No llores, mi Princesa

CAPITULO 5

Ser espectador de la lucha interna de Catalina por controlarse, me conmueve. Si las miradas, matarán… sin duda alguna nuestro futuro presidente estaría muerto. Justo ahora, aniquilado por el enojo, odio y desprecio de su hija. Apenas mencionar a su madre y a su hermano, Catalina, se convirtió en una amenaza lista para atacar a su presa. Por fuera, nada. Aparte de la contracción de sus puños, Catalina es la perfecta hija del senador. No hay un solo detalle en ella que no encaje. Un control absoluto. Conocí a muchas mujeres, de verdad. Ninguna como Catalina. Ella es una dama, ella es una princesa.
Cualquiera hubiera llorado, huido, o peor, usar esas circunstancias para dar puntos a la campaña electoral de su padre. Catalina, no. Ella se queda digna en su dolor. Integra, por no participar a la mascarada de Roger. Sí, nuestros padres son los expertos en la manipulación de los medios de comunicación. Con amargura, miro una vez más a Catalina. Sí, te entiendo princesa. Te entiendo.
De reojo, puedo ver el guardia de seguridad dar luz verde para la retirada. El momento de irnos ha llegado, y nosotros también. 

—Señorita, es hora —avisa el guardaespaldas, serio. Catalina asiente con la cabeza. 

—¿A dónde vamos? —le pregunta, sin siquiera moverse.

—Sus padres darán una recepción, solo algunos amigos íntimos estarán presentes. 
Catalina no dice nada, solo sigue las indicaciones con una apatía desconcertante. 

—Hijo —me llama mi padre, detrás de mi. Giro para recibirlo, al lado el padre de Catalina—. Estamos invitados a la recepción de Roger, espero que puedas asistir. 

—Por supuesto —digo, con una sonrisa. 

—Catalina, ¿por qué no vas a casa en el auto de Alessandro? Así su padre y yo podremos conversar con tranquilidad durante el trayecto. 

Sorprendido no digo nada. Al instante, la espalda de Catalina se tensa. Incapaz de ver su rostro, todos esperamos su respuesta. No es que ella tuviera opción, era mera firmalidad.

—¿Qué hay de...

—Mi esposa viaja conmigo, Catalina, es lógico ¿no te parece? 

—Sí, por supuesto, padre.

Frunzo el ceño, Catalina está tomando muchos riesgos. La ironía en el “por supuesto” es apenas ocultado por una leve sonrisa sarcástica. Para los inexpertos, es una simple conversación entre padre e hija, cordial. Y parece que tengo razón, mi padre me mira de forma significativa antes de agregar:  —Deberíamos irnos Roger, ¿no crees? Hijo, llévate a Catalina contigo, estaremos justo detrás de ustedes. 

—Catalina, ¿nos vamos? —le pregunto.

Cuando ella se decide y se gira hacía mí, es para toparme con su mirada condenatoria y glacial. Sin siquiera contestarme, Catalina sigue con su camino mientras coloca sus gafas de sol.
Trago mi orgullo, debo ser cordial, soy un caballero; pero las ganas de gritarle pulsan mis sienes. Sin siquiera conocerme, mi princesa de hielo me sentenció como indigno de su respeto. Bien, ya que no soy digno de merecer su consideración, no lo seré. A ese juego podemos ser dos y puedo ser igual de testarudo y prepotente que ella.
Sin dedicarle una segunda mirada, me encamino por el sendero blanco cubierto de nieve. Odio la nieve, odio la lluvia, odio los entierros y mucho más los aniversarios. Si no fuera por mi padre ni siquiera hubiera venido, pero un compromiso es un compromiso. Después de mi última metida de patas le prometí comportarme, así que... aquí estoy, atascado con mi destino y esa mujer insufrible. Será un dolor, sí. Un dolor en mi trasero. Desde aquí me lo puedo imaginar. ¿Estar con ella? ¿Quién quiere estar con ella? Mi padre debió haber perdido la cabeza.  
Contrariado apresuro el paso, paso delante de la princesa de hielo, y la igoro. Quiero largarme de ese lugar ahora mismo. En la acera húmeda por la nieve derritida, espero con impaciencia a que el desfile de autos de las celebridades se interrumpa.
Por lo menos no llegué en esas latas fúnebres de lujo. Maldiciendo, abro la puerta helada de mi vehículo y enciendo la calefacción esperando a que la dama se digne en llegar. Desde aquí, la puedo ver caminar junto con su guardaespaldas sosteniéndole el paraguas. El dolor-en-mi-trasero camina, no ella no camina, se arrastra literalmente; mismo caminar despacio sería ser demasiado rápido para ella. Con ganas de lagarme de aquí, sostengo el volante para refrenar mi mal genio. La cargo en mi hombro, la tiro en los asientos traseros y nos vamos; o la dejo allí plantada. Los segundos y minutos pasan, y sigo esperándola. Al final, ni sé lo que más me exaspera: el hecho que este yo esperándola, o que ella se tome todo su tiempo.

Cuando por fin la princesa y el guardaespaldas se separan, ella decide caminar hasta mi vehículo. Enciendo el motor, mientras ella se queda esperando al lado de la puerta del pasajero. ¿Acaso ella espera a que yo le ayude? Cielo, esa ayuda del cielo... nunca llegará. 

—¿Qué estás esperando para entrar? —le preguntó fastidiado, al bajar el vidrio de su puerta. 

—¿No me vas a abrir? —me pregunta, seria y sorprendida. 

—La puerta está abierta, solo tienes que usar tus manos y sentarte —contestó molesto. Ella sigue sin moverse—. Si crees por un minuto que voy a salir del auto, pelarme el trasero, para abrirte la puerta después del desfile de modas que hiciste, puedes meterte el dedo en el ojo, porque eso no ocurrirá... Princesa. 

—No soy una princesa —replica enojada, al mismo tiempo que abre la puerta y se sienta. 

—Entonces no actúes como una —le digo antes de acelerar. 

—Eres un... un idiota —suelta, cruzando los brazos sobre su pecho con una mueca. 

—Heriste mi orgullo, Princesa —suelto riéndome de ella. 

—¡Te dije que no me llamarás, princesa! 

—No hasta que dejes de actuar como una. 

—Tengo un nombre, sabes. 

—Nop, Princesa te queda bien. 

—Insólito, no entiendo cómo mi padre pudo dejarme ir contigo. Eres tan, tan... 




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