Elly
Atlas no me llamó tal como habíamos quedado y tampoco respondió ninguno de mis mensajes. Sin embargo, tratándose de la mina de oro de la empresa. Creí que estaría inevitablemente ocupado. Tal vez se encontraría reunido con clientes o en tribunales.
No quería pensar en la posibilidad de que se hubiese arrepentido de romper con la mujer que salía y tuviese miedo de decírmelo. Tenía las emociones demasiado a flor de piel como para hacerle frente a la idea.
Aunque no pude evitar sentirme una tonta al embutirme el vestido rojo que Teresa me había enviado. Me cepillé el cabello, antes de colocarme las lentillas de contactos y maquillarme tal como ella me enseñó.
Un Uber me llevó al coctel donde Eliseo anunciaría su retiro, y realizaríamos networking. La mayoría de los eventos eran solo una pantalla para lo que verdaderamente importaba. Hacer negocios y conseguir clientes.
Así que, el doctor Meyer me pidió que estuviese especialmente deslumbrante para los clientes más ricos y no podía defraudarlo. Necesitaba los prospectos, porque por muy enamorada que estuviese de Atlas, no pensaba dejarle el camino libre. Y si emperifollarme como si fuese una entrega de premios era lo necesitaba. Pues era lo que iba a hacer.
Vi a Teresa agitando su mano, cuando el coche se detuvo lentamente en el bordillo y me apee del vehículo, luego de entregarle un par de billetes al conductor, mientras le decía que se quedase con el cambio.
—¡Estás preciosa! —Se llevó las manos a la boca emocionada, contemplando su trabajo —. Que me parta un rayo si no salimos esta noche con una lista más larga que la de Lentton —. Me abrazó afectuosamente —. Te he echado tanto de menos… La oficina no es lo mismo cuando no estás. No sé si alguna vez te he dicho esto —dijo con solemnidad —, eres como la hija que nunca tuve.
Lancé una carcajada.
—¡Pero si tú ya tienes una hija!—Exclamé y meneo la cabeza haciéndose la loca.
—Bien… —rodó los ojos —, eres como la hija que sí me habla a diario y no como la que solo me llama cuando necesita dinero —bufó y ambas reímos, tomándonos de las manos, en tanto nos acercábamos al lobby del hotel donde se llevaría a cabo el coctel.
En cuanto puse un pie en la recepción, me sentí fuera de mi elemento. Sentía todas las miradas sobre mí y tuve el impulso de cerrar mi abrigo para evitar que viesen lo que llevaba debajo. ¿Creerían que me veía ridícula?
Sentí como me sonrojaba, cuando el guarda nos hizo una señal para que pasásemos.
—Adelante, por favor —dijo realizando una tilde roja a la lista que llevaba en las manos —. Nombre por favor.
—Eleonor Pizzino y su asistente —El hombre alzó la vista y recorrió el vestido que llevaba con detenimiento. Sin siquiera intentar disimularlo.
Teresa estiró el cuello para asegurarse de que estábamos en la lista.
—¿La abogada? —Preguntó dándome un nuevo repaso.
—Si la abogada, hombretón y te aseguro de que está muy fuera de tu alcance. Así que ya déjanos entrar y deja de babear con mi jefa —replicó con impaciencia.
—Solo era simple curiosidad —le respondió, dándonos paso y Teresa ingresó con la altivez de una reina.
—Nací en el lugar y momento equivocado —murmuró, observando todo a su alrededor —. Debí ser la esposa de un magnate. De fiesta en fiesta —suspiró, dándole su abrigo y el mío a un joven que se acercó a recibirlos.
—Aún puedes serlo —la tenté y ella frunció los labios —. Solo debes darle la oportunidad a Eliseo. Él es rico y está a punto de retirarse. Supongo que querrá disfrutar la vida.
—Eso no lo había considerado —miró a un hombre que pasó a nuestro lado y sus labios se curvaron. Era una coqueta incorregible —. Supongo que no tengo otra alternativa que ponerme a tiro de Meyer. Me ofreciste como un pedazo de carne —se encogió de hombros —. Al mal paso, darle prisa, ¿no? —Estiró el cuello regordete —. Mejor que lo vaya a buscar de una vez.
Sonreí observando la masa de hombres trajeados e impecables. En su mayoría acompañados de mujeres elegantísimas y guapas. Aunque ninguna parecía haber optado por un modelo tan revelador como el que yo llevaba y por un momento desee poder estrangular a mi asistente.
—Voy a estrangularte —mascullé entre dientes.
—¿Y eso por qué? —Me miró alzando las cejas y cruzando los brazos sobre su generoso pecho realzado por un escote provocativo.
Iba a tener que darle una pastilla para la presión al doctor Meyer o no sobreviviría la noche al toparse con ella.
—Todos me están mirando —señalé con el mentón a un grupo y una sonrisa radiante iluminó su rostro —. Tengo el impulso de correr, a esconderme en el baño. Estoy haciendo el ridículo. Si Atlas me ve así… —Tragué saliva, repentinamente ácida al recordar que ni siquiera estaba segura de si querría verme.
Todo había sido perfecto y de pronto se esfumó. La montaña rusa en la que me monté cuando me besó en el elevador se enfiló cuesta abajo abrumadoramente rápido. ¿Si todo fue un truco para sacarme del juego?
—Va a caer de rodillas, cariño… —Sacudió la cabeza —. ¿Por qué crees que te están mirando? —Preguntó con curiosidad.
—Porque parezco un sapo de otro pozo. La gente no para de verme y susurrar.
—Sí, porque estás alucinante —se inclinó —. De nada —disparó con la mirada brillante —. Los hombres no pueden apartar la mirada de ese vestido y las mujeres te odian porque no solo eres hermosa, sino inteligente. Si se enteran de que también cocinas de maravilla, van a comprar un muñeco vudú para colocarle tu cara —. Se estremeció divertida —. Seguramente hablan de que Meyer te tiene en tan alta consideración por algo. Brujas —. Se frotó las manos —. Espera que vean como coqueteo con él toda la noche y las saco de su error.
—Creí que no te gustaba.
—Podría casarme con él para darles de que hablar a todas estas arpías—. Entrecerró los ojos con malicia —. Voy por algo para ponernos a tono.
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Editado: 30.09.2024