Podía escuchar de fondo como la ligera y fina lluvia chocaba contra el cristal. Afuera estaba cayendo una llovizna no tan fuerte, pero si lo suficiente para estar guarecido en casa. Más bien, estaba en la casa de su gracia, el duque Werrington, que lo había invitado a almorzar junto con sus sobrinos y su hermana. Después, de haber disfrutado de un almuerzo delicioso, jugó con los pequeños hasta caer agotados de cansancio. Cuando quiso marcharse, le pilló la lluvia, por lo que no pudo salir en ese momento. En ese instante de soledad, su hermana se acercó para hablarle.
— Charles — Ally entrelazó su brazo con el de él —. Cuando quieras, puedes venir de nuevo.
— Siempre, es un placer, hermanita. Tus hijos son unos encantadores diablillos, aunque quieras no jugar con ellos, lo haces. Te convencen sin remedio
— ¿Encantadores diablillos? — fingió ofenderse, pero luego esbozó una sonrisa —. Estoy deseando ver los tuyos en un futuro cercano. Mejor dicho, muy pronto.
— No sé cuándo podrá ser — movió la mano que había convertido en un puño.
— ¿Por qué lo dices como si nunca va a suceder? — no le gustaba con el tono que dijo sus palabras.
Desde la traición de la mujer que él había amado, no conocía si ha habido otra en la vida de su hermano que pudiera alejarlo de la tristeza y de los recuerdos, que aún en una parte de él, lo mantenían preso, y no le dejaba ser feliz. Él se merecía serlo. Cada miembro de su familia había encontrado el amor. ¿Por qué él no podía? Le daría rabia pensar que era la excepción a ello.
— Porque no va a suceder — dijo como si fuera evidente —. No tengo el propósito de buscar a una dama que sea mi esposa. El hecho de volver a confiar de nuevo me echa para atrás. No quiero tener una experiencia similar a la que tuve.
Ella lo sabía. Antes de irse a la universidad de Berlín, le dejó una carta explicándole las razones de su marcha. Todas ellas relacionadas a una mujer. Bryanne Olsen. Masajeó el brazo de su hermano para reconfortarle.
— Comprendo lo que quieres decir, pero quizás, hay una mujer que sí merezca la pena, aunque sé lo que has dicho. No quieres buscar una. Pero si ella te encuentra a ti.
— Se nota que lo dices porque estás enamorada. Ves que cualquier persona puede amar y ser amado, sin condiciones, sin reservas, sin temer que le hagan daño.
— No lo digo porque esté enamorada de mi marido — si lo estaba —. Sino porque lo creo. ¿Ha habido alguien que no dejes de pensar en ella? Una que no te deja dormir y te da calambres cuando la tocas.
En su mente, solo apareció una mujer de cabellos rubios, tímida y con los ojos violáceos.
— No — borró de sus pensamientos a Clare, ella era una mujer comprometida.
No la había visto desde el otro día que ella fue a la consulta. Le desesperaba no verla, pero no podía olvidar de que ella no era una mujer libre. Al menos, no lo sería cuando ella dijera el sí quiero a otro hombre en el altar. Le había puesto excusas para que no viniese a East End. Se estaba comportando como un imbécil, porque en vez de tenerla a su lado, lo que hacía era alejarla más de él.
Era lo mejor para los dos, se reafirmó, formándose un nudo en el estómago.
— Creo que me iré, hermanita — le dio un beso en la mejilla —. Parece ser que ha amainado.
Ally quería discrepar porque seguía lloviendo, pero sabía porque se iba. Había llego un punto de la conversación que lo había puesto taciturno y melancólico.
— Charles — le llamó antes de que se fuera —. No quería entrometerme en tu vida. Lo único que quiero es que seas feliz.
— Nunca me darías esa sensación. No te preocupes; lo soy — se despidió de ella con un gesto de la mano.
— No lo eres, Charles — se susurró para sí misma volviendo la mirada hacia el paisaje gris que había estado mirando su hermano a través del cristal empañado.
Se empapó mientras corría hacia el interior del carruaje. Allí dentro pudo respirar y calmarse. En ese espacio no tenía que escuchar a su hermana como hablaba del amor. Amor. Hacía tiempo que odiaba esa palabra. La odiaba con todo su ser. Él no creía ya en ello, aunque las personas de su alrededor como su hermana, se empeñaba a demostrarle lo contrario. Con Bryanne, había conocido el amor, el dolor, el desengaño y la traición.
¿Por qué quería pasar por lo mismo?
Sin embargo, aunque no estaba dispuesto a no volver a cometer la misma idiotez, no podía ignorar tan fácilmente los sentimientos que le producían cuando se le venía la imagen de Clarette a la mente. No obstante, haría todo lo posible para aplastar esos sentimientos que le habían nacido. No quería que le volviese a clavar la puñalada en la espalda. No obstante, una cosa era pensarlo; otro era aplicarlo en la realidad.