No llores, mi Princesa

CAPITULO 7

Al despertar me siento extraña, hacía mucho tiempo que no me sentía tan relajada. Dormí como un tronco. Entre las sábanas, giro y estiro todo mi cuerpo bajo un enorme y ruidiso bostezo. Dormilona, vuelvo a clavarme debajo de mi almohada. ¡El cementerio! Todavía puedo sentir el recuerdo del contacto de la nieve, la ropa húmeda, y el frío congelarme los huesos. ¿Cómo llegué aquí? ¿Y mi pijama? ¿Por qué estoy en ropa interior nada más?
Perpleja, alcanzo mi celular. Hoy, es lunes... y voy tarde. Con prisa me ducho, y me visto con lo primero que encuentro antes de bajar a desayunar.
Como siempre, no hay nadie.

Entre semana, siempre estoy sola, de día como de noche. Y ahora con la campaña electoral de mi padre estaré sola a tiempo completo. 
En la mesa de granito pulido de la cocina, cojo una manzana roja pensando en la noche anterior. Ya son dos noches con la mente en blanco. Mastico y mastico, el sabor agridulce de la manzana me llena la boca sin lograr conectar una sola neurona que me ayude a recordar… me estoy volviendo loca. Tengo que cuidarme o terminaré recostada en el sillón de algún consultorio de un psiquiatra... referido por mi querida madrastra.
Sin dejar de comer me encamino hacia fuera. De paso, agarro mi abrigo gris largo sobre el perchero detrás de la puerta, mi mochila de cuero rojo con mis llaves adentro. Lista, bajo las escaleras de madera blanca hasta el garaje y subo en mi vehículo.

Al llegar al campus, me estaciono en el primer lugar que encuentro; a kilómetros del edificio principal. Resignada, decido cortar la distancia pasando por el campo de fútbol, a esa hora nunca hay nadie. Sumergida en mis pensamientos, llego a la entrada del edificio; faltan cinco minutos para tocar y no veo a nadie de mi grupo. El ambiente es demasiado tranquilo para mi gusto. Y de pronto, entiendo que esa tranquilidad es anormal. Nadie ha venido a mi encuentro. De costumbre, siempre cruzo con alguien de mi grupo, pero hoy no hay rastro alguno de nadie.
Extrañada sigo hasta llegar a mi clase. A pesar de la cantidad de sillas ocupadas, el silencio es brutal. Algo raro pasa, no puede haber una sala con más de cincuenta alumnos en silencio. Todos mirándome. A falta de respuesta, decido no preocuparme más de la cuenta. Si me perdí de algo, lo sabré a tiempo. Pero, los minutos pasan, la campaña toca y no he visto a nadie todavía. ¿Qué está pasando? ¿A dónde está Antón?  
Para darme algo que hacer, saco mis cosas. ¿Dónde se metieron, todos? 

De pronto, Antón por fin aparece. —Hola Cata, ¿cómo estás? —su pregunta es casual, pero sé bien que el tiene el don de desviar las conversaciones con temas y respuestas vagas.

¿Cómo estoy? De verdad tiene tan poca percepción de mi vida para preguntar cómo estoy. Claro, este fin de semana ha sido como cualquiera para mí. —No llamaste —le reprocho sin contestar.

—Estuve ocupado y sabes bien que yo nunca llamo; no lo tomes personal —se excusa con una sonrisa.

Sin excepciones entonces.Al fin al cabo me tratas como todos los demás, pienso con amargura. De repente, quiero gritarle, sacudir sus hombros con fuerza y decirle todo lo que pienso y mucho más, pero estamos en clase y puedo ver el profesor cruzar la puerta. Como siempre, Antón se sienta a la par mía, y con discreción desliza una hoja en mi mesa.
De reojo leo el título: "Diario de Segundo Año de Chismes e Intrigas". No sabía que existía ese diario, divertida e intrigada leo cada punto cuando llego al cuarto chisme, todo se congela.  
Leo sin leer, trato de entender lo que las letras significan y al mismo tiempo inhibo cualquier imagen dolorosa. “El soltero más codiciado ya no está en el mercado chicas. Nuestra Miss Belleza recién elegida logró capturar su corazón...” Y paro de leer. Duele, duele demasiado. Soy la hija de mi madre, y no lloraré, aquí no. Sé que Antón me mira, sé que su mirada detalla cada una de mis reacciones, pero no delataré nada. Trago con fuerza, tomo la hoja y se la devuelvo. 

—¿Es cierto? —pregunto, al recordar la imagen de él con ella, en sus brazos... besándose. Pero una cosa es un beso y otra es ser su pareja, a lo mejor no todo está perdido. 

—Sí.
Es un sí amargo, duro de digerir. No puedo sacar una sonrisa, tampoco fingiré estar feliz por él. Considero su traición de alto grado, ni siquiera tuvo el valor de decírmelo a la cara. Él está usando un maldito papel de un diario sacado del sombrero de un mago misterioso con el único propósito de anunciarme la noticia. Cobarde. ¡Maldito cobarde! La decepción me ciega, de inmediato mi cerebro me protege: corta cualquier pensamiento y emoción.

—Mis felicitaciones —contesto en seco, y sigo prestando atención a la clase de matemáticas. Creo que es la primera vez que sigo esa clase con tanto interés. Bebo todas las palabras del profesor como si mi vida dependiera de ello. En ese instante, es lo único que me ayuda a mantenerme a flote y no ahogarme. Las ganas de salir corriendo es tan imposible de controlar que para distraerme anoto todo lo que puedo en mi cuaderno, inclusive lo que no hace falta. Me concentro en hacer números y letras perfectas, subrayo los títulos, el abanico de colores es utilizado: verde, rojo, azúl, negro. Cada color para un uso específico. Un método que nunca he utilizado en mi vida estudiantil, y Antón lo sabe.
Sabe que nunca entendí nada a las explicaciones de ese profesor en particular. Sabe que ese profesor en particular no es parte de mis favoritos y que su materia nunca me ha importado. A mi lado, siento su mirada peforarme la espalda, me arde. La sensación es tan intensa que el impulso de devolverme se convierte en una lucha interna.
Sé fuerte, no te voltees. 
                                       No, no me devolveré...
                                                                             ¡Un maldito papel! 

En la maldita clase de matemáticas, ¡joder!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.