Sabía que al principio no iba a tener muchos pacientes. No podía pretender que todos vinieran hacia él cuando había doctores más veteranos que él y con más experiencia. Mientras iba unos días a la consulta de Mayfair, otros días iba hacia la calle del East End, la más peligrosa y la que fue su hogar parte de la infancia y adolescencia. Había tomado la arriesgada decisión de establecer la consulta allí mismo sabiendo que en esa calle estaba poblado de delincuentes, prostitutas y gente de escala muy inferior. Pero sabía que era allí donde lo podían necesitar más, teniendo en cuenta que el grado de delincuencia había aumentado. Por ahora, no había gente en la consulta así que los días eran demasiado tranquilos para él.
No se esperó que aquel día, que fue hacia la consulta de East End, encontrarse con una cara muy conocida y querida. Ben, el tabernero.
Se lo topó antes de entrar en el edificio. No lo había visto desde hacía muchos años desde que salió del East End. Aunque el hombre había envejecido, parecía estar más fuerte y sano. El reencuentro de ellos fue especial. Le dijo que se pasara por la taberna y le contara sobre su vida. Así fue como ocurrió. Después de echar un vistazo al establecimiento, asegurándose que todo en su perfecto orden, cerró la puerta con llave. No había pacientes aún y fue hacia la taberna, donde fue su refugio por un tiempo. También, fue allí cuando Alice y él trajeron el cuerpo malherido de Dante, que pasaba por una crisis en su matrimonio y había dejado su hogar para destruirse a sí mismo. Aquellos tiempos parecían muy lejanos ahora que echaba la vista atrás.
Ben cuando lo vio, salió de la barra para darle otro abraza afectuoso. Había sido como otro padre para ellos antes que llegara Dante a sus vidas. Siempre les había dado alimento y refugio a Ally y Charles cuando las cosas se habían complicado en sus robos.
— ¿Quieres una cerveza? — él se negó y miró la taberna media vacía. A esa hora no había tantos parroquianos que venían a tomarse un trago.
— Me serviré una a tu salud. Además, no todos los días veo a un viejo amigo, y convertido en médico. ¿Quién se lo iba a imaginar? Apenas eras un niño enclenque la primera vez que te vi. ¿Cómo está a Ally? Supe de su matrimonio a través de los periódicos. Supo pescar al pez gordo.
— No te escuche decir eso. También, se ha reformado y ama al duque, lo suficiente para defenderlo si te escucha de esa manera hablar de él.
— Vaya. ¡Cómo habéis cambiado! Pues mira, Charles, aquí sigue siendo la misma taberna y el Ben, o sea yo, se está haciendo mayor. Una visita no hubiera estado de más, eh.
Charles esbozó una sonrisa avergonzada.
— Lo siento. Hemos estado tan ocupados. Es más, hace siete años que me fui de Londres para formarme como médico – y sí para olvidar a Bryanne, pero eso no se lo dijo y se lo guardó para él.
El hombre alzó una mano y le apuntó con el dedo.
— Mas te vale que ahora no dejes de visitarme. Os echaba de menos, ya pillaré a Dante por banda y le diré un par de cosas.
— Lo haré — le prometió y, antes que el hombre apartara la mirada, apreció un brillo inesperado en los ojos del hombre.
— Bueno, cuéntame de tu vida. Sé que eres médico...
— Sí, lo soy — dijo con una sonrisa modesta —. Espero hacer mi trabajo lo mejor que pueda. Me ha visto esta mañana en ese edificio porque he decidido abrir una consulta.
— Una empresa muy peligrosa. Chico, te vas a arriesgar mucho el pescuezo salvando a estos ingratos — uno de esos ingratos alzó un grito indignado al escucharlo, pero él se encogió de hombros —. Alguien debe ayudarte en el trabajo.
— ¿Por qué lo dices?
— No te va a dejar ni respirar. Las veinte y cuatro horas aquí es un hervidero de delincuencia. Tendrás que contratar a alguien. Sino el paso del tiempo te lo exigirá. Aquí no es como el barrio que vives tan tranquilo y pacífico.
— Lo tendré en cuenta, Ben. A lo mejor necesitaré una enfermera y un secretario...
— ¿Un guardaespaldas?
— Por ahora no. Tengo un buen gancho — le replicó con una media sonrisa.
No había estado solamente centrado en el estudio. También, había ejercitado todos esos años el cuerpo. Si tenía que defenderse, lo haría.
A la siguiente semana no se esperó que eso se llenase de pacientes. Los primeros días fueron tranquilos. Nadie se atrevía por pasar por allí, ni mucho menos entrar. Pero viendo que había un matasanos que les podía curar de sus dolencias, las personas más atrevidas, y con menos vergüenza se dejaban pasar como si no quisiera la cosa. Hasta asegurarse que él, en verdad, los curaba, no se dio a conocer la noticia que había un médico que hacía bien su trabajo. Lo más importante: no les cobraban. Eso era lo que hacía el boca a boca. Pero los pacientes que iban no eran muy tolerantes ni pacíficos. Los que venían era para quejarse de una rotura de nariz, un esguince, una resaca, otra más, una mala nutrición, una mala caída, una úlcera... típicas batallas del día a día en el East End.