13 - 10 - 2000, viernes.
Esa mañana, me había levantado con un aspecto terrible. Tenía bolsas bajo los ojos del mal dormir, el cabello enmarañado, los labios resecos y mi piel pálida me hacía parecer estar muerta. Me sentía por dentro como estaba por fuera, un desastre total.
Luego de lanzarme unas cuantas críticas frente a mi astillado espejo, abrí la puerta de mi habitación y me dirigí hacia la cocina en puntillas intentando hacer el menor ruido posible, algo que me pareció ridículo. ¿Qué más daba? Nadie podría escucharme de todas formas. Estaba completamente sola en casa.
¿Mi madre? nunca la conocí. Ella murió en el parto, cuando nací. No la extraño en realidad, ni a ella ni a mi estúpido padre quien espero que ahora mismo se esté pudriendo en el infierno. Sólo era un bastardo, un alcohólico de mente inestable que pasaba sus noches golpeándome tras regresar del bar completamente ebrio. Murió hace unos meses de un ataque al corazón.
Fui a su funeral, el cual había sido organizado por algunos de sus "amigos" quienes se la pasaron velándolo todo el tiempo hasta la hora del entierro. Me di el lujo de sonreír mientras veía como bajaban su ataúd hasta estar dentro del hoyo que próximamente cubrirían con tierra para taparlo. Sin lugar a dudas, ese es y será siempre el recuerdo más bonito que tendré de él grabado en mi memoria hasta el final de mi existencia.
Entré en la cocina apenas iluminada por una bombilla colgada del techo que parpadea de vez en cuando amenazando con apagarse en cualquier momento.
Abrí la nevera para encontrarme con las estanterías vacías, no había nada que pudiera comer. Tendría que salir una vez más a buscar suministros, una idea poco encantadora.
No me gustaba salir, vivía en una ciudad repleta de delincuentes, drogadictos y pandilleros, pero no eran ellos los que hacían ponerse mis pelos de punta con sólo una de sus miradas.
Los vecinos de aquel barrio de mierda en que vivía me tiraban de vez en cuando el ojo mostrando una expresión de puro asco. No era la favorita y era consciente de ello.
Tengo moretones en brazos y piernas y una pequeña cortada sobre mi ceja derecha a causa de los objetos, mayormente piedras, que me lanzan en cuanto me ven.
Nunca he entendido el por qué tanto odio y rencor guardado hacia mi persona. ¿Qué les habrá llevado a cometer tales actos en mi contra?
Un ladrido llamó mi atención y volteé a ver. Max, mi cachorro y única compañía en este basurero que es mi casa, se encontraba sentado en mi roto y polvoriento sofá, mirándome mientras agitaba la cola y sacaba su lengua.
Él es muy inteligente. Me presta suma atención cuando le hablo, es como si entendiese todo lo que le digo. ¿O tal vez sólo me esté volviendo loca?
De repente, alguien llamó a la puerta y caminé hacia ella con cautela.
Me cercioré de que no fuera uno de mis molestos vecinos, mirando por un agujero hecho en la madera casi podrida.
Por suerte, sólo era David. El chico que tantas veces rechacé después de que confesara su amor por mí. Él nunca se rindió, pero yo seguía dándole la misma respuesta de siempre. No podía verlo más allá de un simple amigo.
- Hola. - Me saludó con su sonrisa amable de siempre después de abrirle.
- Hola. - No me molesté en devolvérsela, no estaba de buen humor.
- El cartero se ha vuelto a confundir, otra vez. - Dijo mostrándome una pequeña caja que traía en las manos. Me preguntaba si realmente era culpa del cartero o sólo era él inventando una excusa para venir a verme.
- ¿Qué es? - Pregunté. Nunca recibía nada por correo, no era lo usual.
- No lo sé, no lo he abierto, claramente. - Respondió.
Coloqué la caja sobre la mesa que estaba frente al sofá y perforé el nylon que la cubría con un cuchillo para abrirla.
Dentro de la caja, había una pequeña maceta llena de tierra y una rosa, ya marchita, plantada en ella. Justo a su lado, había un sobre el cual abrí inmediatamente, era una carta.
Estimada señorita, Hostman.
Es de nuestro deber informarle, acerca del reciente fallecimiento de su bisabuela, la Sra. Enola Hostman, la cual ha dejado a su poder una de sus propiedades como herencia. Cabe destacar que sólo podrá hacerla legalmente suya sí, y sólo si, accede a vivir en ella.
Otras de sus condiciones implantadas son: No podrá venderla, ni utilizarla como algo más que una simple casa y tendrán permitido irse a vivir con usted máximo tres personas.
Contáctenos cuando tome una decisión.
Firma: _________
No sabía que tenía una bisabuela. ¿Por qué nunca supe de ella hasta ahora?
Quien haya enviado esta carta, prefirió ser discreto, ya que ni siquiera la firmó.
Abrí el sobre y vi dentro una tira de papel donde había apuntado un número. No podía creerlo. Era mi oportunidad de salir de aquel lugar, era mi oportunidad de comenzar desde cero.
Ni siquiera lo pensé dos veces. Fui corriendo hasta el teléfono de mi casa, y marqué aquel número.
La voz de un hombre contestó mi llamada. Le saludé como es debido, le dije mi nombre y que había recibido la carta. Yo claramente, acepté las condiciones desde el primer momento. Me preguntó si estaba segura, y sólo pude decirle que sí.
Vendría a recogerme dentro de una hora. Así que tomaría mis cosas, y me largaría de una vez de aquel infierno.
- ¿Te irás? ¿A dónde? - Preguntó David, con expresión triste.
- Sí, me iré a vivir muy lejos de aquí, por lo que tengo entendido. No sé a dónde, exactamente. - Le respondí y entré a mi habitación.
Saqué una pequeña maleta que coloqué sobre la cama para luego guardar en ella mi poca ropa.
- ¿Ni siquiera lo pensaste? - Dijo cruzándose de brazos.
- ¿Por qué lo haría? ¿Es que no te das cuenta de la pobreza en que vivo? Estoy rodeada de personas que sólo quieren hacerme desaparecer. Aquí nadie me soporta.
Editado: 19.04.2021