No hay leyes para amarte

Daño y perjuicio

Atlas

—¡Para! —Gritó Sara aferrándose al salpicadero —. ¡Para Atlas! —Volvió a chillar —. ¡¿Es que acaso quieres matarnos?!

Bramé dejando escapar una retahíla de palabrotas.

No podía creer lo que acaba de decirme, simplemente no podía.

Inmediatamente, giré como un loco bruscamente a la izquierda y los neumáticos chirriaron en el asfalto. Tomé una curva pronunciada apretando el acelerador y la gravilla al costado de la calzada, saltó golpeando la carrocería del coche.

—¡¿Es que te has vuelto loco?!

La escuché sollozar histérica y me sentí despreciable, por lo que me eché a una orilla, antes de pisar el freno tan bruscamente como iba conduciendo. Nos detuvimos en una violenta sacudida y la oí gemir aterrada.

Sara se sostuvo con fuerza para no salir despedida por el parabrisas y se quedó allí unos minutos sollozando, temblando como un conejo asustado. Mientras yo respiraba con dificultad, sujetando el volante con fuerza y con mis ojos clavados en ella.

Una vez que el pánico comenzó a desaparecer, me miró con tanta rabia como yo a ella. Luego, volvió a bajar la vista y jadeo de dolor.

—No creí que reaccionarías de este modo… —Balbuceo —. Quiero irme. Me niego a hablar contigo hasta que dejes de comportarte como una bestia —dio vuelta el rostro para no enfrentarme.

—¡Ni sueñes que voy a dejarte para que pienses una mejor manera de despellejarme!—Le grité con voz áspera y furiosa. Mientras ella solo se limitaba a negar encogiéndose en su sitio —. ¡Mírame a la cara! —Rugí.

—¡¿PARA QUÉ?! —Repuso con el mismo tono hosco que yo acababa de usar —. ¿Para qué me sigas tratando como a una mentirosa? —Giró su cabeza hacia la ventanilla y la tomé por la barbilla para obligarla a mirarme a los ojos —.¡No lo soy Atlas, no soy una embustera!

Hundí mis dedos en mi cabello y lo jalé deseando poder arrancármelo.

—Es que no puedo creerte —. Traté de calmar mi respiración, pero me fue imposible —. ¡Maldición! —Golpee con la mano abierta el volante —. Me has llamado cientos de veces en la última semana y ni una sola vez se te ocurrió mencionar algo tan importante —. Menee la cabeza —. Voy a intentar calmarme si prometes ser completamente sincera —. Mis puños se crisparon nuevamente como la evidencia de que era imposible —. ¿A qué juego estás jugando Sara?

Sara me observó con recelo, bajo la brillante cortina de cabello rubio, antes de incorporarse.

Era una belleza que hacía unas semanas había deseado ver en mi cama. Aunque en ese momento ni siquiera podía verla sin lamentar haberla conocido.

¿Qué le diría a Elly al llegar cuando me preguntase qué ocurrió? ¿Qué tal vez estaba esperando un hijo con una mujer que no creí volver a ver?

También pensé en mis padres, ¿qué les diría a ellos?

—No es ningún juego —apreté la mandíbula —. Es la verdad —. Sus ojos centellaron de furia y sonrió con frialdad —. Estoy embarazada y es un hecho que no vas a poder cambiar, así destruyas a patadas el coche o nos estrelles contra un poste.

—No te creo nada —. Articulé cada palabra con rabia.

Tomó el bolso y sacó un sobre blanco.

—No necesito que lo hagas porque esto es más que contundente.

Agitó el sobre con seguridad y vi el membrete del laboratorio Hudson.

El test era real. Maldición. No había forma de que lograse conseguir un análisis alterado porque ellos eran tremendamente celosos con la seguridad. Por esa razón, Baker confiaba en ellos desde que prácticamente había fundado la firma. Era un resultado prácticamente irrefutable. Lo que decía era cierto, esperaba un bebé.

—Eso no prueba nada, solo demuestra que estás embarazada —me pellizqué el caballete de la nariz nuevamente para no arremeter otra vez contra el volante —, lo que no significa que yo sea el padre.

—¿Eso que quiere decir? —Me pregunto con el rostro rojo.

—Quiere decir que opino que ni siquiera sabes de quién es el padre de tu hijo y me lo quieres achacar —. Arranqué el resultado del análisis de sus manos y lo observé con toda la calma que me era posible. No había dudas. Cerré los ojos un momento deseando que aquello fuese un sueño. «¿En qué me metí?» —. No vas a tirarme el muerto encima tan fácilmente, Sara. Te lo advierto. No soy uno de esos tipos que sueles frecuentar con pocas luces y una billetera muy grande.

Durante un breve instante me miró con el rostro desencajado y luego apartó su mirada de la mía, sosteniendo el bolso con fuerza, como una chiquilla caprichosa.

Enojado por su actitud, la sujeté con fuerza del hombro y la obligué a darse la vuelta. Si iba a mentirme con algo como eso, debía darme la cara y sostener sus dichos mirándome a los ojos.

—Me estás haciendo daño. Ya suéltame —me pidió sacudiendo el hombro para liberarse.

—Entonces no me obligues a hacerte hablar a la fuerza si es necesario. Quiero la verdad y la quiero ahora.

Se sentó en un lado del asiento y me encaró.

—¿Quieres la verdad? —Asentí y enmarcó una ceja desafiante—. La verdad es que estoy embarazada y este hijo es tuyo. Por mucho que eso te disguste y no voy a decir que puedo arreglármelas sola porque no sería cierto. Te necesito a mi lado, por mucho que eso te asquee.

Sentí como si acabasen de lanzarme un cubo de agua helada. ¿Acaso esperaba que casase con ella?

La idea de casarme con esa mujer que tenía frente a mí, me asfixió. No porque le tuviese miedo al compromiso.

Desde que mis amigos, Lena y Eros me dieron el honor de ser padrino de una de sus gemelas. Comencé a fantasear sobre como sería tener una familia como la de ellos. Incluso estaba seguro de que podría ser un buen padre, pero no quería tener un hijo con alguien como Sara Ghetti.

Conocía a suficientes mujeres como para saber que ella no era del tipo de chica que podría sentar cabeza algún día.

Le gustaba ir de fiesta en fiesta, sentirse admirada por cualquier tipo de hombre. A todos les daba alas y saltaba de cama en cama sin siquiera saber como era que llegaba allí.




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