El sábado amaneció con olor a verano y promesa de lío.
Tina lo supo en cuanto bajó las escaleras y escuchó las risas que venían de la cocina. Ese tipo de risa cómplice que solo significaba una cosa: su hermano y Nico estaban tramando algo.
—¿Qué pasa? —preguntó, mientras se servía café, aún con el pelo despeinado y los párpados medio dormidos.
Lucas la miró con una sonrisa demasiado inocente como para ser real.
—Fiesta esta noche. Fogata en la playa, música, algo de comida… Ya sabes, la típica bienvenida al verano.
Tina levantó una ceja, sospechando.
—¿Y de quién ha sido la brillante idea?
—De varios —respondió Lucas, quitándole importancia—. Los del centro, algunos del pueblo, y los de siempre. Va a estar bien.9
—Suena mal —replicó ella, intentando sonar indiferente mientras removía el café.
Nico, que estaba sentado en la encimera, con una tostada en una mano y el móvil en la otra, intervino sin levantar la vista:
—Leo va.
Tina se giró despacio, con el ceño fruncido.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Porque lo ha puesto en el grupo del centro. —Nico sonrió, dándole un mordisco a la tostada—. Ese tío tiene un don para hacerse amigo de todo el mundo.
—A diferencia de otros —replicó ella, dándole un sorbo al café.
Él levantó la mirada por fin, con esa media sonrisa que le conocía demasiado bien.
—¿Lo dices por mí o por ti?
Tina resopló.
—Por el que se lo tome como quiera.
Lucas bufó divertido.
—Vale, vale, bajad las armas, que aún no es ni mediodía. Si vais a discutir, al menos esperad a la fogata.
Nico y Tina se miraron de reojo, como si la palabra fogata fuera sinónimo de problemas inminentes.
Y, aunque ninguno lo admitiera, ambos supieron que esa noche no iba a ser una noche cualquiera.
La playa, al caer el sol, parecía sacada de una postal: el cielo teñido de naranja, el mar tranquilo y un grupo de veinteañeros montando una hoguera improvisada.
El aire olía a sal y a esa mezcla de emoción y pereza que solo existe en verano.
Tina llegó con Leo y el grupo de amigos con el que él estaba pasando el verano: un par de chicos del centro de surf y dos chicas que hablaban sin parar y reían por todo.
Era imposible no contagiarse de su buen humor.
Leo iba delante, cargando una mochila con refrescos y altavoz incluido, como si fuera el alma oficial de la fiesta.
—No me puedo creer que me hayas convencido —dijo Tina mientras caminaban por la arena, con las chanclas en la mano y el pelo moviéndose con el viento.
—Por favor, no me digas que preferías quedarte en casa viendo series —respondió Leo, riendo—. Esto es verano, Faustina. Hay que vivirlo.
—Tina —lo corrigió ella, aunque sonrió sin poder evitarlo—. Y no sé si “vivirlo” incluía fuego, guitarras y tus dotes de baile.
—Eso dolió —bromeó él—. Pero te prometo que no te haré bailar. A menos que tú quieras, claro.
Tina rodó los ojos, pero se le escapó una risa.
Cuando llegaron al grupo principal, Lucas y Nico estaban organizando las bebidas y unas tablas de madera para sentarse.
Y fue en ese momento cuando él la vio.
Nico, con una sudadera gris remangada, las manos manchadas de arena y el pelo despeinado por el viento, levantó la vista justo cuando ella se acercaba.
La sonrisa que tenía se desdibujó en cuestión de segundos.
—Vaya —murmuró Nico cuando pasaron a su lado—. No sabía que la invitación incluía cita doble.
—No es una cita —respondió Tina, sin mirarle, con esa calma tensa que usaba cuando estaba a punto de perderla.
—Ya, claro —dijo él entre dientes, lo bastante bajo como para que Lucas no lo oyera.
Ella giró la cabeza de golpe.
—¿Perdón?
—Nada, nada. Pásatelo bien con Leo el encantador. —Cogió una botella de agua y se alejó hacia el grupo que encendía la fogata.
Tina se quedó un segundo quieta, sin saber si reírse o mandarle al infierno.
Optó por lo segundo… mentalmente.
En un momento, a petición de Lucas —y bajo la insistencia de varias chicas—, Nico terminó sentado con una guitarra entre las manos.
Las conversaciones bajaron de volumen casi al instante.
Él empezó a tocar, sin decir nada, y su voz rasposa llenó el aire como una ola suave que te arrastra sin pedir permiso.
Tina no esperaba que supiera cantar así.
No era perfecto, pero tenía algo. Algo honesto, que te dejaba con la piel erizada.
Y aunque todas las chicas alrededor suspiraban y murmuraban cosas en voz baja —una incluso soltó un “qué voz tiene, por favor”—, él no parecía fijarse en ninguna.
Solo en ella.
Sus ojos la buscaron al otro lado del fuego, y cuando la encontraron, ya no se movieron.
Siguió cantando, pero su voz bajó apenas un tono, como si el resto del mundo se hubiera vuelto ruido de fondo.
Tina notó cómo el corazón le golpeaba el pecho, traidor.
Intentó apartar la mirada, fingir que no sentía nada… pero la forma en que él la miraba hacía que todo lo demás desapareciera.
Cuando terminó, el grupo estalló en aplausos y risas.
Nico se encogió de hombros, restándole importancia, aunque en cuanto ella desvió la vista, volvió a mirarla.
Y Tina supo que eso —esa mirada— iba a ser un problema.
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Editado: 09.11.2025