No era el momento, Ni el lugar

capitulo 3: Conocidos,Desconocidos

El problema con los correos es que no llegan con dramatismo.

No hay música. No hay cámara lenta. No hay un narrador gritando “esto cambiará tu vida”. Solo una notificación discreta, un asunto con palabras limpias y el mismo tono corporativo con el que la gente anuncia incendios: Propuesta de colaboración.

Si el destino existe, tiene un sentido del humor pésimo.

Abrí el correo sin pensar demasiado, como quien revisa el clima y se encuentra un huracán con su nombre. El texto era correcto, educado, estratégico. De esos mensajes que no dicen “hola”, dicen “oportunidad”. No decía “te extraño”, decía “sinergias”.

Y ahí estaba.

Su empresa. Su marca. Su firma.

Su nombre.

No necesitaba leerlo dos veces.

Los nombres que alguna vez fueron casa no se olvidan. Se esconden.

Me quedé mirando la pantalla como si fuera una prueba de paciencia. Y lo era.

Es extraño cómo funciona el cerebro: te construyes una vida entera para no volver a sentir ciertas cosas, y luego el universo te envía un archivo adjunto con el pasado.

El cursor parpadeaba, insistente, como si me estuviera diciendo: “¿y ahora qué, reina del control?”

Respiré. Una vez. Dos.

No iba a reaccionar como antes.

No iba a temblar.

No iba a salir corriendo.

A estas alturas yo ya era buena en una cosa: mantener la calma incluso cuando por dentro todo estaba gritando.

Leí los puntos clave del correo con la frialdad de alguien que ha aprendido a convertir la emoción en tarea:

colaboración entre empresas

campaña conjunta

evento de lanzamiento

reunión inicial para alinear objetivos

fecha propuesta

“será un placer”

Un placer. Sí. Seguro.

A veces me pregunto si las palabras saben lo que hacen.

Me recargué en la silla. Miré alrededor de mi oficina: orden, pantallas, informes, contratos. Todo impecable. Todo funcional. Todo construido para demostrar que yo era suficiente sin necesidad de pedirlo.

El café seguía ahí, frío, castigándome por no haberlo terminado cuando aún era una bebida y no un símbolo.

Me gustó pensar que esto era solo trabajo.

Me gustó fingir que el corazón no tenía nada que decir al respecto.

Pero la verdad es que el reencuentro con alguien no empieza cuando lo ves. Empieza antes. Empieza cuando su nombre vuelve a entrar en tu vida como si nunca se hubiera ido.

Hay un tipo de ironía que no da risa: la de encontrarte con un desconocido que conoces hasta el alma.

Me obligué a acercarme al asunto como si fuera cualquier otra colaboración. Como si no fuera el universo empujándome la cara contra una puerta cerrada hace diez años.

Abrí el calendario. Miré la semana. Miré la siguiente. Me odié un poco porque mi primera reacción fue intentar controlar el momento exacto en que podría doler.

Porque así soy: si no puedo evitar el golpe, al menos quiero elegir el ángulo.

Tomé una libreta y escribí, sin razón lógica, una frase que me salió sola:

“Podemos volver a ser extraños, pero no podemos volver a ser inocentes.”

La leí. La dejé ahí. Me dio rabia que sonara bien.

Me llegó otro correo, esta vez de mi equipo, preguntando si ya había visto la propuesta. Mis manos se movieron antes de que mis pensamientos se pusieran de acuerdo.

“Sí. Lo reviso ahora. Les aviso.”

Mentira piadosa. Yo ya lo había revisado. Lo que no había hecho era aceptar que estaba temblando por dentro con una calma impecable por fuera.

Me levanté para caminar un poco, como si mover el cuerpo pudiera convencer a la mente de que esto era normal. Caminé hasta la ventana y miré la calle. Gente apurada, bocinas, vida. Todo seguía igual. Eso siempre es lo más injusto: el mundo no se detiene aunque a ti se te hunda el pecho.

Mi teléfono vibró.

Un número desconocido.

Perfecto.

Contesté con mi voz profesional, esa que suena como si nunca me hubiera derrumbado.

—Buenos días.

—Hola, ¿hablo con lucia vera ?

La persona dijo mi nombre con cuidado, como si fuera un objeto frágil. La voz era amable, formal, ligeramente nerviosa. Alguien del equipo de relaciones. No él. Por supuesto que no él. Sería demasiado poético. El destino es cruel, no romántico.

—Sí, soy yo.

—Le llamo de parte de Umbral. Queríamos confirmar si recibió la propuesta y si estaría disponible para una reunión esta semana.

La empresa de él. Dicha en voz alta. Como si fuera un dato más.

El mundo tiene muchas maneras de recordarte que nada se borra del todo.

—La recibí —respondí—. Estoy revisándola con mi equipo.

—Excelente. Nos gustaría agendar una reunión para alinear expectativas. Sería presencial, si es posible.

Presencial.

La palabra cayó pesada.

Miré mi reflejo en el vidrio. Mi cara no mostró nada. Mis ojos sí, pero nadie estaba lo suficientemente cerca como para notarlo.

—Podemos hacerlo presencial —dije, como si no me importara—. Envíeme opciones de horario.

—Perfecto. Le enviaré tres opciones y usted me confirma. Muchas gracias por su tiempo.

Colgué y me quedé unos segundos con el teléfono en la mano, como si pudiera decidir si esto era real o no. Spoiler: era real.

Me senté de nuevo. Abrí el correo. Empecé a responder.

Y fue en ese momento cuando me di cuenta de algo aún más irritante: no estaba asustada de verlo. Estaba asustada de lo que yo iba a sentir cuando lo viera.

Porque el miedo no era él.

El miedo era yo, recordando.

No puedes controlar qué parte de ti vuelve a la vida cuando alguien te mira como antes. Aunque esa persona ya no sea la misma. Aunque tú tampoco lo seas.

Me reí, bajito. Sin humor.

Qué ironía.

Después de tanto, el universo me estaba dando una reunión de negocios con alguien que alguna vez me sostuvo el silencio como si fuera una promesa.




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