No eras parte del plan

Capítulo 6 - Mareas cambiantes

El lunes amaneció con un aire extraño, como si el verano hubiera decidido bajar un poco la intensidad.
O tal vez era solo Tina, que no sabía muy bien cómo enfrentarse a Nico después de lo que había pasado la noche de la fogata.

No habían vuelto a hablar desde entonces.
Ni una palabra.
Solo miradas fugaces en el centro de surf, frases cortas cuando se cruzaban en el mostrador y un silencio que, a fuerza de contener cosas, ya empezaba a hacer ruido.

Él actuaba como si nada hubiera ocurrido.
Ella intentaba convencerse de que tampoco le importaba.
Y, mientras tanto, el resto del mundo seguía su curso: las clases, los turistas, las risas, las olas.
Todo igual que siempre… menos ellos.

Lucas, por supuesto, no notaba nada. O hacía como que no.
Pero Leo sí.
Leo tenía esa facilidad irritante para observarlo todo, para detectar lo que nadie decía.
Y además, se estaba convirtiendo en algo que Tina no había esperado: un buen amigo.

Aquella mañana, mientras ella servía batidos en el chiringuito, él estaba sentado en el mostrador, comiéndose una tostada con calma y mirando el mar.
—¿Todo bien con Nico? —preguntó de pronto, sin levantar demasiado la voz.
Tina frunció el ceño. —¿Qué pasa con él?
—No sé… está más callado de lo normal. —Le dio un mordisco a la tostada—. Lo cual, viniendo de Nico, ya es decir.

Ella trató de sonar despreocupada.
—Tal vez le ha dado insolación. O una crisis existencial, que también le pega.
Leo sonrió. —Ajá. Y tal vez tú no lo estás mirando desde hace cinco minutos.

Tina se atragantó con la pajita del batido.
—¿Qué?
—Nada —dijo él, encogiéndose de hombros, divertido—. Solo que tienes esa cara de “no me importa, pero igual lo estoy observando por si acaso”.
—No tienes idea de lo que hablas.
—Claro, claro. —Se inclinó sobre el mostrador—. Mira, no soy experto en dramas playeros, pero si me vas a negar que entre ustedes hay algo raro, al menos intenta no poner cara de sospechosa cada vez que él pasa.

Tina se cruzó de brazos, fingiendo que lo ignoraba, aunque un leve rubor le subió por el cuello.
—¿Te puedo recordar que me caías bien hasta hace dos minutos?
Leo rió, levantando las manos en gesto de paz.
—Eh, solo intento entender la telenovela. Uno tiene que entretenerse mientras espera olas.

Ella negó con la cabeza, pero sonrió sin querer.
Leo tenía esa forma amable de pinchar sin hacer daño, de reírse sin que doliera.
Y en esos días raros, con el corazón hecho un nudo, se había vuelto un pequeño alivio tenerlo cerca.

—Por cierto —añadió él, antes de levantarse—, si algún día te decides a hablar con Nico, avísame. Así me preparo con palomitas.
Tina lo fulminó con la mirada. —Eres un idiota.
—Sí, pero un idiota que tiene razón —replicó él, guiñándole un ojo antes de irse.

Ella suspiró, mirando la espuma del batido que empezaba a derretirse.
Tal vez Leo tenía razón.
Tal vez lo que había entre ella y Nico era “raro”.
Pero lo raro, pensó, era que cada vez que intentaba dejar de pensar en él… lo encontraba mirándola desde el otro lado del mostrador.

Esa tarde, la playa estaba tranquila.
Lucas daba clases en el agua con un grupo de turistas, mientras Tina atendía el chiringuito y Nico ayudaba a acomodar las tablas cerca del depósito.
O al menos lo intentaba, porque ella había aparecido.

Carla.
Pelo rubio, sonrisa fácil, una de las chicas del grupo local que solía pasar los veranos allí.
Tenía la costumbre de hablar demasiado cerca de la gente y de tocar el brazo de Nico cada vez que reía.
Y, por supuesto, estaba riéndose.
Mucho.

Tina lo vio todo desde el mostrador mientras fingía reorganizar los vasos.
—Te estás clavando la pajita en la mano —le susurró Leo sin levantar la vista de su cuaderno.
—No me interesa lo que haga Nico —respondió ella.
—Claro que no. Solo lo estás observando como si quisieras prenderle fuego con la mirada.
—¿Puedes callarte?
—Puedo, pero es menos divertido.

Nico, mientras tanto, parecía incómodo. Carla no dejaba de hablarle, de empujarlo suavemente con el hombro, de invitarlo a una fiesta esa noche.
Él sonreía, pero era esa sonrisa tensa, la que usaba cuando no sabía cómo salir de algo sin parecer idiota.

—¿Qué tal si vienes esta noche? —preguntó Carla, dándole un golpecito en el brazo—. Va a estar todo el grupo.
—No sé… tengo cosas que hacer —murmuró él, mirando de reojo hacia el chiringuito.
Tina se hizo la distraída justo en el momento en que sus miradas se cruzaron.
Él desvió la vista enseguida.

Esa noche no hubo fiesta.
Hubo tormenta.

El cielo, que hasta hacía un rato estaba teñido de naranja, se cubrió de nubes gruesas y pesadas. El aire olía a lluvia, a sal, a algo que estaba por estallar.

Lucas había salido antes a comprar unas cosas para las clases del día siguiente, así que Tina se quedó cerrando el chiringuito sola, recogiendo vasos y guardando toallas, cuando escuchó pasos apresurados sobre la madera.

Nico apareció en la puerta, empapado de pies a cabeza.
El pelo pegado a la frente, la camiseta oscura y la respiración agitada, como si hubiera corrido medio kilómetro bajo el aguacero.

—¿Te has mojado o te has tirado al mar? —preguntó Tina sin levantar la vista del mostrador.
—Intenté salvar las tablas antes de que salieran volando —contestó él, dejando caer la mochila con un golpe sordo.
—Qué héroe.
—Lo intento.




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