—¿En qué estás tan ensimismada que ni siquiera escuchas nuestra conversación? —dijo en voz alta Olga, dirigiéndose a Nastia.
—Perdónenme, por favor —Nastia reaccionó, volviendo a la realidad—. Creo que la exposición será interesante. Sus esculturas de dioses antiguos, Olga, mezcladas con tus esculturas de mujeres modernas, Grisha, sin duda atraerán y cautivarán a los visitantes. Y también recuerdo, Olga, que mencionaste que querías restaurar y presentar algunas esculturas antiguas. ¿A cuáles te referías?
—Olga se refería a esas dos esculturas antiguas que compré en una subasta. Estaban en un estado deplorable, pero costaron mucho. Su valor, por supuesto, está en los años que han sobrevivido. No pude resistirme y las compré —Grisha comenzó a contar con entusiasmo cómo sucedió todo.
Su relato era realmente interesante y cautivador, y además, impresionó a Nastia con sus conocimientos en mitología. Descubrió que esas dos esculturas de dioses de la Antigua Grecia pertenecieron a un coleccionista adinerado, quien las conservó en el mismo estado en que las había adquirido, sin preocuparse por restaurarlas. Ahora, por razones desconocidas, había decidido venderlas, y Grisha las había comprado, entusiasmado con la idea de devolverles su esplendor. Para ello, pidió ayuda a su amiga Olga, porque, ¿quién mejor que una escultora que modela dioses similares para restaurarlas?
—Me encanta trabajar en la restauración de estas esculturas. Siento como si con mis propias manos tocara algo histórico —compartió Olga sus impresiones.
—Y sientes una especie de energía, una conexión con el pasado —añadió Nastia—. Me pasa lo mismo cuando tomo en mis manos objetos antiguos en la tienda de antigüedades de mi padre.
—Olga me contó que eres anticuaria —comentó Grisha, mientras pedía más pastelitos para acompañar el café, que él mismo continuaba comiendo con gusto—. Chicas, prueben esta delicia de una vez.
—Grisha, nosotras cuidamos la figura —respondió Olga por enésima vez.
—Se me ocurrió una idea: quiero fotografiarlas mientras trabajan —dijo Nastia, ya completamente concentrada en su labor—. Haremos fotos en gran formato y las colgaremos en las paredes. A los visitantes, sin duda, les interesará ver el proceso de creación, el antes y el después. Además, imprimiremos folletos con la historia de cada escultura y añadiremos ilustraciones.
—Y también…
A cada uno de ellos se le ocurrió alguna idea para la organización de la exposición, y Nastia anotaba cada propuesta en su libreta. Al día siguiente, comenzaría a hacerlas realidad. Pero lo primero que debía hacer era encontrar un lugar adecuado para la exposición y alquilarlo. Y un papel fundamental, si no el más importante, lo jugaba la publicidad. Después de todo, es la publicidad la que permite que los futuros visitantes sepan que en tal fecha, en tal lugar, se celebrará tal exposición. En resumen, el trabajo absorbió por completo a Nastia.
Artur expresó su deseo de ayudar a Nastia e incluso encontró un lugar adecuado para la exposición. Nastia apreciaba sinceramente su ayuda y, cada vez que le agradecía, lo abrazaba. Luego, se disculpaba por su falta de contención. Al principio, Artur reaccionaba de manera distante, pero con el tiempo comenzó a corresponder a sus abrazos. A veces, sentía el impulso de besarla e incluso estaba listo para hacerlo, pero se contenía. Cada vez, recordaba la promesa que se había hecho a sí mismo: no volver a enamorarse de nadie y permanecer fiel a sus sentimientos por Alina.
El tío de Artur, Oleksiy Seménovich, le informó que planeaba regresar a casa.
—Así es, ya es hora de volver a mi querida Odesa —dijo con un tono agridulce—. Pero en verano los espero en mi casa. Me visitan y, de paso, disfrutan del mar. Espero que para entonces ya me den una gran noticia.
—¿Qué noticia? —preguntó Nastia.
—Pues, ¿cuál otra? Que voy a ser abuelo. No lo piensen demasiado con los niños, ellos son nuestra alegría, nuestro futuro —Oleksiy Seménovich abrazó a Nastia antes de despedirse—. Eres una buena chica, y me alegra que mi sobrino haya elegido a alguien como tú.
—Ya me lo habías dicho, tío —le recordó Artur.
—No está de más repetirlo —Oleksiy Seménovich le estrechó la mano a su sobrino—. Me siento orgulloso de ustedes dos.
—Gracias, tío. En cuanto llegues a casa, llámame y dime cómo fue el viaje.
—No voy a discutir. Dijiste que te llame, así que te llamaré. Lo único que lamento… —suspiró con tristeza— es que no logré gustarle a Marinka. Dejé escapar a una mujer hermosa.
—Estoy seguro de que pronto encontrarás a otra —lo animó Artur.
—Ojalá tenga tanta suerte como tú.
Cuando Oleksiy Seménovich se fue, Nastia le dijo a Artur:
—Hoy mismo me mudaré a la habitación en la que Ambal me alojó al principio.
—¿Acaso te sientes tan incómoda en mi habitación? —preguntó Artur con descontento.
—Somos solo socios y amigos. ¿O lo olvidaste? —Nastia no entendía por qué eso le molestaba.
—No tengo problemas de memoria —respondió Artur, observándola mientras ella se dirigía a las escaleras, lista para subir al segundo piso y comenzar a llevar sus cosas—. Solo pensaba que así tampoco estaba tan mal.
—Tal vez para ti no lo esté, pero para mí sí —Nastia empezó a irritarse—. No puedo dormir al lado de un hombre y no sentir nada. ¿Lo entiendes? Es una necesidad natural…
—Tener sexo —la interrumpió Artur, acercándose a ella.
—No tiene nada de gracioso.
—¿Acaso me estoy riendo? —su tono se volvió más intenso.
—No importa… —Nastia intentó avanzar, pero Artur apoyó la mano contra la pared, bloqueándole el paso.
Ella se apoyó también contra la pared, mirándolo directamente a los ojos, dándose cuenta de que antes temía hacerlo. Pero ahora sabía de qué color eran.
—No importa —repitió—. De todas formas, no me deseas y mucho menos me amas.
—No sé si te amo o no —susurró Artur—, pero lo que sí sé es que me muero de deseo por poseerte.