No hay leyes para amarte

Falso testimonio

Elly

Cuando metí el coche al garage me encontraba a un paso del estallido. Sostuve el volante con fuerza, dejé caer la cabeza hacia adelante y respiré profundamente para tranquilizarme. Me sentía deprimida, agotada y encolerizada.

¿Cómo era posible que se presentase en mi oficina a lanzarme un montón de acusaciones falsas y amenazas?

Pasé cuatro semanas, soñando con nuestro reencuentro.

Imaginando lo que llevaría puesto, donde me encontraría y la forma en la que me sonreiría. Pero en lugar de eso, me encontré con un hombre tosco que me ladró como un perro con rabia.

Sabía que era agresivo en el trabajo; sin embargo, la única noche que compartimos fue dulce, cuidadoso y cariñoso. Lo que me hacía pensar que en alguna parte de él, ese hombre estaba esperando ser liberado.

Pues qué idiota por pensarlo.

Sacudí la cabeza. Nuevamente, estaba soñando despierta con algo que nunca ocurriría. Daba igual si estaba enamorada de él. Era un asno y mientras antes me lo metiese en la cabeza, menos sufriría.

Atlas Lentton, nunca se iba a enamorar de mí por mucho que lo desease.

Teresa, diría que no hay peor ciego que el que no quiere ver y yo, no veía ni con anteojos bifocales.

Porque esa bestia no solo me había gruñido, me atacó sin previo aviso y eso no iba a quedarse así. Iba a darle donde más le dolía.

Y luego de observarlo durante tres años, sabía que lo que más le dolía eran esos chocolates que comía a todas horas. Incluso lo vi entrar en una crisis nerviosa una vez que comprobó que no le quedaban.

Desde ese día su asistente se encargaba de que tuviese cuantiosas reservas.

Alcé el mentón y me acomodé las gafas al escuchar la música alta desde el interior de la casa. Por lo que supe que Sara, había regresado luego de un mes de gira en Europa con la agencia de modelos que trabajaba.

Tomé mis cosas apresuradamente y corrí a la puerta trasera que conectaba la cochera con la cocina.

Muy fácil creer que vives. En un sueño nada más —. Cantó, girando sobre sí misma, y su larga cabellera rubia flotó con el movimiento —. Quiero ver que lo que buscas. Buscando te encontró —. Continuo, con una sonrisa al verme dejar mis cosas sobre la mesa de la cocina —. ¡Elly! —Chilló con entusiasmo al verme, dando un saltito y corrió a abrazarme —. Por fin has llegado —. La tomé en mis brazos, y acaricié su espalda sobre la finísima bata de seda color Champaña, qué lucia.

—¿Me has extrañado? —Le pregunté entusiasmada y asintió, antes de enterrar su rostro en mi cuello, como siempre hacía desde que recordaba—. Yo también te he echado muchísimo de menos —le dije, apretándola un poco más, antes de soltarla —. Estás guapísima, mucho más de lo que recordaba —. La tomé por las manos, para apartarla y darle un buen vistazo.

Fingió cubrirse la boca para ocultar una risita tímida, aunque no se sonrojó ni un poco.

Sara era una muñequita y lo sabía.

Desde que la sostuve en mis brazos por primera vez, pensé en que no había visto una cosa más bonita en toda mi vida.

Mamá decía que era un calco de su padre, así que imagina que era un hombre superatractivo. Ya que mi hermana menor tenía el cabello de un delicado rubio almendrado. Sus facciones eran suaves, simétricas y sus labios carnosos. Además, poseía unas piernas de infarto y unas curvas perfectas.

Los hombres se volteaban a verla y ella disfrutaba enormemente de su atención, al igual que mamá. Yo era todo lo contrarío, aunque eso nunca me importó demasiado.

El amor no significaba atención para mí.

—Y tú, estás tan… —Ladeo la cabeza observándome y lo pensó por un minuto —. Bueno, estás como siempre —me dio unos golpecitos en el hombro, antes de soltarme —. Muy saludable e inteligente. Supongo —. Se encogió de hombros.

Reí porque a pesar de ser tan distintas, la quería más que a nada.

—Quiero que me cuentes todo —le dije tomándola por las manos para darle un firme apretón. A pesar de que era mi hermana y le llevaba solo siete años, casi podía decir que era como mi hija. Eso hacía que la echase muchísimo de menos cada vez que no estaba —. Los lugares que visitaste, los desfiles a los que asististe —, alcé las cejas sonriendo —los hombres… —Su rostro se iluminó y de inmediato leí en su expresión que había alguien —. ¿Hiciste algo para cenar? —Dije finalmente mirando la cocina impecable tal como la había dejado —. Quiero que nos pongamos al día mientras cenamos.

—No, Elly… —Se quejó ondeando la bata abierta —. Creí que podrías hacerlo tú —. Realizó un puchero —. He llegado hace solo tres horas y estoy cansadísima.

—Podrías haber pedido algo —miré la hora y vi que pasaban de las nueve de la noche.

—No tengo dinero —. Me sorprendió que no tuviese para pagar una cena luego de un mes de trabajo. Sin embargo, no lo mencioné —. De hecho, quería avisarte que tuve que sacar algo de efectivo de tu fondo de emergencias porque necesitaba comprar algunas cosas.

—¿Fuiste de compras? —Me quité la chaqueta negra y los zapatos de tacón bajo —. Creí que estabas agotada y que habías llegado hace tres horas.

—¿Me estás interrogando? —Se horrorizó —. Lo estoy. Solo fueron unas compritas de nada. No me llevó demasiado tiempo y fue estrictamente necesario. No tenía ropa de cama… —Cruzó sus largas piernas y la picardía nueva que llevaba acaricio su piel dorada —. Larga historia que involucra una fiesta de piscina alucinante. Prometo contarte todo luego de que cocines algo para tu hermanita.

Sentí una ligera presión en la garganta. Odiaba tener que sacarlo a colación, justo cuando acababa de llegar. No obstante, creí que una vez que estuviese de vuelta las cosas cambiarían. Que ella cubriría al menos sus gastos personales.

No pude evitar realizar una mueca de disgusto y ella adivinó lo que ocurría.

—Sabía que te enojarías —Se sentó erguida, cruzándose de brazos —. Fue solo un préstamo.




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