Clarette tenía un secreto inconfesable. Amaba en silencio al enamorado de su hermana: Charles Caruso. No fue consciente del cómo, cuándo y dónde. Solo sabía que lo había intentado borrar de sus pensamientos como de su corazón, odiándolo. Sin embargo, seguía en su cabeza como en su estúpido órgano.
Ella nunca previó enamorarse de él. Cuando lo vio, fue algo inesperado para ella. Ni siquiera sabía que era su vecino. Diría que fue el destino, que confabuló en contra de ella, e hizo que lo encontrase en medio de un claro. Pero no estaba solo; su hermana lo acompañaba. No pudo evitar que la azotara un ramalazo de curiosidad y la dejara con querer saber más. Ella no se definía como curiosa y cotilla, pero el hecho de saber que su hermana se estaba viendo con ese joven a escondidas de sus padres, la impulsaba hacer lo que odiaba. Se escondió detrás de un olmo y los vio como una intrusa, sin que ellos se dieran cuenta de su presencia.
Aunque no podía escucharlos desde esa distancia; se imaginaba que estaban hablando de algo que les resultaba gracioso. Lo podía interpretar así, por sus miradas y sonrisas cómplices. Por unos segundos, su corazón se contrajo al ver que el joven, de pelo castaño y rojizo, miraba embelesado a su hermana. Eso le produjo desconcierto y un ceño fruncido en sus cejas. Siguió observándoles, queriendo saber si compartiría más que palabras. No se fue de allí hasta que su hermana se despedió de él con la promesa de volverse a ver al día siguiente.
Clarette se fue de allí, sintiendo que había hecho mal en espiarles. Y más, cuando era algo íntimo y privado de su hermana. Sin embargo; tenía sentimientos encontrados. ¿Cómo su hermana no le había dicho nada sobre ese joven?, ¿por qué lo quería ocultar? A pesar de que, se sentía engañada, no le preguntó ni enfrentó a su hermana por ese encuentro furtivo con ese joven. Aunque decidió mantenerse aún lado; los siguió espiando, intentando descubrir qué relación podría tener dicho joven con su hermana. Pero todo se fue a la borda cuando en una tarde, tuvo tanta mala suerte que pisó y partió una rama haciendo ruido, delatándose ella misma.
— ¿Quién anda ahí? — preguntó el joven, que había dado un paso adelante y había extendido el brazo para proteger a su hermana ante la posible intrusión de un desconocido.
Podría haber corrido, pero le daba el presentimiento que iría tras ella. Avergonzada y con las mejillas ardiendo, salió de su escondite habitual.
— ¡Clarette! — exclamó su hermana, sorprendida por su presencia.
— ¿Clarette? — preguntó el joven extrañado y, cuando vio a la joven, se dio cuenta que eran gemelas — ¡Es su hermana!
—Sí, lo es — se acercó a ella, que bajó la mirada abochornada —. ¿Qué haces aquí?
—Yo... —ella que tenía respuesta a todo, para sorpresa de las dos, se quedó en blanco.
— Vamos a casa — dijo viendo que el bochorno de su hermana gemela aumentaba por segundos, pero antes de dar un paso, Charles se acercó a ellas.
—No sabía que tenía una hermana —la aludida alzó la mirada hacia él y se encontró con sus dos ojos azules.
Bum-Bum. Sintió en su corazón.
Apartó la mirada, fruncióel ceño e intentó ser indiferente, aunque por dentro, sus sentimientos quesiempre estaban en calma; ahora en un caos.
— Sí, es mi hermana gemela, Clarette. Clarette, te presento a Charles Caruso, hijo de nuestros vecinos.
Él intentó ser cortés y educado. Se acercó a ella y alzó su mano para cogerle la de ella y darle un beso pero la otra joven se apartó. Lo que creó un momento de confusión entre los tres, pero el muchacho se hizo con el control de la situación.
— Encantado, señorita Rawson.
Ella asintió con un movimiento seco de la cabeza. Aunque sabía que se estaba comportando de forma arisca y agria, él no perdía su sonrisa. Eso la dejo más desconcertada.
—No se lo tenga en cuenta — dijo Bryanna como si su hermana no estuviera —. Es tímida.
—¡Bryanna! — pero su hermana no se disculpó, ni se mostró arrepentida por su comentario -. Me marcho.
No se despidió de él.
— Espera voy contigo —dijo al ver a su hermana darse la vuelta e irse.
Habiendo dado unos pasos, la escuchó decir:
— ¿Nos volvemos a ver mañana?
— Sí.
Escucharlos como dos enamorados, le produjo una desazón en su pecho que trató camuflar con fría indiferencia. Su hermana le dio alcance y le preguntó sin cortarse un pelo.
— ¿Nos estabas espiando?
Detuvo a sus pasos y se giró hacia ella. A lo lejos podía ver al joven despedirse con la mano y su hermana correspondiéndole al saludo. Ambas observaron cómo se marchaba de allí montado en su caballo.