No llores, mi Princesa

CAPITULO 22

Apenas mi mano toca la de Alessandro que quiero llorar de alivio y pena. Pero me retengo con todas mis fuerzas, y lo abrazo como si mi vida dependiera de ello. El miedo circula por mis venas. En mi mente, cada recuerdo de esta noche es tan vivido que todavía me cuesta creer que Alessandro este conmigo, en mis brazos, hablándome. 

Alrededor nuestro, todo es un caos: el eco de las ambulancias, de los policías, de las personas gritando órdenes, otras llorando sin consuelo. Hago caso omiso a todo, y me enfoco en Alessandro, nada más. Apretada contra su pecho, siento el contacto de su camisa de algodón, huelo su colonia mezclada con olor de su piel, y escucho los latidos precipitados de su corazón. Cada impulso, y bombeo, es como una música para mis oídos llevándome lejos de aquí. No sé cuánto tiempo nos quedamos sin movernos, aquí, en el medio de la plaza. Pero no me importa, porque todo lo que necesito lo tengo aquí en mis brazos. Y para que Alessandro no se escape, aprieto aún más mi agarre hasta sentir los huesos de sus costillas en mis antebrazos.
Las primeras palabras de Alessandro son las que rompen el hechizo. Sin poder quitarle la mirada de encima, bebo cada una de sus palabras y contesto a sus preguntas.
Pero, cuando lo escucho llamarme “princesa”, con la sola mención de esa palabra, me rompo en mil pedazos. Y todo lo que guardé adentro mío se rompe justo al frente de Alessandro. Por tantos motivos quiero arrancarle ese apodo mío de su boca hasta hacerlo desaparecer. Ya no quiero ser una princesa, no quiero ser su princesa; porque él que me llamaba su princesa ya murió, y no quiero ver a Alessandro desaparecer a su vez.

—Tranquila, todo está bien —contesta sorprendido y algo preocupado—. Ya estás conmigo, ¿sí? 

—Sí —contesto, y trago mis lágrimas. Porque no es el momento. Porque no quiero verlo preocupado por mí. Porque sé que esta noche, él debió vivir un infierno.
En el momento mismo en el que lo vi quitarse su casco, entendí: y me asusté tanto. Ver a Alessandro transformado en mi Cuervo fue tan irreal como aterrador que no fui capaz de moverme. No pude interponerme entre ellos, ni siquiera cuando el puño -del que casi me atrapa- conectó contra su mejilla. El golpe fue de tal intensidad que sentí que todo el aire de mis pulmones se iba en ese golpe. Incapaz de hablar, o moverme, observé el rostro de Alessandro convertirse en alguien que no reconocía. No era ni el Alessandro ni el Cuervo que yo conocía; esa persona, al frente mío, era un total desconocido con los rasgos de mi Alessandro.
En ese instante, una especie de miedo mezclado con cierta intriga comenzó a sumergirme. Esa sensación que te quema por dentro cuando sabes que ya es muy tarde para dar vuelta atrás. Cuando sabes que tu voz de la razón ya no tendrá ningún peso porque encontraste al fuego con el cual te querías quemar. Debí haber huido, esconderme, llorar de miedo, o todo lo contrario: gritarle, rogarle, cualquier cosa con tal de detenerlo. A cambio, me quedé, quieta, admirando su brutal frialdad caer con fuerza y sin piedad alguna en el rostro de su enemigo. Solo con pensar en ello me pongo a temblar.

—¿Tienes frío? ¿Quieres que ponga la calefacción? —pregunta Alessandro, al poner la calefacción. 

En silencio, observo cómo sus manos tocan el encendido del aire antes de volver a agarrar mi mano. ¿Cómo es que no me dí cuenta? ¿Cómo es que no logré conectar el uno con el otro? Si, ahora con solo cerrar los ojos puedo distinguir con claridad su voz. Esa voz que siempre estuvo aquí conmigo, de día como de noche. Y me pregunto, ¿quién se llevó a quién? ¿Cuervo, eres Alessandro? ¿Alessandro, eres el Cuervo? ¿Tendrá Lucy algo que ver con el Cuervo? No, no quiero llevar mis pensamientos allí.
Giro mi cabeza y la pego contra el vídrio. Solo tengo que alegrarme que él haya vuelto conmigo con vida. Ya sea el Cuervo o Alessandro, ambos volvieron a mí.

—Estaba pensado ir en hotel.

Un hotel, sí me parece una buena idea. Siempre y cuando esa mano nunca me suelte, iría hasta el fin del mundo para tenerla conmigo, siempre. 

—¿Catalina? 

—Sí, vamos —digo susurrando, volviendo a ver la ventana. Las luces de esta noche son especiales. Esta noche, todo es distinto. Desde ahora, toda mi vida es distinta. Quizás porque mi hermano me ocultó su identidad, o quizás porque Alessandro también me mintió. Por las razones que sean, ninguno confió en mí lo suficiente para contarme toda la verdad. Y duele. Duele tanto que ni siquiera soy capaz de enojarme.¿Alessandro, podrá algún día decirme que es el Cuervo? O a la inversa, una noche, ¿el Cuervo podrá quitarse su casco?

—Catalina —me llama, Alessandro. Devolviéndome hacia él, me lo encuentro a unos escasos centímetros de mí. Desde aquí, puedo sentir su soplo caliente sobre mi mejilla, el efluvio de su viril colonia, la tensión de sus músculos al tomar el asiento mío. 

—¿Paraste de conducir? —pregunto, presa al pánico.

—Estamos a una distancia suficiente, para poder descansar un poco, y conversar —me explica, acercándose más. Con la respiración corta, me hundo más en mi asiento intentando sostener la intensidad de su mirada.




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