No me odies, Quiéreme

La suerte de encontrarse

Alice llegó a su examen de manera puntual, pero eso no impidió que en el momento en el que le entregaron el mismo, supiera que todo estaba perdido. Sonia tiene razón, soy un bicho raro, reconoció mentalmente. Estaba segura de que sería la única persona que sacaría buenas calificaciones en todas sus materias incluida cálculo diferencial, y reprobaría tecnologías de la información. Con el poder que le otorgó el “ave maría dame puntería” contestó su examen lo mejor que la suerte le permitió. Al entregar su examen deseó que no le hubiera ido tan mal, y al menos lograra pasar con la mínima aprobatoria, no le importaba que tan baja fuera, lo único que pedía es que fuera aprobatoria.

Al salir al pasillo para ir en dirección a la cafetería que es donde se había quedado de ver con Sonia, escuchó el llanto de un bebé, eso le extrañó demasiado, ya que, aunque había algunas madres solteras en la universidad y en algunas ocasiones llevaban a sus hijos al plantel, nadie lo haría en época de exámenes, sobre todo porqué muchos de los estudiantes no eran tolerantes en ese sentido. ―Como Sonia― recordó su voz interior. Siguió su camino por el pasillo hasta que se encontró con la fuente de los llantos tan desgarradores.

―Imposible creer que alguien tan pequeño puede tener unos pulmones tan grandes. ―pensó.

 

Alonzo llevaba ya varios minutos discutiendo con el profesor para que lo dejara presentar el examen, pero con Adrián llorando como si lo estuvieran torturando no le estaba siendo fácil.

―Profesor, necesito hacer ese examen. ―rogó, ya era la quinta vez que le decía lo mismo al docente.

―Lo entiendo, si la situación no fuera está, le permitiría el acceso al salón con su hijo, pero siendo un examen no lo puedo hacer. ―aseguró. El profesor se estaba impacientando, en verdad entendía la necesidad de presentar el examen, pero mientras su hijo estuviera llorando no le podía permitir el acceso al salón y menos con un examen en proceso, conocía a sus alumnos y se empezarían a quejar por el ruido.

―Por favor ―insistió―. Solo será está ocasión, la niñera de Adrián renunció ayer sin darme oportunidad alguna de encontrar a alguien que lo cuidara hoy en su lugar. ―explicó. Al pequeño le pareció que esa era una buena oportunidad para demostrar la verdadera potencia de sus pulmones.

―Shh ―pidió alguien desde el interior del salón.

―Por eso no puedo permitir la entrada al salón con su hijo en brazos, sus compañeros están en todo el derecho de exigir silencio y con un niño tan pequeño eso no podemos asegurarlo.

―¡Maldita sea! ―gruñó entre dientes, por más que intentaba decirle que de una buena vez a la vida que no lo vencería, esta parecía reírse de el en su cara, asegurando que ella era la que estaba al mando de la situación.

―Lo único que puedo prometer es que presente el examen al final de la siguiente semana, cuando ya hayan terminado todos los exámenes, conservaría su calificación.

―Si eso sucede no podría participar en la convocatoria para la beca, tengo que tener todas las calificaciones dentro de dos semanas.

―Lo siento, pero es todo lo que puedo hacer por usted.

―Yo puedo cuidarlo ―intervino Alicia, que había escuchado parte de la conversación que estaban manteniendo, gracias a que se encontraba justo a la espalda del padre.

―¡¿Qué?! ―inquirió sorprendido, al mismo tiempo que volteó para ver quien le ofrecía ayuda en el momento que más lo necesitaba.

―¡Oh! ―musitó ella cuando se dio cuenta que era el mismo tipo que había estado el día anterior en la biblioteca y le lanzó miradas de odio.

―Alonzo, piénselo, es la única forma de que pueda presentar hoy el examen.

―Sé que por alguna razón te caigo mal, aunque no entiendo por qué, pero si comprendo que no quieras dejar a tu hijo en mis manos, sin embargo, te prometo que estará bien. Incluso si te sientas en esa butaca. ―señaló la silla que se encontraba vacía en la entrada al salón― podrás ver todo lo que hacemos, yo estaré con tu bebé en aquella mesa de la cafetería. ―indicó.

―Adrián.

―¿Perdón? ―cuestionó confundida.

―Se llama Adrián. ―respondió mientras se lo entregaba. Alonzo se dio la vuelta.

―Espera ―lo detuvo―, también voy a necesitar la pañalera.

―Gracias. ―dijo a regañadientes mientras le entregaba el bolso, antes de que ella se retirara con su hijo la sentenció con una de sus frías miradas, sin embargo, no logró menguar la actitud de ella, que le respondió con una sonrisa, trastocando su interior, pero inmediatamente se recordó que las mujeres como ella eran un peligro.




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