No llores, mi Princesa

CAPITULO 11

Sin pensarlo, dejo de comer y me levanto: —Fabiola, ¿puedes tomar los apuntes por mí? 

—¿No te vas a quedar? —pregunta Fabiola 

—No creo —digo mirando por las ventanas—. Quiero ir a caminar en el parque —digo, pensando en voz alta. 

—¡Iré contigo!

—¿De verdad? 

—Sí, ¡vámonos! —dice, y corriendo salemos del corredor. 

—Espera, ¿cómo haremos? —digo de pronto. 

—Confía en mí —dice llamando a una persona con su celular—. Está todo arreglado. 

—¿Cómo lo hiciste? —digo asombrada. 

—Mi prima es la enfermera, nos dará un pase —dice Fabiola, tomándome del brazo. Y salimos por la entrada principal del estacionamiento—. ¿Vamos con tu chofer o el mío? 

—El tuyo, después volveré aquí. Nadie debe darse cuenta. 

—Agáchate entonces, te sacaré de allí. Pediré al chofer que se acerque. 

Me agacho escondiéndome entre los vehículos y la espalda de Fabiola. De los nervios, un ataque de risa me toma desprevenida. No recuerdo haberme reído tanto en mi vida. Con la espalda curva, camino a la par de Fabiola hasta dar con el auto del chofer. Tapada por los otros vehículos, me meto adentro y en dos toques ya estamos afuera. Libres, al fin. 
El chofer nos lleva hasta el centro de la ciudad, allí, se estaciona y nos abré la puerta. Fabiola me toma del brazo y salimos corriendo por los senderos del parque. Hace tanto tiempo que no me divierto tanto que no sé si reírme o llorar de alegría. Nunca volveré a ver a Fabiola de la misma forma, ella se juega el cuello por mí, y siempre le estaré agradecida.

—¿Quieres un perro caliente? —me pregunta, y dudo, al mismo tiempo mi estómago ruge—. Vayamos por ellos entonces. Y después podemos comer un helado. 

—Fabiola yo no tengo...

—Yo invito, no te preocupes —dice con soltura. 

Me siento en un banco y Fabiola vuelve con dos perros calientes. Nada más con verlos se me hace agua en la boca. Ella se sienta a la par mía, y comemos con tranquilidad viendo al parque con sus perros, sus patos, sus árboles y ardillas. Es hermoso, se siente bien tomar aire. 

—¿Por qué no dijiste algo a Alessandro? ¿Todavía sientes algo por Antón? —me pregunta de un tiro, y casi me estrangulo con la comida.

—Antón es un cobarde, y Alessandro es enviado por mi padre —resumo, al saborear mi salchicha con el pan.

—Sabes pienso que la retirada de Antón contigo es anormal. 

—No entiendo —digo, y doy un mordisco a mi perro. 

—¿No te parece extraño que él salga con esa chica justo cuando aparece el Grupo 3? 

—No —digo alzando los hombros—. Antón estuvo detrás de ella hace unos años. Hasta ahora es que ambos... ya sabes.

—Pero a dónde te deja a ti con eso. No me parece justo, él no te puede dejar así no más —se indigna Fabiola.

—Nunca tuvimos nada Fabiola, él no me debe nada —resumo objetiva. 

—A veces tengo ganas de patearte el trasero, ¡sabes! Dices eso como si no te afectara, pero sé que no es así. Ustedes llevan años juntos, aunque no pasaron el límite, su relación era muy fuerte. Todos les tenían envidia.

—Sí, pues no era tan fuerte después de todo —sentencio con amargura. 

—Tienes razón, pero sigo pensando que hay un gato encerrado —concluye Fabiola, y bota su papel en el cesto de basura—. En cuento a Alessandro, yo le daría una oportunidad Catalina. Créeme, le interesas al chico. Si fuera solo por tu padre él no te buscaría en la universidad.

—Puede ser, no sé. Todo es tan complicado Fabiola, que a veces siento que mi mente va reventar. 

—Ese día, búscame y te ayudaré a reventarla —dice en broma.

—Lo haré.

—Vamos de vuelta, antes que te busquen por todo lado. Espero que te sientes mejor. 

—Sí, gracias Fabiola —digo abrazándola. Cuando el timbre de mi padre suena en mi celular. Lo saco y leo con decepción su llegada mañana. Adiós paz, pienso y camino con Fabiola de vuelta. 

—¿Qué te pasa? —pregunta preocupada. 

—Vuelve mañana —resumo.

—Me puedo quedar en tu casa mañana —propone. 

—Gracias, pero dudo que eso ayude —digo con tristeza. 

—¿Por qué ustedes no se llevan Catalina? 

—Tengo mis razones, no te preocupes. 

En el camino, de vuelta para el campus, intento ser positiva.
Un día a la vez.
Hoy todo está bien, y me concentro en ese pensamiento.
Pero en el fondo, sé que mañana estaré en problemas, de nuevo. Las sombras de mi existencia vuelven al acecho, me aprietan la garganta, y me susurran verdades con malos presagios que me niego a escuchar.
Un día a la vez, me repito.
Todo estará bien. Me concentro en mi respiración, y me condiciono. Falta poco por llegar, y ya estoy nerviosa.
El mensaje de mi padre me inquieta, él no debía volver tan pronto.  
Algo salió mal.
Igual que en la ida me escondo, y volvemos como si nada a la cafetería. 

—¿Qué te preocupa? —inquiere Fabiola.

—El viaje de mi padre debía durar un mes —digo tensa. 

—¿Crees que canceló su agenda? —Soplo y asiento apretando los labios—. No te preocupes, Catalina. Sé que todo estará bien, ya verás —me anima Fabiola, tomándome la mano. Quiero creer en sus palabras, de verdad lo intento. Pero por experiencia, sé que conmigo nada puede salir bien. Es como una pesadilla sin fin en la que no despiertas, nunca—. Vamos de nuevo para clases, tenemos que recoger nuestras cosas. 

 A cada paso, detallo el piso pulido del corredor como si fuese una obra de arte. A cada paso, cada palabra del mensaje cobra un significado distinto. A cada paso, busco entre líneas las intenciones ocultas de mi padre. Al siguiente movimiento, pego con algo. Levanto la vista, y estoy cara a cara con Alessandro. 

—Sigues sin mirar por donde caminas —se burla, antes de esquivarme y seguir con su camino. Varias veces pestañeo, sin creer que él se haya ido así no más. Su actitud me desconcierta, cada uno de nuestros encuentros es como recibir un balde de agua helada. Tengo que buscar una manera de protegerme. ¿Ignorándolo, quizás? ¿Podré lograrlo?




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