No llores, mi Princesa

CAPITULO 25

CAPITULO 25

—¿Qué vas hacer ahora? —pregunta Fabiola encaminándome hacia el casillero.

—Pensaba ir a la piscina —explico sacando mis cosas.

—Realmente puedes ir... digo por lo de... ya sabes.

—Sí, quiero ir y aprovechar que no haya nadie.

—Yo, no te puedo acompañar. Pero puedo quedarme en las gradas, si quieres.

—¡Claro! Vamos para allá entonces.
Ambas caminamos en silencio hasta la zona deportiva. En el momento de entrar en los vestidores nos despedimos. Sigo con mi camino perdida en mis pensamientos. En el vestidor saco mis cosas de mi casillero y me voy a cambiar. De paso admiro el anillo de compromiso de Alessandro y sonrió. Tomo un momento para tomarme una foto con el anillo para enviárselo a Alessandro. Cuando de pronto siento una presencia detrás mio.

—¿Catalina?

—Sí, ¿qué haces aquí?

—Lo siento, Catalina. De verdad, lo siento.
Apenas tengo chance de girarme hacia él cuando siento un pellizco profundo en mi cuello. Al instante, las fuerzas en mis piernas y en mis brazos me abandonan. Quiero hablar para pedir ayuda, pero en lugar de gritar siento mi cuerpo caer, y poco a poco pierdo contacto con la realidad.

 

Al despertar, no sé cuánto tiempo después, me encuentro en un lugar aislado, abandonado y... atada. Sentada en una silla, no logro mover nada en absoluto, cada parte de mi cuerpo está atado por una espesa cuerda. Con prisa, intento liberarme, en vano. En cada uno de mis movimientos, la cuerda entra y lacera mi piel. De inmediato, miro mi muñeca y casi lloro de alivio al notar que no pensaron en quitarme mi reloj.

—Ya despertaste —me dice—. De verdad lo siento Catalina. Te quitaré la cinta, de todas formas nadie te escuchará. Espera, ya casi, estás un poco lastimada pero no mucho.

—¿¡Por qué!?

—Catalina, pensé que esas alturas ya lo sabrías. Supongo que solo un lado de la verdad quisiste conocer. Y no te culpo, todo lo contrario.

—Pero tú, Antón, ¿por qué?

—Nunca te preguntaste quién era tu verdadero padre, ¿Catalina?

—Yo... sí, pero con todo lo que pasó.

—Todo: como Alessandro.

—Entre otros. ¿Qué quieres Antón?

—Yo nada, pero tu padre quiere al Cuervo... muerto.

—¿El Cuervo... muerto? ¿Por qué?

—Una piedra en el zapato, nada personal.

—¿Qué tengo que ver con eso? —pregunto con astucia.

—Lo mismo me dije, al inicio. Y no creí en los rumores cuando chismes circularon acerca de ti y el Cuervo Dime Catalina, ¿acaso lo sabe el pobre Alessandro?

—¿Alessandro?

—¡Vas a parar de repetir lo que digo!
Trato de descifrar lo que está ocurriendo, quieren al Cuervo muerto, quieren a Alessandro muerto, a mí esposo.

—Yo no conozco a ningún Cuervo, o a como lo quieras llamar? ¿Siempre crees en los chismes?

—Creo en mis fuentes.

—Y a mí no.

—No.

—¡Me haces eso por chismes! ¡Perdiste la cabeza!

—No me complico, Catalina. Ya sabremos si lo que dices es cierto. Si nadie viene por tí entonces sabré que me estás diciendo la verdad. Pero, si el Cuervo viene, cavaste tu propia tumba con él.

—Pierdes el tiempo —niego, sin perder la compostura.

—Contigo, siempre. Es un hecho.

—¿Qué intentas decir con eso?

—Nada, ya casi tengo que irme. Ya nos acercamos a la hora y tengo que regresar.

—¡Cobarde!

—¿Qué dices?

—¡Cobarde! —y sin más, su mano se aplasta contra mi mejilla.

—Repítelo a ver. Yo, ¿cobarde? ¿Acaso sabes todo lo que hice para llegar a dónde estoy?

—Y dónde estás Antón, yo nada más veo a un chico perdido que dio la espalda a las únicas personas que realmente te quisieron.

—¿Quién, Ben? ¿tú? Ustedes dos siempre se preocuparon por ustedes mismos. Nunca pensaron en cómo me sentía yo.

—Mi hermano no fue un buen amigo, ¿acaso no siempre te acompañó? Si ustedes siempre andaban juntos.

—Yo estaba con él, y no a la inversa. Las personas siempre se dirigían a mí para estar con él.

—Pobrecito —contesto con sarcasmo.

—Sí, pobrecito yo. Las personas siempre terminan defraudándome, inclusive tú. A pesar de lo mal que tu padre te trató nunca se te ocurrió buscar la verdad. Nunca viniste a mí para preguntarme. Y inclusive ahora, sigues sin preguntar.

—¡Dilo entonces! ¡Dilo! ¡¿Por qué debería preocuparme por una persona que nunca tuvo las agallas para acercarse a mí?!

—De verdad eres así de ingenua. Catalina —dice Antón al tomar mis brazos ya atados, su rostro a solo unos cuantos centímetros del mío—. Tu madre y mi padre tuvieron una aventura, y vos eres mi queridísima media hermana. ¿Quieres saber el resto? Te lo diré. Mi madre, que no es mi madre biológica, nunca pudo tener hijos así que me adoptaron. Imagínate el dolor de mi madre al enterarse que su preciado esposo la engañó y además dejó embarazada a su amante. ¿Sabes cómo odié a mi padre por ello? ¿Sabes cuántas veces te miré con ganas de tirarte del edificio? ¿Cuántas veces te miré en tu perfecta burbuja queriendo reventarla? Y lo mal que me sentí al entender, que poco a poco, mis sentimientos hacia ti eran tan intensos que no lograba controlarlos.




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