No llores, mi Princesa

CAPITULO 26

Sin poder creerlo, el cuerpo de Alessandro cae rendido en el piso, bajo los incesantes golpes. Y a pesar del dolor, me las arreglo para moverme hacia atrás y pegarme contra la pared. Una vez, con fuerza; dos, tres hasta diez veces para lograr quebrar el repaldar de la silla. Con más libertad, logro soltar una mano y la otra, luego mis pies. Y sin pensar, tomo un pedazo de la silla y corro hacia Alessandro y con el pedazo de madera golpeo con todas mis fuerzas algunas cabezas por detrás abriéndome paso hasta llegar a cubrir al cuerpo de Alessandro con el mío.
Y en cada golpe me repito: no me moveré, no me moveré, protegeré a Alessandro. Con esa idea fija en mi corazón abrazo a Alessandro bajo la lluvia incesantes de golpes.
Cuando de pronto, escucho el enorme estruendo de unas motos resonar por todo el edificio sonrío. Ahora la lucha será pareja, Alessandro está a salvo.

—Alessandro, ¿me escuchas? Lo logramos —digo. Pero Alessandro no me contesta, ni se mueve. Grito su nombre con todas mis fuerzas, antes de ser incapaz de sostenerme, y caer inconsciente.

 

No sé si son las voces las que me despiertan o el pitido incesante y ritmico de una máquina, pero siento mi conciencia volver a mí. Primero los sonidos, después la sensación de la luz del día, y finalmente logro sentir cada parte de mi cuerpo. Estoy intentando abrir mis ojos, cuando imagines de mis últimos momentos con vida me llegan a la mente. Y comienzo a agitarme, la necesidad de saber si Alessandro está bien me rompe por dentro. Quiero verlo, tocarlo, escuchar su voz, saber si él está bien. A lo lejos, escucho ese pitido aumentar de ritmo.

—Catalina, ¿puede oirme? —pregunta una voz desconocida.
Quiero decirle que sí, de verdad quiero, pero no encuentro las fuerzas necesarias para hacerlo. En un desesperado intento por saber si Alessandro está bien, intento mover algunos dedos. —Sí, Catalina. ¿Puedes mover los dedos?
Los muevo.

—Y los pies —pregunta la voz con esperanza.
Los muevo.

—Que alivio Catalina, descansa pronto estarás bien —me aconseja la voz.
Y le hago caso. Vuelvo a perder el hilo de la conciencia para que mi cuerpo descanse.




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