No hay leyes para amarte

Golpe bajo (Parte tres)

Elly

Mantuve a raya los deseos de llorar durante todo el trayecto a casa.

Que triste era que mi propia hermana fuese tras el único hombre que me había interesado. ¿Por qué? ¿Acaso me culpaba de qué mamá nos dejase por ir tras unos de sus amantes?

De todas maneras, antes de irse ya no podíamos contar con ella y yo me convertí en madre demasiado joven.

Mire por la ventanilla recordando como la acurrucaba y cantaba al oído para que no tuviese que escuchar lo que ocurría tras la puerta.

Pensé con melancolía en mi primer trabajo en la pizzería cerca del departamento asqueroso en el que vivíamos. Y lo feliz que fui por poder comprarle algo de ropa y útiles para que las demás chicas en la escuela no se burlasen de ella como lo hacían conmigo.

El gerente me veía a diario revisando el contenedor que se encontraba en la parte trasera del local. Al salir de la escuela, enviaba a Sara a casa y me detenía a buscar verduras buenas o lácteos a punto de caducar. Hasta que un día helado de junio me llamó y me ofreció que limpiase el lugar antes de que los demás empleados llegasen.

Sonreí, pensando en lo emocionada que me sentí, aun si apenas recibía algo de dinero. Pero no solo me pagaba bien, sino que me llevaba la ropa que sus hijas ya no usaban.

A menudo me decía que cada vez que me veía, le entristecía al pensar en que ellas era apenas mayores. Y cuanto deseaba poder hacer más, sin embargo, explicarle a su esposa que protegía a una jovencita podía ser difícil.

Trabajé con él hasta que cerraron un poco después de que cumplí la mayoría de edad y a veces imaginaba que también era mi padre.

Nunca tuve amigas reales o novio, porque siempre estuve más preocupada por sobrevivir y mantenerla a salvo que cualquier otra cosa. En cambio, procure que tuviese una infancia y adolescencia lo más normal posible.

Solo me permití ser una joven común en mi diario o en mi blog. Y siempre me sentí muy sola. Me resigné a que nunca me enamoraría, a ser invisible, estar en segundo plano. Hasta que Atlas apareció y creí que ya no volvería a sentirme tan sola. Al menos podría permitirme una ilusión y ni siquiera eso me pertenecía.

—¿Vas a estar bien? —Me preguntó Nacho apagando el motor frente a mi casa —. Puedo quedarme un momento si lo necesitas —. Negué con la cabeza. Si conocía lo suficiente a mi hermana, estaba segura de que aparecería en cualquier momento y quería tener sus cosas empacadas para entonces.

—Voy a estar bien —Respiré profundamente y abrí el bolso para sacar las llaves, luego volví a cerrarlo ignorando el móvil. Lo había sentido vibrar contra mi pierna todo el trayecto —. Te agradezco que me hayas traído y que volvieses por mi abrigo.

—No es nada, aunque creas lo contrario —sonrió —. Soy un caballero —. Sabía que quería preguntarme sobre lo que vio frente al hotel, pero agradecí que fuese discreto y pensé que quizás lo había juzgado con demasiada dureza en el pasado —. ¿Tienes mi número, verdad?

—Teresa lo tiene.

—Siéntete libre de usarlo, estaré en menos de cinco minutos aquí si lo necesitas —. Lancé una carcajada oxidada y coloqué mi mano en su rostro inclinándome para darle un beso en la mejilla.

—Lo tendré en cuenta y muchas gracias de nuevo —. Le dije antes de abrir la puerta del coche y bajar.

Caminé hacia la puerta, apretando el abrigo y me di la vuelta una vez que coloqué la llave en la cerradura.

Lo saludé con la mano, cuando encendió el motor, tocó el claxon y aceleró para perderse en la calle desierta.

En cuanto entré a casa, lancé el bolso sobre la mesa, busqué un par de bolsas en la gaveta y fui directamente a la habitación de Sara.

De pronto sentí como la furia crecía en mi interior a medida que la decepción y la tristeza desaparecía.

Abrí los las puertas de su armario y descolgué los ganchos con lágrimas en los ojos.

Odiaba que un hombre hubiese abierto una brecha entre nosotras; sin embargo, no se trataba de Atlas. Era sobre nosotras y la horrible forma en la que había decidido traicionarme metiéndose en la cama de alguien que sabía de sobra era importante para mí. Sin mencionar que tuvo el descaro de pedirme ayuda para que no dudara de su embarazo. ¿Estaba realmente embaraza?

Atlas dijo que dos análisis de sangre, decían que lo que estaba, pero… ¿Realmente era de él?

Saqué uno de sus cajones de un tirón, no iba a darle una sola oportunidad de enredarme con sus mentiras como siempre lo hacía.

Estaba a punto de vaciarlo, cuando vi mi diario entre sus camisetas y pijamas.

Dejé el cajón sobre su cama y tomé el diario con el ceño fruncido en el mismo momento que Sara entró a su habitación como una tromba.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó con altivez al verme.

—¿Por qué estaba esto entre tus cosas? —Sara bajó la vista y se quedó inmóvil.

—Yo qué sé —dijo a la defensiva —. Lo encontré por ahí y lo guardé aquí para dártelo —se encogió de hombros —. Olvidé de llevarlo a tu cuarto. Eso es todo —. Sonaba ofendida —. No sé por qué me estás mirando como si fuese una delincuente, pero creo que la ofendida debería ser yo —. Escondió la sorpresa y el pánico bajo una actitud altanera —. ¿Qué significa todo este desastre? ¿Esos son mis vestidos de diseñador de la campaña de primavera-verano? —Preguntó horrorizada, señalando la bolsa de plástico llena hasta el tope —. Cuando salgo espero que mis cosas…

—¿Qué hiciste con esto, Sara? —Levanté el cuaderno en el aire —. Hablaste de mi diario cuando llegaste, ¿por eso lo tomaste?

—¡Ya te dije que lo vi en el sofá y decidí guardarlo! —Agitó las manos —. Estás un poco paranoica, me parece, ¿qué podría hacer yo con tu condenado diario? —Nos miramos en deliberado silencio —. ¡No vas a tratarme como si fuese una delincuente, Eleonor!

—¡Cállate! —Arrojé el diario sobre la cama —. No vas a librarte de esto haciéndote la tonta como siempre —. La apunté con el dedo —. ¡Te trato como una delincuente porque eres una mentirosa! —Abrió una mano sobre su pecho y adoptó una expresión ofendida —.¡Has mentido sobre estar embarazada! —Había dos análisis, aunque no podía dejar de pensar en lo que hablamos cuando llegó. Me costaba creer que fuese tan calculadora como para armar una mentira tan elaborada; sin embargo, estaba muy confundida y alterada como para pensar con claridad.




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