaba un ramo de flores en las manos. Habían llegado casi una hora antes de lo esperado. Al verlos, Nastia se puso aún más nerviosa, temiendo que Artur volviera a enfadarse, esta vez por encontrar a sus amigas en casa. Si lo hubiera sabido, habría intentado despedirlas antes o, mejor aún, ni siquiera las habría invitado. Pero ya era tarde.
Luda y Marina no la delatarían ni dirían nada de más. Ya habían demostrado su lealtad en el club, y Artur tuvo la oportunidad de comprobarlo. Pensar en esto le sirvió a Nastia para tranquilizarse un poco.
Oleksiy Semenovich era un hombre de unos cincuenta años, de estatura media, con un cuerpo delgado y bien cuidado. Su cabello negro, peinado con estilo, no tenía ni una sola cana. Su rostro estaba perfectamente afeitado, y sus ojos oscuros brillaban con un toque de picardía.
—Sobrino, no me habías dicho que nos esperaban tres bellezas —comentó Oleksiy, paseando la mirada por cada una de ellas, deteniéndose un poco más en Marina.
—Ni yo mismo me lo esperaba —respondió Artur, acercándose a Nastia. Sin dudarlo, le dio un beso rápido en los labios y se quedó mirándola por un instante—. Tío, déjame presentarte a mi esposa, Nastia, y a sus amigas.
—Soy Marina, y ella es Luda —se presentó Marina, visiblemente interesada en Oleksiy.
—Pueden llamarme simplemente Oleksiy —dijo él con una sonrisa—. Es un placer conocerlas.
Finalmente, recordó el ramo que tenía en las manos y se lo entregó a Nastia.
—Nastia, esto es para ti. Bienvenida oficialmente a nuestra familia. Te deseo mucha felicidad, armonía… y todo lo que se suele desear a los recién casados. Aunque debo admitir que me decepciona un poco que no hayan celebrado una boda.
—Tío, ahórrate el discurso —interrumpió Artur, evitando el tema—. Los invito a todos a cenar.
—¡Encantadas! —exclamó Marina, entusiasmada con la idea. Luego, con una chispa de audacia, preguntó—: Oleksiy, ¿hoy has venido sin esposa?
—Hace dos años que enviudé —respondió él con naturalidad. Luego, con una sonrisa juguetona, añadió—: Y dime, Marina, ¿tu corazón ya está ocupado?
—Libre… y con ganas de enamorarse —declaró ella sin rodeos, tomando a Oleksiy del brazo con una sonrisa atrevida.
Todos fueron bromeando hacia el gran salón, que servía como comedor y estaba junto a la cocina. La mesa, ya puesta, estaba situada junto a un gran ventanal panorámico con vistas al patio trasero, donde crecían numerosos árboles decorativos y perennes que encantaban con su belleza.
Artur ayudó a Nastia y a Luda a sentarse, mientras que, por supuesto, Oleksiy se ocupó de Marina. La cena estaba deliciosamente preparada.
—Tu cocinera, como siempre, hizo un gran trabajo —elogió Oleksiy Semenovich—. Y tú, Nastia, ¿cocinas al menos de vez en cuando para mi sobrino? Porque recuerdo que alguna vez me dijo que su futura esposa debía saber cocinar sí o sí.
—Yo… —Nastia aún no podía recuperarse del beso, que había despertado un temblor en todo su cuerpo.
—Se le da muy bien la repostería —intervino Luda en ayuda de su amiga—. Oleksiy, creo que no habrás dejado de notar que tu sobrino ha subido al menos dos kilos de más.
Al oír eso, Artur casi se atragantó con la croqueta que estaba comiendo. Mientras tanto, Nastia finalmente sonrió y se unió a la animada conversación que llenaba la mesa.
Alrededor de la medianoche, Marina y Luda se fueron a casa en taxi, y Oleksiy Semenovich se retiró a descansar en la habitación de invitados.
Nastia tomó una ducha rápida y se metió en la cama, cubriéndose la cabeza con la manta. Artur aún no había llegado, dándole tiempo a ella, como había prometido. Finalmente, extendió un par de mantas de lana en el suelo y se acostó ahí. Pero no tenía sueño. Con las manos detrás de la cabeza, preguntó en voz baja:
—¿Duermes?
—No —respondió Nastia. Al principio pensó en guardar silencio, pero luego decidió hablar—. No puedo dormir.
—Seguro que sigues preocupada y asustada, por eso te escondes bajo la manta. ¿O siempre duermes así? —preguntó Artur.
—No tengo miedo y no me estoy escondiendo —Nastia sacó la cabeza de debajo de la manta y miró a la oscuridad—. Hoy ha sido un día muy difícil… al menos para mí.
—Para mí tampoco ha sido fácil —admitió Artur—. Perdóname por la rudeza con la que te traté. No era mi intención… simplemente pasó.
—Eres grosero, pides disculpas y vuelves a ser grosero. Pero yo también tengo mi parte de culpa en esto —Nastia guardó silencio por un momento, como si esperara que él preguntara cuál era su culpa, pero Artur permaneció callado, así que ella continuó—. Mi culpa es que no me comporto de la manera correcta, te reprocho cosas. Pero créeme, no lo hago a propósito, simplemente sucede.
—No tienes ninguna culpa en absoluto. Así que no deberías pensar en eso. Mejor durmamos —Artur cortó la conversación abruptamente, se dio la vuelta y empezó a dormitar, a diferencia de Nastia, quien permaneció despierta por mucho tiempo tratando de comprenderse a sí misma y a él.
Artur se despertó antes que Nastia y, tratando de hacer el menor ruido posible, salió del dormitorio y cerró la puerta tras de sí. Le ordenó a su ama de llaves que le llevara café a su despacho y llamó a Bob, indicándole que llegara lo más rápido posible.
Mientras esperaba a Bob, Artur recordó a Nastia. Sus pensamientos sobre ella eran confusos, y ni siquiera él mismo podía entender si sentía algo por ella o si todo era simplemente una cuestión de conveniencia mutua.
—Nunca la consideré atractiva —continuó Artur su reflexión en voz alta—, pero ahora hay algo en ella que me atrae. Pero no quiero esto, no quiero apegarme a nadie y mucho menos enamorarme. ¡Al diablo, si eso llega a suceder!
Se levantó de su escritorio y se acercó a la ventana. El clima seguía siendo gris y ventoso, con ráfagas que arrancaban sin piedad las últimas hojas amarillas de los árboles. Cerró los ojos por un instante, recordando la imagen de aquella a quien había amado y por quien había cambiado, había recapacitado, había dejado de ser un rebelde. Alina lo sacó del abismo, lo calmó y le hizo comprender la diferencia entre el bien y el mal.