No llores, mi Princesa

CAPITULO 18

CAPITULO 18

Entre la destreza de Lee al volante y Luca de copiloto no nos toma mucho tiempo para llegar a la estación de trenes. Sin perder un segundo, salgo con Lee y nos adentramos en la masa de gente que gesticula por toda la estación. Bajo las instrucciones de Luca, vamos directo para las oficinas de seguridad. Toco a la puerta, y uno de los guardias me abre.

—¿Sí? —pregunta el guardia, reprimiendo un eructo al tragarse media dona de chocolate entera. Con asco, lo veo masticar con la boca apenas abierta mientras se limpia las manos grasientas sobre su uniforme gris con negro. Luego ajusta su gorra del mismo color y nos mira con pereza.

—Somos de la empresa de Seguridad ISF —dice Lee, enseñando una tarjeta de visitas medio segundo antes de volver a guardar—. Necesitamos verificar las grabaciones del día de hoy —explica, al abrir la puerta y pasar a la par del guardia sin siquiera pedir permiso. Sin esperar a que el guardia pudiera contestar, Lee ya está sentado y trabajando en la computadora con su llave USB insertada en la central.

—¿Para qué asunto dijo que era? —pregunta finalmente el guardia, rascándose la nuca de perplejidad, antes de servirse otra dona de la caja rosada sobre la mesa de metal al centro de la sala.

—Seguridad —repito serio—. Esa dona tendría  mejor sabor con un café —opino.

—Ni me lo diga, aquí a nadie le importamos. Esa máquina tiene meses de estar sin funcionar. Ahora, tenemos que ir hasta la cafetería en la plaza como cualquier cliente —se queja el guardia.

—Si quiere le puedo traer uno —ofrezco.

—¡¿De verdad!? Si no le molesta, pero no le diga a nadie…

—Será nuestro secreto. Es más si quiere, invito. Podríamos ir juntos —digo, tentándolo.

—No puedo irme, si el teléfono suena no hará nadie para contesta —se preocupa el guardia, lamentándose.

—Yo contestaré —dice Lee.

—Bueno será solo un momento. Supongo que puedo cerrar la oficina unos diez minutos. Nadie, tiene porqué enterarse.

—Nosotros no diremos nada… —dice Lee con una sonrisa.

—En absoluto —confirmo, llevándome al guardia para charlar un poco y dejar a Lee trabajar.

El guardia camina feliz conmigo hasta la tienda de café. El pobre no debe tener mucha compañía en su sala. Mientras hacemos fila para ordenar, el reloj me avisa que me quedan diez minutos antes de comenzar con la reunión. No podemos faltar. Nervioso, observo la cajera tomar la orden de los clientes sin parar. Cuando nos toca, recibo un mensaje de Lee: “Hecho.” Contento pido cuatro cafés, y le doy uno al simpático guardia antes de despedirme con él.

—Sabe, no soy tonto. Gracias por tratarme bien, cualquier favor que necesite a la orden. Ofrece, al escribir su número de teléfono sobre el recibo de la cafetería.

—Gracias…

—Hernán, para servirle.

—Lo tendré en mente, Hernán.

Y de inmediato, dejo al guardia y me encamino con Lee hacia el coche. Adentro, Lee ya inició sesión en su computadora. Desde nuestros celulares, Lee y yo nos juntamos. Esta vez, yo tomo el volante y conduzco hasta encontrar un restaurante cómodo en los alrededores.

Hora y algo después, los tres nos desconectamos, frustrados. Mismo si todos los gerentes generales de las sedes estuvieron presentes, la reunión en sí no rindió tantos frutos como pensábamos. Los proyectos se estan desarrollando según lo previsto, a la excepción del contrato con el padre de Catalina. Después de todo, ¿cómo justificar un aplazamiento de la fusión de nuestras tres empresas por una corazonada? Al final de cuentas, lanzamos la papá caliente al departamento legal: es decir Luca.
Todos guardamos nuestro material en el cofre del coche y nos adentramos en el restaurante. Nada más con el olor a comida, apresuramos el paso para encontrar una mesa libre, agarrando de paso, el menú sobre el estante de la entrada.

Media hora después, la comida ya está servida y Lee come su hamburguesa chequeando todos los videos de la estación de trenes.

—¿Qué? ¡Cómo! —se exclama, casi estrangulándose con su hamburguesa.

—¿Qué pasa? —pregunta Luca, mirando por encima del hombro de Lee, el video.

—Viste lo que yo vi, ¿verdad? —pregunta Lee, sorprendido.

—Sí —confirma Luca. Y dos pares de ojos me miran en silencio.

—Me van a explicar, o se van a quedar mirándome todo el resto del día —pregunto molesto.

—Aquí va el resumen —dice Luca—. Catalina entra en la zona de los casilleros. Abre uno, recoge unas cosas y luego se va. La podemos seguir en las diversas cámaras de vigilancia hasta que de pronto no aparece en ninguna.

—Ella no puede desaparecer así no más —digo preocupado.

—Sola, no —concluye Lee.

—¿Piensas que recibió ayuda? —pregunta Luca.

—Sí. En los videos, ella no contesta a ninguna llamada. Y en la zona de los casilleros parece estar buscando algo. Por lo que veo, no creo que alguien la esté coaccionando.

—Lo cierto es que Catalina tiene una ayuda externa. Sola no podría desafiar el sistema de vigilancia de la estación de trenes —explica Luca—. No es un sistema complejo, pero para cualquier civil, como Catalina, es imposible de escabullirse sin entrenamiento.

—Ok, no tenemos suerte con las cámaras de vigilancia. Pero, bien podemos buscar información sobre el casillero rentado —propongo.

—Las probabilidades que alguien deslicé su tarjeta bancaria para rentar esos casilleros es remota —objeta Lee.

—Es cierto, pero no perdemos nada intentándolo. Además, podremos saber cuándo con la hora exacta en la que se rentó, con la imagen de la persona gracias a los videos descargados en el servidor.

—Muy buen punto —dice Lee—. Si no fuera que no tengo acceso a los datos de los casilleros…

—¿Quién dice? —Interrumpe Luca—. Esa llave que te di, es un pase directo a la computadora de ellos. Puedo obtener todos la data que quiera —sonríe Luca, satisfecho.




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