No llores, mi Princesa

CAPITULO 24

CAPITULO 24

Al estacionar el auto en la ubicación exacta dada por Lee, mi nariz me pica, y el nudo en mi garganta es tan grueso que no logro controlar los latidos pesados de mi corazón. Dentro de poco todo habrá acabado, dentro de poco Alessandro y el grupo 3 será libre. Si no logré liberar a mi madre y a mi hermano de la sombra de mi padre, por lo menos habré logrado salvar unas cuantas vidas. ¿Qué pasará después? No tengo la menor idea, lo cierto es que Alessandro nunca podrá volverme a ver a como antes. El resto, los medios de comunicación se encargarán por destruir todo lo que queda. Lo cual es muy poco.
Sé fuerte Catalina, sé fuerte: ¡tú puedes!
Con el espejo del retrovisor, vuelvo a peinarme, me pongo un poco de rubor, algo de lápiz labial e inspiro hondo. Fijo una sonrisa, y salgo del auto.
Desde fuera, puedo verlos sentados. Los tres, y mi corazón se encoge. Luca, Lee y Alessandro es una amistad tan fuerte que es casi fraternal. ¿Cómo no querer protegerlos? Alguien tiene que protegerlos, y ese alguien seré yo. No pienso dejar que nadie los separe, ni les haga daño. Empuja la puerta roja con vidrio, y camino hacia su mesa. En mi cabeza, me repito sin cesar que tomé la mejor decisión, que no hay vuelta tras, que todo se acabó.

—¡Catalina! —grita Luca, deslizándose a un lado—. Ven acá —dice, al enseñar el asiento a la par de él.

—Eres un desastre —sentencia Lee, de inmediato.

—Es un gusto verte, Lee —contesto con una media sonrisa. Extrañaba la brutal honestidad de Lee.

—Señorita, traiga un plato de pasta a la boloñesa, por favor —pide Alessandro.

—No...

—Vas a comer —me interrumpe Alessandro, y su delicadeza es tan tierna que respiro profundo para mantener la calma.

—Deberías hacer los mismo —contraaco, al enseñar su plato casi entero.
Y sin quitarme de la mirada, Alessandro clava con fuerza su tenedor en su plato, gira su tenedor, y pone una cantidad exagerada en su boca.

—Satichfesa.

—¡No hables con la boca llena de comida! —lo regaño al reírme. La cantidad de comida es tan exagerada que al tragar, Alessandro se estrangula.

—Su plato, señorita —ofrece, la mesera. Enseguida, clavo mi tenedor en el plato. Los miro a los tres, y sonrió. Nuestra última comida juntos. Un recuerdo que llevaré para siempre en mi corazón. Ese recuerdo de tres chicos increíbles que por suerte logré llegar a conocer. Mismo si fue por un corto tiempo, no hay nada que quisiera cambiar. Si solo pudiera ganar un poco de tiempo, un poco nada más. Giro mi tendedor a sabiendas que ganar tiempo es la clave para ganar, sé que es un deseo imposible de cumplir. Con las lágrimas en los ojos, sé que no podré ocultar mis emociones por mucho tiempo. Sin pensarlo, agarro la botella de tabasco y echo una cantidad a prueba de fuego para cualquiera.

—¡Estás loca! —se exclaman los tres casi al mismo tiempo.

—¿Nunca comieron pasta con tabasco? —digo al reírme con la boca mientras algunas lágrimas se escapan, libres.

—Tan poco lo aguantas que lloras, Catalina —me regaña Alessandro, con una mueca de disgusto. Esa mueca que tanto conozco, y me vuelvo a reír.
Con la mano me seco las lágrimas, tomo un poco de agua y vuelvo a hincar el tenedor en mi dulce y picante tortura.

—Quiero probar —me desafía Luca.

—¿Qué? ¡No! —grito al sacar su tenedor en mi plato con el suyo. Pero al final, lo dejo. Nada más para poder ver su rostro enrojecerse y tocer de ardor. Y cuando lo que me imaginé sucede, los tres nos burlamos de él.

—¡Rayos, cuánto echaste! —se queja Luca, al pegarse el pecho con su puño.

—Lo suficiente —contesto, al límite de lo tolerable para distraerme de mi pena. Y con determinación vuelvo a enredar mi pasta alrededor de mi tenedor, trago todo, me vuelvo a ahogar, y mi nariz gotea. Esta vez no presto atención a ninguno, y me como mi plato en silencio. Cada bocado es un recuerdo que mastico, un recuerdo que saboreo para no olvidarlo nunca. Estoy por terminar mi plato, solo falta unos cuantos tenedores más, cuando, de pronto, una mano me quita el plato alejándolo de mí.

—Ya es suficiente, Catalina —me regaña Lee, en tono de reproche—. ¿Catalina?

—¿Sí? —digo al alzar la mirada. De inmediato, noto el asiento diagonal al mío... vacío—. ¿Alessandro?

—Fue al baño y a pagar la cuenta —me explica Lee—. Aprovecho ese momento para detenerte. No sé lo que tramas, pero no lo hagas. Somos fuertes, y puedes contar con nosotros —dice Lee, al tenderme una servilleta de papel.
La verdad, no sé qué contestarle; ya es demasiado tarde.

—El camino más corto, es la línea recta, Lee —digo al soplarme la nariz.

—No si chocas antes de llegar —me regaña Lee, más que molesto—. ¿Qué hiciste?
De inmediato, desvió la mirada y me topo con Alessandro en la caja. Y lo admiro, su forma de ser, su físico, sus gestos, su cabello despeinado, su barba naciente. Hoy, todo en él desentona pero no podría verse más guapo y perfecto.




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