No llores, mi Princesa

CAPITULO 9

Luca, Lee y yo, trabajamos en nuestro proyecto de tesis. Los libros se amontonan sobre nuestras mesas con cuadernos llenos de apuntes y notas de búsquedas en la web. Faltan unos meses antes de que nos toque presentar cada proyecto frente al jurado. En general, el grupo está listo, ¿qué es una tesis frente a una reunión de accionistas? Con risa, doblo mi página y suelto mi lápiz, a ese ritmo terminaré antes de la fecha límite. Cruzo mis manos detrás de mi cabeza e inclino un poco mi silla con mis pies, de reojo observo la lluvia caer sin prisa. En la calle, todos sacan sus paraguas, a la excepción de una chica corriendo hasta quién sabe dónde. Por un momento ella me intriga, me enderezo y frunzo el ceño. Mi mente me juega trucos, pestañeo varias veces, pero no, no es ningún truco, es Catalina.

Pocos segundos me bastan para tomar una decisión. —Lee, guarda mis cosas quieres —pido, y sin esperar su respuesta corro hacia la salida de la Universidad.
Busco el área exclusiva del parqueo del Campus. Allí, todas las limusinas y guardaespaldas esperan pacientes la salida de los estudiantes. Con la mirada, escaneo el área hasta dar con el guardaespaldas de Catalina.

—¿Eres el guardaespaldas de Catalina, cierto? —verifico por si acaso.

—Sí... —y sonrío negando con la cabeza.

—Si no se apresura, lo van a despedir —digo, al cruzar mis brazos sobre mi pecho.

—¿Qué... qué dice? —tartamudea, desconcertado.

—Catalina escapó —informó, apuntando con el dedo la salida por donde ella salió—. Vamos, iré con usted —digo, sin dejarle chance de negar, y subo atrás.

Sin ser detenida por los guardias de seguridad, la limusina sale justo a tiempo para ver a Catalina subir en un taxi. Durante el camino, intento controlar mi mal genio. Esa niña es un dolor en el trasero: no avisó a su guardaespaldas, y tampoco tomó su propio vehículo para desplazarse. Es una idiota, ¿acaso no se da cuenta del peligro en el que se pone? Dios, ella pronto será la hija del presidente de la nación y esa mocosa sale huyendo sin avisarle a nadie, la podrían raptar. Y para el colmo, con ese atuendo y esa lluvia va a llegar empapada.
¿Para dónde va? ¿Acaso tiene algún amante escondido? No encuentro ninguna razón para que tome tantos riesgos. La situación me desespera. Nuestras familias apostaron fuerte en la campaña electoral de su padre por su intachable figura pública; por eso fue elegido por su partido para representar al candidato perfecto. Pero eso era sin contar con la loca de su hija.
Abro el mueble adentro de la limusina, y saco un vaso con unos cubos de hielo para verter un poco de whiskey. No acostumbro a tomar de día, pero a veces cuando estoy estresado y que la situación lo amerita, lo hago sin dudar. Esa situación lo merece, aquí, todos estamos trabajando duro para lograr esa fusión de nuestras empresas para que Catalina, con su actitud de niña lo eché todo a perder.
Bebo un sorbo de mi bebida, y disfruto el ardor del líquido ámbar pasar por mi garganta. Catalina puede estar enamorada de ese infeliz, pero no la dejaré sabotearse.
¡Qué imbécil! ¿Cómo pudo dejar a Catalina a un lado?
Sin querer, recuerdo cuando la vi por primera vez en el puente y la comparo con nuestro encuentro en el cementerio, son dos Catalinas distintas y dos personas opuestas. Esa chica es una mentirosa de primera, es pura fachada. No deja nada, ni nadie llegarle al corazón.
El cambio de paisaje alrededor mío, me llama la atención. Me toma unos pocos segundos entender a dónde nos llevan las ruedas del taxi adelante: el cementerio.
Apenas llegamos bajo el vidrio que me separa del chofer: —Déjela irse, la esperaré aquí.

—Entendido, señor —asiente el chofer, y subo la ventana de nuevo.

El cementerio… de nuevo. Crispo la mandíbula, molesto. La saqué de allí hace unos días y ella vuelve aquí. ¡Qué tengo que hacer para que ella se cuide! Irritado, tomo de un tiro el resto de la bebida triturando los cubos de hielo entre mis dientes, determinado en hacerle entrar en razón. Decidido, espero, luchando contra las ganas de ir tras ella y llevármela a la fuerza adentro de la limusina. Y más espero, más mi enojo crece; de frustración froto mis manos sobre mi rostro imaginándome todo lo que le diré después.
Para cuando la puerta se abre y Catalina entra: su estado es tan patético que cierro los ojos de desolación.

—¡Mira en el estado en el que estás! ¡¿En qué rayos pensabas?! —vocifero enojado. Catalina es hunde en el asiento queriendo desaparecer del susto. Bien, estoy satisfecho, debería de tenerme miedo. Así aprenderá que alguien está detrás de su culo cuidándola. De ese modo, la presiono un poco más—. ¡No me vas a contestar nunca, Catalina!

—¡Qué haces aquí! ¿Cómo supiste? ¿Me seguiste? ¡Acaso mi padre te paga para seguirme! ¡Eres su maldito perro espía, es eso! —grita sin parar.

—Pagar, espiar y perro, son tres palabras peligrosas de pronunciar en mi presencia —le advierto. Yo un perro espía, esa niña realmente es un fastidio.

—¿Qué te pasa Alessandro? No estás acostumbrado a que te digan las cosas en la cara —dice, levantando la barbilla con orgullo.

—Oh, estamos en ese plan. Perfecto, Catalina —digo imponiéndole todo mi físico, y le cierro el espacio a su alrededor. Primero, coloco mis brazos a la par de sus hombros, luego presiono mis rodillas sobre las suyas, para volver a tomar su rostro en mis manos con fuerza—. Aquí está mi cara, y te escucho —la desafío a sangre fría. Adentro, mantengo mi mal genio bajo control, o por lo menos lo intento. Pero ella, otra vez, desvía la mirada. ¡Dios! Odio cuando hace eso, me da ganas de besarla y morderle el labio hasta que le duela y me mire. Mi respiración se agita, y decido presionarla más aún—. ¡Mírame, maldición! —suelto con rabia, asustándola. Vuelvo a pensar al taxi, es que además ni siquiera ella le pidió esperar por ella—. ¡Cómo puedes ser tan... tan estúpida!




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