No hay leyes para amarte

Deseo animal

Atlas

«Es una fea que se cree muy inteligente…». Eso fue lo que me dijo Ignacio Baker cuando le pregunté si conocía a Eleonor Pizzino. Y me preguntaba si la creí realmente fea o la odiaba porque lo superaba ampliamente.

Porque, tal vez yo estaba afiebrado, loco o realmente me había hechizado como creía por momentos. Ya que, fea, era la última palabra que se me venía a la cabeza al pensar en ella.

Solo se me venían palabras como:

«Intransigente». Tal vez.

«Irritante». Por supuesto.

«Testaruda». Obviamente.

«Deseable». De hecho me encontraba ardiendo por ella.

¿Pero fea?

Eleonor, era la mujer más sedosa, tentadora y fascínate que había estado entre mis brazos. Una criatura única que dejaba a las demás mujeres como burdas y postizas.

Tenía el cabello largo de un color casi tan negro como el mío. Una pequeña nariz respingona, la piel delicada, sin una gota de maquillaje y unos labios suaves, rosados que instaban a ser besados.

Volví a besarla y abrió vacilante la boca, tampoco me dejó explorarla como tanto quería. Así que me limite a darle suaves mordiscos y toques húmedos para alentarla a abrirse un poco más para mí.

Aquella reacción me tomó por sorpresa. No esperaba que fuese tan inocente y pronto supe que me estaba metiendo en un callejón sin salida.

—¿Es la primera vez que te besan, Eleonor? —Pregunté con ternura, acariciando con mi boca su barbilla.

No tenía idea de como lo supe, no obstante vino a mi mente como una certeza y me pregunte si acaso me lo había dicho la noche que la tomé estando ebrio. Hacía un enorme esfuerzo por recordar sobre que hablamos y me enfurecía tener solo algunos destellos fugases.

—La segunda —dijo en un hilo de voz y me sentí absurdamente celoso del primero que la había tenido entre sus brazos —. La tercera en realidad. Un chico me beso en la escuela, aunque creo que fue más un choque de labios y luego tú esa noche en el estacionamiento… —Su voz se apagó.

De pronto recordé que hice mucho más que besarla y me sentí miserable. La había tomado en mi coche como un animal hambriento y era la primera vez que estaba con un hombre. Ella supo en lo que estaba pensado. Porque la timidez se apoderó de su rostro.

—No te sientas culpable —murmuró —. Yo quería y fuiste muy cariñoso. Es todo lo que alguien como yo puede llegar a soñar.

Me parecía increíble. Debía tener al menos veintiocho años y ningún hombre la había tocado. Costaba creer que nadie se hubiese sentido atraído hacia ella, tentado por su dulzura.

—¿Cómo es posible? ¿Te tenían encerrada en una torre o algo por el estilo?

—Era un poco tímida, nada deslumbrante y tenía otras prioridades como cuidar de mi hermana. No era una de esas chicas a la que los chicos se quedan mirando.

—Yo no podría haber apartado mis ojos de ti. No nos metas a todos en la misma bolsa.

Apreté mis labios contra los suyos, cegado por la atracción que ejercía sobre mí. Cada vez que estaba cerca. Me sentía como un lobo a punto de devorar a un cordero acorralo y era incapaz de evitar que las manos me quemaban por el deseo de levantar la falda a través de sus piernas. Odiaba que fuese tan largo.

Hundí mis dedos en la carne de sus muslos sobre la tela.

Estábamos solos en ese pequeño lugar, pegados, con la temperatura subiendo junto con nuestros gemidos. Aún no entendía como no había perdido la cabeza.

Sin embargo, hice un enorme esfuerzo. La asustaría y no quería eso. Ya habría tiempo para desojarla como una flor. Ella merecía más que una bestia tomándola contra una pared en el elevador. Además, tendrías que bajar de un momento a otro.

Subí la mano hacia su rostro y le besé con delicadeza la comisura de los labios. Por lo que el temblor que sacudía su cuerpo, ceso. Aunque se mantuvo con los ojos cerrados, inmóvil y conteniendo el aliento.

Dulce… Mucho más de lo que hubiese deseado. ¿Cómo iba a dejar de pensar en ella luego de haber probado el sabor que tenían sus labios?

Incluso en ese momento, me costaba mantener a raya el deseo de explorar su piel. Si solo no hubiese llevado ese anticuado atuendo negro con el escote tan alto que le llegaba a la base del cuello y esas mangas. Eso era el peor. No se veía un centímetro de piel descubierto y cuanto quería verla.

La atracción hacia ella imparable. Todo mi ser se acercó más, mis manos se enterraron en su cabello, y mis labios flotaron sobre su mandíbula temblorosa.

—Prometo cuidarte la próxima vez —. Que me condenarán si no había otra y otra vez. Mis labios gravitaron sobre su mejilla. Tantas mujeres y nunca me sentí tan ansioso o adolorido como con ella —. Ahora déjame besarte antes de que deba dejarte ir nuevamente. Ábrete para mí, bruja —. Le supliqué a un suspiro de su boca, saboreando su aliento. El sutil aroma a café, mezclándose con el aroma a coco de su piel —. Si no te hubieses marchado dejándome solo y dormido en el coche, no habría cometido tantos errores de los que ahora me arrepiento. Desde que desperté esa madrugada he pensado en ti. No sabía si fue un sueño o me estaba volviendo loco y después ocupaste todos mis pensamientos cuando decidiste robarme mi puesto soñado.

—Yo no…

—Shh… —La callé, acercándome un milímetro más. Eleonor separó los labios y respiramos juntos —. Déjame terminar —. Su cuerpo se estremeció entre mis manos —. No puedo creer que sean la misma persona.

Puso su mano en mi mejilla para luego quitarla y quise que me tocase de nuevo. Ansiaba el más inocente de sus contactos con una intensidad que desconocía que era capaz de experimentar.

—¿Qué errores cometiste? —Quiso saber y la miré sin tener idea de qué decir.

¿Qué le diría? ¿Qué era un promiscuo que no recordaba la mayor parte de su estadía en Europa?

—Nada que no pueda dejar atrás para poder ver hacia el futuro —dije, viéndola ruborizarse —. Te has sonrojado —señalé para desviar la atención hacia ella.




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