Elly
—¿Me esperas en el estacionamiento, cielo? —Preguntó Teresa abriendo su agenda, mientras yo me apoyaba en la pared de policarbonato de su cubículo —. Tengo que hacer una llamada para confirmar tu vuelo —tomó el teléfono para marcar —. Además de realizar el pago del crédito por tu casa porque se vence hoy —. Frunció los labios —. Es una estafa que te cobren tanto por una casa tan pequeña y en barrio tan… —Alcé la vista, esperando que acabase la frase —. Pintoresco. No me mires así, parece que pagas por un piso completo en la torre Gelly.
Negué con la cabeza riendo entre dientes.
—En ese momento, no tenía demasiadas opciones, era eso o vivir bajo un puente y no iba a llevar a mi hermana a la calle. Así que, le vendí mi alma al usurero de turno. Por lo que ahora pago por un cuchitril el valor de un piso en la torre Gelly, que nunca tendré.
—No con esa hermana —le lancé una mirada de advertencia, acomodándome las gafas —. Ups… Se me escapó —. Se llevó la mano a boca para cubrir una risita traviesa.
—Por supuesto, pero ya que hablamos de Sara, necesito que le des acceso a mi cuenta —. Dije con indiferencia colocando dos carpetas que llevaba en las manos en mi maletín.
—¿Tú por qué harías eso? —Se sorprendió y apoyó el teléfono de línea sobre su pecho —. Acaban de depositarte una prima jugosísima, que creí gastarías completamente en tu nuevo cambio de imagen.
—Bueno, no voy a estar en casa por varios días y necesitará dinero para sus gastos. Es mejor eso a que me llamé a cualquier hora para pedirme que le envíe.
—Lo mejor sería que no te pidiese dinero para nada, ya es bastante mayorcita —objetó incisiva —. Creí que estuvo fuera un mes trabajando.
—Por ese trabajo no cobró un céntimo—alzó las cejas sorprendida —. Era como una especie de pasantía no paga. La agencia solo se hacía cargo de los viáticos —. Se mordió la lengua para no decir nada, pero con solo una mirada pude adivinar lo que estaba pensando —. No me mires así.
—Yo no he dicho nada sobre la forma en que dejas que tu hermana se aproveche de ti —. Ladeo la cabeza y sonrió con inocencia.
—No se aprovecha de mí, porque prometí apoyarla en su carrera para que no tuviese que pasar lo que pasé yo. Estudiar y ganarse la vida deteriora el espíritu. Ella es como mi hija y lo sabes.
—Lo tengo clarísimo —. Estiró la última sílaba —. Solo que la niña se aprovecha —. Se encogió de hombros —. Ya tiene veintitrés años, bien podría trabajar, mientras sigue buscando ser famosa o lo que sea. Porque estudiar, no estudia.
—Creo que nunca nos vamos a poner de acuerdo en este tema.
—Pues no. Porque ya te he dicho que tu hermana se carga un resentimiento mortal contra ti. Solo que eres demasiado buena para verlo —. Puso el mentón sobre su mano y apoyó el codo sobre la mesa —. Hablando de ver —suspiró con aire soñador —. ¿A quién no sabes quién te está viendo desde el cubículo de su secretaría como si quisiese comerte? —Estuve a punto de darme vuelta, antes de que Teresa me sujetó del brazo para evitarlo —. No, Elly. No te des vuelta o vas a dejarnos en evidencia.
Hizo un gesto con la mano si levantar la mirada.
—Entonces deja los misterios y dímelo de una vez —. Se irguió haciéndose la interesante.
—Atlas Lentton —hizo una pausa y levantó la barbilla —. Te has sonrojado —. Añadió, arqueando una ceja —. Te gusta —. Abrió la boca unos segundos para luego cerrarla y entrecerró los ojos —. Por eso me convenciste de que dejase de babear por él. Simplemente, no querías un poco de competencia. ¡Tramposa! —Agitó la mano —. De haberme dicho antes que compartimos crush, te lo hubiese cedido. Te quiero como si fueses mi segunda hija y nunca le robaría el novio a mi hija —se echó hacia atrás en su asiento —. Tengo códigos, preciosa. ¡Me ofende que creas que soy una roba novios!
—Eso no es cierto, no creo que seas eso y Lentton no es mi crush —me defendí en voz baja—. Te lo dije que lo dejaras estar porque te mereces algo mucho mejor, como Meyer, por ejemplo.
—¿Eliseo Meyer? —Preguntó horrorizada —. Ahora sí que se te zafó un tornillo.
—¿Por qué? —Continué hablando por lo bajo por si la asistente de Baker regresaba de almorzar —. Es agradable, atractivo, alto, muy rico y todo un caballero.
—Demasiado caballero, diría yo —. Dejó el teléfono y puso un bolígrafo en su boca —. Está chapado a la antigua y yo quiero un hombre rudo. Me gustan un poco marranos como Atlas, debe de ser un cochino —. Tuve que contener una carcajada al verla morderse el labio —. Aunque si no me puedo quedar con ese guerrero, mejor que te lo quedes tú que otra.
—Ahora tú eres la que está delirando —tomé mi maletín y los documentos que tenía que revisar para la vista preliminar, que descansaban sobre su escritorio de forma ordenada —. Te espero en el estacionamiento.
Quería contarle, me moría por hacerlo, aunque ese no era el sitio. Los cubículos solían tener oídos y boca.
Teresa era lo más parecido a una mejor amiga que tenía y ocultarle durante un mes ese secreto había sido difícil. Solo le conté a Sara y me arrepentí de inmediato. Ella estaba segura de que él no me recordaría y me sugirió que lo olvidase para no salir lastimada. Temía que Teresa coincidiese.
Además, me aterraba confesarle lo que hice porque me echaría una buena bronca cuando le dijese que no nos habíamos cuidado. Atlas me dijo que no tenía protección y le mentí diciéndole que no debía preocuparse.
Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Quizás simplemente no quería que la oportunidad se escapase de mis manos. Por suerte mi periodo se presentó una semana después y logré respirar tranquila. Lo último que necesitaba era un problema como ese. Tener un hijo con un hombre que ni siquiera me recordaba y probablemente me odiaba.
—Sí, claro —la escuché decir a mi espalda casi gritando —.¡En el estacionamiento! ¡Me vas a estar esperando en el estacionamiento! ¡Voy en quince minutos! —La miré sobre el hombro con las mejillas encendidas, y luego fui con la cabeza gacha hacia el elevador. Avergonzada por el intento de Teresa de hacerle saber a Atlas donde podía encontrarme, para emparejarnos.
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Editado: 30.09.2024