No hay leyes para amarte

En pie de guerra

Atlas

Bernard no pudo ocultar cuanto le molestaba mi inesperada presencia allí. El protocolo de Baker & Cano, exigía que lo hubiese llamado primero y concertado una cita. Sin embargo, en ese momento me importaba un bledo el protocolo.

No me invito a sentar, aunque yo lo hice de todas maneras. Lo que contribuyo a que el ambiente se tornase aún más tenso de lo que estaba al irrumpir sin previo aviso.

—Por lo que veo, un mes de vacaciones no te han relajado en lo absoluto —dijo con irritación, sin apartar la vista de los documentos que se encontraba revisando —. Creí que llegarías a trabajar tan reluciente como una moneda de oro, pero aquí estás, echando espuma por la boca. Tan tenso y gruñón como siempre —. Finalmente, dejó el plumón perfectamente alineado a las hojas, alzó la vista y me miró sobre la montura de los anteojos con la sombra de una sonrisa en los labios —. ¿Debería preguntar qué tal Europa?

—Definitivamente no —. De cierta forma tenía razón, cualquiera hubiese llegado tranquilo y relajado después de un mes completo de descanso.

No era mi caso. Me sentía más irritado y a la defensiva que nunca. En ocasiones me preguntaba que era lo que se había torcido tanto en los últimos años para que me transformase en esa versión descolorida y amarga de mí mismo. Había llegado a tal punto, que muchas veces me costaba soportarme.

—¿Tan mal?

—Peor, aunque no vengo a hablar sobre el infierno que fueron mis vacaciones —. No hacía falta decirle que me había pasado el cuarenta porciento de mis días con una copa en la mano y eso me llevo a tomar pésimas decisiones.

Como enredarme en una aventura con la mujer más superficial y demandante que había conocido en toda mi vida.

Al conocerla, supe que era todo lo que buscaba en una mujer. Una modelo joven, dulce, entregada. Fácil. No me demandaba nada que no pudiese darle. Nunca me discutía nada, ni alzaba la voz en mi contra. Sin embargo, luego de un par de citas, me di cuenta de que me sentía tan vacío que verla me fastidiaba. Por lo que pasé el resto de mis vacaciones rehuyendo de ella.

Aunque ese no era el mayor de mis problemas. Podía superar un par de malas semanas. Los problemas reales aparecieron en cuanto puse un pie fuera del avión. La noticia me llegó de inmediato. Meyer se retiraría y no estaba primero en la lista para convertirme en su sucesor en la mesa de socios.

La sangre me hervía en las venas y me estaba controlando para no gritarle a todo el que se cruzaba a mi paso como un demente.

¡Yo era el candidato natural para el cargo!

Bernard se reclinó sobre el sillón y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Entonces, supongo que vienes a hablar sobre el puesto de Meyer como cabeza de litigios —. Su actitud a la defensiva me hizo entender que ya habían discutido el asunto y probablemente la decisión se encontraba sobre la mesa.

Bajé la cabeza, y sentí que se me inyectaban los ojos de sangre. Después me esforcé para respirar hondo y hablar con calma.

—Entonces, supongo que vas a decirme que soy el número uno en la lista para convertirme en su remplazo —. Repliqué con un tono ácido que no le pasó inadvertido.

Se encogió de hombros.

—Yo diría que eres el candidato número dos —dijo sin verse afectado en lo más mínimo por mi rostro enrojecido y mi evidente enojo.

Estampé la palma de mi mano contra el escritorio de roble.

—¿Cómo? —Pregunté y rodó los ojos —. Creo que no he escuchado bien…—Apreté los dientes —.¿Has dicho que soy el segundo en la lista?

—No me mires como si fueses a arrancarme la cabeza de un mordisco —. Resopló —. La mayoría puso tu nombre sobre la mesa de inmediato, cuando Meyer anuncio que se retiraría en tres meses. Para mí también eres el candidato natural. No sé si eso te deja más tranquilo —. No, definitivamente, no lo hacía.

—Debería ser el único nombre a considerar. Trabajo aquí desde hace seis años y me he dejado el pellejo por esta empresa. Soy quien más clientes trae al año y el mejor dentro del grupo de presión —. Lo apunté con el dedo —. Has de admitir que soy claramente superior engrasando los carriles y haciéndome de relaciones gubernamentales para tu beneficio. Y también sabes de sobra que me parece repugnante. Aun así, lo he hecho porque me prometiste que en cuanto fuese posible lideraría el barco de litigios. Es lo que siempre he esperado, donde siempre quise estar y ahora me lo estás arrancando de las manos como si no lo mereciese.

Los abogados que se dedicaban a litigios eran los más respetados y brillantes, según mi criterio. Antes incluso que los que se especializaban en derecho mercantil, antimonopolios o fusiones y adquisiciones.

—Nadie discute cuanto lo mereces. Aunque debes admitir que ser el padrino de una de las hijas de la mujer que preside el consejo fiscal, te suma puntos. No todos tienen el placer de cenar dos veces al mes con alguien de las altas esferas.

—Eso no me quita mérito, la conozco desde la universidad —. Lo miré fijamente, reprimiendo los deseos de mandarlo a freír espárragos y me concentré en lo importante —. Si la mayoría me consideraba para el puesto, ¿quién no estaba de acuerdo? —Interrogué con rudeza.

—Meyer —dijo tranquilamente y palidecí —. Él tiene su propia candidata: Eleonor Pizzino —. Sacudió la mano —. Esa feúcha que ha acogido bajo su ala como si fuese la hija que nunca tuvo. Tendrías que haberlo visto defenderla a capa y espada.

«Eleonor Pizzino». Repetí internamente.

El nombre me sonaba de algún sitio, aunque no lograba recordar de donde.

Intenté encontrar una imagen de mi oponente. No obstante, por mucho que me esforcé, no logré traer una sola ante mí. Como si no tuviese un solo registro de ella.

«Como si fuese invisible». Pensé y el corazón se me detuvo por un instante al recordar la noche en el estacionamiento del Claridge, justo antes de marcharme.

No tenía idea de por qué Eleonor Pizzino me lo recordó; sin embargo, la remembranza de lo ocurrido me tomó completamente desprevenido y me sentí mareado.




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