No llores, mi Princesa

CAPITULO 16

Afuera del bar, recostado contra la fría y húmeda pared, observo la lluvia y saboreo mi cerveza. Adentro, el escándalo sigue con sus quejas, amenazas vacias, e insultos hacia nuestro nuevo enemigo. Termino de vaciar mi jarra cuando la puerta se abre y Mancha sale.

—¿Preocupado? —inquiere Mancha, ofreciéndome un cigarrillo. Callado, lo tomo y lo enciendo. Observo cómo el humo se disuelve por el aire —. Sabes que hiciste lo correcto, ¿verdad?

—Todavía tengo mis reservas —confeso, al mirar el tormentoso cielo.

—No podrás volver con esa tormenta —opina Mancha, mirando el cielo a su vez.

—Nop —confirmo.

—¿Qué piensas hacer?

—Esperar a que la lluvia cese...

—¡Qué bromista! Me refería a los Diablos.

—Yo no pienso hacer nada, Mancha —enfatizo con una sonrisa.

—Quieres que investigue, ¿me equivoco?

—Tu intuición es tan afilada, Mancha —me burlo —. Llévate a Navaja contigo, no estés solo.

—Y tú, ¿qué?

—Sé cubrirme las espaldas, no te preocupes. Por mientras, ningún miembro puede andar solo.

—Ven adentro, siempre es mejor que afuera.

—Prefiero la compañía de lluvia por el momento. De paso, llenámelo, ¿sí? —le pido, tendiéndole la jarra.

—Vale, jefe.

Apenas Mancha se sumerge en la bulla y el humo, vuelvo a mirar al cielo. Nunca antes tuve que enfrentar situaciones peligrosas en ambas vidas. El cuervo tiene que enfrentarse con el clan de los Diablos, mientras que Alessandro debe buscar una solución al lío con Catalina.
Ambas situaciones son complejas y peligrosas.
Cansado, suspiro mientras me dejo mecer por la lluvia. Escuchar su salpiqueo sobre las tejas del techo me relaja, y poco a poco ideo un plan tan preciso como absurdo. Tan absurdo como eficaz y mortal.
Satisfecho con mi nuevo plan, abro los ojos. La incesante lluvia se convirtió en una llovizna. Observo por la ventana a Mancha tomando sin restricción con nuestros camaradas, y entiendo enseguida que no tendré a mi cerveza de vuelta. Así concluye mi noche entonces, con una sola cerveza.
Aburrido, tomo mi celular y me conecto a mi página de seguridad. Desbloqueo la pantalla, cuando varios mensajes de alerta me ponen nervioso: “Sin suministro de energía”. ¿Cómo es posible? Si no tengo corriente en casa, significa que Catalina está a oscuras. Esa idea no me gusta nada. Sin despedirme, me subo en mi moto y conduzco con prisa a su encuentro.
Me toma unos quince minutos para volver y darme cuenta que el vecindario está totalmente a oscuras. Maldiciendo entre dientes, acelero hasta llegar a mi hogar. Me detengo al frente, y con la llave, abro la puerta de la entrada.

—¿Catalina? —llamo, al entrar. Silencio, extrañado cierro la puerta —. Catalina —llamo con más fuerza. Sin esperar, me dirijo hasta su cuarto, vacío —. ¡Catalina!
El silencio es brutal: ¿se habrá ido? No, no tiene a donde caer. Verifico cada rincón de la casa, pero no hay rastro de ella. ¡Es absurdo!
Con mi celular enciendo la lámpara, y alumbro mi camino a mi paso. Y enseguida me petrifico… rastros de sangre. Con el corazón hecho un puño, sigo las manchas rojas en la cerámica blanca, cuando de pronto, escucho un leve sollozo detrás de mí. Giro, pero no veo nada. Despacio, bajo el foco hacia el piso, debajo del piano. Apago la luz, y sin movimientos bruscos, me arrodillo acercándome a Catalina acurrucada contra el piano. Sin percatarse de mi presencia, ella se balancea de un lado a otro con las manos tapándose los oídos, callando a como puede sus sollozos.

—Catalina, soy yo. ¿Me escuchas? —le pregunto con suavidad, sin gestos bruscos. Pero Catalina no parece estar en ese mundo—. Catalina, ¿te cortaste? —Ella para de balancearse, y temblando, alza la mirada hacia mí.

—¿Alessandro? —me llama ella, y de pronto la tengo entre mis brazos sollozando—. Volviste, ¿por qué te fuiste?

—Catalina —digo, intentando sacarme de su abrazo—, ¿te cortaste? —Pero, ella no me contesta. Siento todo su cuerpo temblar, y sus lágrimas mojar mi cuello. Inspiro hondo intentando controlar mis impulsos—. Catalina, necesito saber si estás bien. ¿A dónde te cortaste? —Nada, ella sigue apretándome el cuello como si su vida dependiera de ello. Mi paciencia llega a su límite, entre mi preocupación por la cantidad de sangre que vi en el piso y la tentación de mandar todo al carajo para tomar sus labios en mi boca—. ¡¡Catalina!! Escúchame, voy a activar el generador. Quédate aquí, ya vuelvo.

—¡No! ¡No, me dejes! —me suplica, atrapándome con la ayuda de sus piernas.

—Dios, Catalina. ¡Qué mújer más…! —Sin soltarla, llamo a Luca. “Luca, sí soy yo. Hazme un favor, métete en mi sistema eléctrico, y encienda el generador. … ¿lo tienes? … Sí, creo que sí. … ¿Tres horas? Está bien, gracias. Te debo una.”
Espero unos minutos, cuando escucho el generador encenderse y las luces volver pero con menos intensidad.
De inmediato, Catalina levanta la cabeza y examina a su alrededor como si se hubiera despertado de una pesadilla. —¿Mejor? —pregunto, aliviado de verla.

—Volvió la luz —dice, lívida.

—Sí, ya me di cuenta. ¿Qué te paso? ¿A dónde te cortaste?

—¿El corte? Ah sí… el corte, es mi mano —dice, y me la enseña.

—¡Cómo te pudiste…! Déjalo, vamos a la cocina —me levanto con ella a rastras, cuando miro sus pies—. ¿Estás descalza? Catalina, es increible lo poco que te cuidas —maldigo, alzándola de nuevo en mis brazos para ponerla en la esquina vacia de la isla—. ¿Fue con la copa?

—Sí, lo siento.

—¿Te estás disculpando? No jodas, Catalina. Quédate aquí, voy a traer todo lo que necesitas. —Doy la vuelta, y abro la tercera gaveta. Allí, al fondo, saco el botequín para las heridas graves y vuelvo con ella—. Dejame ver esa mano. Lo haré con cuidado, no te muevas —le pido. Y con mucha precaución, le quito las compresas llenas de sangre—. Eso no se ve bien, Catalina. ¿Confias en mí?




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