Esa noche, la casa de la tía Vera olía a sopa caliente y a tormenta lejana.
El sonido de la lluvia golpeando los cristales se mezclaba con el zumbido suave del ventilador del salón, y el reloj del pasillo marcaba el paso del tiempo con una paciencia casi cruel.
Lucas había salido a ver a unos amigos, y la tía se había ido a dormir temprano, rendida después de un día largo.
La casa estaba en silencio, ese tipo de silencio que parece tener peso.
Tina estaba en el sofá, con las piernas recogidas y un libro abierto sobre el regazo. Pero no leía.
Llevaba quince minutos en la misma página, mirando las letras sin verlas, repasando una y otra vez los pensamientos que no quería tener.
Cada vez que recordaba el momento en que Nico se le había acercado esa mañana, tan tranquilo, con esa sonrisa medio burlona y medio imposible, el corazón le daba un salto que la dejaba sin aire.
Escuchó pasos en el pasillo y supo, incluso antes de verlo, quién era.
Su cuerpo lo reconoció antes que su cabeza.
—¿Otra vez sin dormir? —preguntó Nico, asomándose al salón, apoyado en el marco de la puerta con una camiseta gris y el pelo un poco despeinado.
—¿Tú qué haces despierto? —replicó ella, intentando sonar casual.
—Pensaba revisar unos apuntes.
—¿Apuntes? ¿De Derecho o de cómo fastidiarme la vida?
—De ambas cosas —contestó él, con una media sonrisa.
Ella soltó una risa bajita, sin poder evitarlo, y Nico aprovechó para entrar un poco más, cruzando los brazos.
La luz tenue de la lámpara hacía que el salón pareciera más pequeño, más íntimo.
—Lo de hoy… —empezó él, con un tono que no usaba a menudo.
Tina frunció el ceño, bajando la vista al libro que aún no había pasado de página.
—¿Qué?
—No me gustó.
—¿Qué no te gustó? —preguntó, aunque ya intuía la respuesta.
—Verte molesta por culpa mía.
Ella lo miró por fin.
Tenía esa mirada sincera, desarmada, que pocas veces mostraba.
—No estaba molesta —mintió.
Él ladeó la cabeza, con una sonrisa pequeña, casi triste.
—Eres pésima mintiendo, Fauschina. —Su voz sonó suave, como si temiera romper algo si hablaba demasiado alto.
Por un instante, el aire volvió a cargarse.
Esa electricidad silenciosa que siempre aparecía cuando estaban demasiado cerca, esa que ninguno de los dos sabía manejar, volvió a colarse entre ellos.
Tina cerró el libro con un suspiro.
—Deberías irte a dormir.
—Sí, debería. —Nico dio un paso atrás, pero no se movió del todo—. Pero si no te molesta, me quedo un rato aquí.
Tina rodó los ojos, aunque su pulso la traicionaba.
—Haz lo que quieras.
—Eso intento —dijo él, apenas audible, y se sentó en el sillón frente a ella.
Durante un rato, solo se escuchó el repiqueteo de la lluvia contra las ventanas y el crujido del sofá cada vez que alguno se movía.
Ninguno hablaba, pero el silencio tenía su propio diálogo: uno hecho de miradas que se esquivaban, respiraciones contenidas y pensamientos que no se atrevían a decirse.
Tina intentó concentrarse de nuevo en el libro, pero las letras seguían bailando.
Nico, en cambio, se quedó mirándola de reojo, con esa mezcla de ternura y torpeza que le salía sin querer.
El reloj marcó los minutos lentos, y el aire se volvió más espeso.
Afuera, la tormenta se iba alejando.
Dentro, en cambio, acababa de empezar otra.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo al fin.
—Depende —respondió ella, sin levantar la vista—. Si es sobre física cuántica, paso.
—No. Es sobre ti.
Eso hizo que lo mirara.
—Suena peor todavía —bromeó, pero su voz sonó un poco más baja.
Nico se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—No tienes que contarme nada si no quieres, pero… —hizo una pausa—. Desde que llegaste, a veces parece que estás aquí y al mismo tiempo en otra parte.
Tina frunció el ceño.
—¿Y eso qué significa?
—Que hay algo que te pesa. No sé qué es, pero lo noto. —Se encogió de hombros—. Y, vale, puede que sea un desastre leyendo mareas, pero con la gente no suelo equivocarme.
Ella soltó una risa suave.
—Qué poético te ha quedado.
—Estoy practicando. Igual un día me hago cantautor.
—Por favor, no. El mundo ya sufre bastante.
Él sonrió, pero no quitó la mirada de ella.
Y fue esa mirada —tan seria, tan limpia— la que hizo que Tina dejara el libro a un lado.
—No es gran cosa —empezó, aunque ya sabía que mentía—. Solo… tuve un año de mierda.
Nico no dijo nada, solo esperó.
—Salía con un chico —continuó—. Al principio todo bien, ya sabes, el típico guapo con sonrisa de anuncio. Pero… —se pasó una mano por el pelo— resultó que no era tan perfecto. Se metía en cosas raras, de esas que prefieres no saber demasiado. Y cuando las cosas se torcieron, mi mejor amiga decidió que era más divertido estar de su parte.
Nico apretó la mandíbula, pero no la interrumpió.
—Y lo peor es que, al principio, yo sabía que algo no iba bien. —Rió sin humor—. Pero me quedé igual. Me dejé arrastrar por los dos, solo por… encajar. Quería sentirme parte de algo, ¿sabes? Como si eso arreglara el resto.
—Y no lo hizo.
—No. Lo rompió más.
El silencio volvió, pero era distinto. Más blando, más cálido.
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Editado: 09.11.2025