Elly
Lo escuché tragar con fuerza, mientras caminábamos angustiados hacia el despacho del doctor Eliseo Meyer. Éramos como dos soldados que se dirigían a hablar con su superior y temblaban internamente.
Las grandes zancadas de Atlas eran del doble de las mías y me veía obligada a casi correr para seguirle el paso. Sin embargo, pronto se adelantó y me encontré clavando los ojos en la parte trasera de sus pantalones hechos a medida. La costosa tela se tensaba sobre sus caderas delgadas y músculos duros.
No podía apartar la vista y comencé a marearme. Lo cierto era que estaba sofocada y no podía echarle toda la culpa a nuestra pelea. Nuestro acercamiento hizo que me apremiaran sensaciones húmedas y temblorosas que desconocía.
Teresa tenía razón, su parte trasera era… Inspiradora, por decirlo de alguna forma.
Recordé lo cerca que habíamos estado, la forma en la que apretaba mis brazos y su rostro cerca de mi cuello.
Casi podía sentirlo y mi corazón palpitó con fuerza. Mi cuerpo latió de necesidad y el cerebro me gritó que detuviese esos pensamientos. Él no sentía nada por mí. Su reacción solo fue una consecuencia natural a la fricción y el calor del momento.
Él rechinó los dientes y alcé la mirada de golpe. Acababa de detenerse y estaba viéndome sobre el hombro.
—¿Qué estabas viendo?
—Nada —mentí —, vamos por favor.
—No —se dio la vuelta, me tomó del brazo para sujetarme con fuerza y rodeo mis muñecas con sus manos. Luego me miró con las fosas nasales dilatadas y los labios apretados —. Antes de entrar allí, tenemos que hablar. ¿No te parece?
—¿Hablar? —Sentí como si me hubiesen atado a una estaca y era imposible moverme —. No tienes que disculparte por lo que ocurrió, creo que fue una reacción normal…
—No estoy hablando de eso —. Dijo en voz baja y cuando me miró, mi corazón latió frenético contra mis costillas. Sus pulgares acariciaron el dorso de mi muñeca, hasta detenerse sobre el pulso acelerado. Las almohadillas de sus dedos eran suaves y calientes. Se sentía como si estuviese acariciándome con una pluma. Por lo que me pregunté como era posible que un hombre tan salvaje, fuese a la vez tan delicado en ocasiones —. Te dije que he soñado con tu olor y tu nombre, Elly… ¿Así te dicen? ¿Elly? —. Di un paso atrás, deseando escapar, pero mi columna chocó con la pared y volvió a atraerme hacia él —. Dímelo, Elly. ¿Por qué tu perfume y el aroma de tu piel me resulta tan familiar?
Continuo tentándome, acariciando con sutileza. Un roce más fuerte, una suave presión sobre las venas. Mis sentidos se arremolinaron agitados. Así que exhalando pesadamente, eché la cabeza hacia atrás, entreabriendo los labios. Él dejó la mirada fija en mi boca. Otro ligero roce de sus dedos contra la piel de mis muñecas. Una mirada. Un suspiro aleteando entre la corta distancia que nos separaba. Me apoyé en él y lo sentí inclinarse.
—Elly…, Atlas, ¿qué hacen allí? —Escuchamos la atronadora voz del doctor Meyer y nos separamos bruscamente, aunque Atlas no me soltó. Continuó sosteniéndome, como si temiese que fuese a escapar —. Los estamos esperando, ¿no estaban discutiendo nuevamente, cierto?
—No, todo lo contrarío —, dijo soltando mi muñeca y mi cuerpo palpitó por la frustración —. Estábamos aclarando algunos asuntos que nos facilitan la convivencia, en tanto uno de los dos es nombrado.
—Me alegra mucho escuchar eso. Quizás tengamos un poco de paz por aquí, de ahora en adelante —. Sacudió la cabeza —. Pasen y acabemos de una buena vez con todo esto —. No podía creerlo, pero tuve la sensación de que ninguno de los dos deseaba ir dentro.
Queríamos estar a solas.
Yo deseaba que continuase tocándome y él quería resolver sus dudas. Aun así, nos movimos al mismo tiempo sin volver a mirarnos.
—Quiero continuar con nuestra conversación —. Murmuró inclinándose para que lo escuchase.
—¿Cuándo? —Nos detuvimos antes de llegar a la puerta.
—Esta noche.
—No puedo, mañana tengo una audiencia preliminar temprano. Debo estar preparada —. Dije tratando de mantener la vista fija al frente y lo vi arrugar la frente por el rabillo del ojo.
—Bien, mañana por la noche y vamos a cenar.
¿Cuántas veces soñé con aquello?
Me mordí el labio decepcionada. Había ocurrido lo que siempre esperé y tenía que negarme.
—Tampoco puedo, el doctor Meyer me encargó producir pruebas fuera de la ciudad. Voy a regresar el viernes por la tarde.
—Elly —murmuró, antes de que entrásemos a la sala y sentí la frustración en el tono de su voz.
—Lo siento —percibí el vacío en el estómago y mi pecho experimento cierta tensión —. Hablaremos el viernes y te diré todo lo que quieras.
El doctor Orlansky, suspiró hondamente y levantó la vista hacia nosotros al vernos entrar.
—Por fin. Creímos que se habían trenzado nuevamente en el camino —. Alzó sus ojos oscuros, enmarcados en gruesas cejas negras.
—Por favor tomen asiento —, nos indicó mi mentor —. Iremos al grano. Sabemos que ambos quieren ocupar mi silla y me siento halagado por ello —. Atlas y yo tomamos asiento frente a dos de los socios más antiguos de la empresa.
—El problema es que sentimos que el asunto se nos está yendo rápidamente de las manos —dijo Bernard Orlansky dándole unos golpecitos a la mesa con un fajo de documentos —. No es ningún secreto que Atlas es mi candidato.
—Y, Eleonor, la mía —aclaró el doctor Meyer con tanto entusiasmo que me sentí como si fuese un caballo al que le estaba apostando. Aun así le sonreí por el voto de confianza —. Ella es sumamente aplicada y competente en cada petición o postulación que realiza.
—En cuanto a Atlas a fines prácticos es una estrella en el fuero civil y comercial —. Orlansky, defendió a su pupilo —. Su presencia nos representa un alto porcentaje de los ingresos brutos.
—¿Eso qué significa? —Pregunté acalorada —. ¿Qué, como tengo menos clientes, debería dar un paso al costado?
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Editado: 30.09.2024