No me rendiré

1. Navidad

La nieve cae lenta, como si el mundo estuviera en pausa, cubriendo las calles con un manto de silencio. Llevo un abrigo grueso que apenas logra cubrir mi vientre, redondeado y evidente a estas alturas. Mientras cruzo el jardín hacia la puerta de la casa de mis padres, siento una mezcla de nervios y emoción. Hoy les contaré. Hoy sabrán que estoy esperando un bebé. Que Tom y yo vamos a ser padres.

El bolso con los regalos cuelga de mi hombro y mi otra mano se aferra a un sobre. Adentro está la ecografía, con esa imagen borrosa que me hace llorar cada vez que la veo. Hoy, la Navidad será diferente. Perfecta.

La puerta se abre antes de que toque el timbre. Mamá aparece con una sonrisa inmensa, sus mejillas sonrojadas por el calor de la cocina.

—¡Emma!—exclama, envolviéndome en un abrazo que huele a pino y galletas de jengibre. Luego, su mirada se desliza hacia mi vientre, como si algo en mi postura la delatara. No digo nada todavía. Quiero que Tom esté aquí para compartir ese momento. Es su noticia también.

—¿Y Tom? ¿No vino contigo?—pregunta, mirando detrás de mí hacia la calle cubierta de nieve.

—Está en camino —respondo con una sonrisa. Mi voz suena ligera, pero mi pecho está lleno de expectativas. Él me escribió hace apenas media hora: “Me vas a amar con lo que compré para anunciarlo. Ya llego. Te amo.”

“Te amo más allá de cualquier cosa que compres” le aseguro.

Dentro de la casa todo es risas y vida. Papá está ajustando las luces del árbol, como si estuviera armando una obra de arte, mientras mis sobrinos corren por el pasillo con gorros de reno, cantando villancicos entre carcajadas. La mesa está repleta de platos típicos, decorados con esmero. Parece una postal. Todo es perfecto.

Me acomodo en el sillón junto a la chimenea, acariciando mi vientre con una mano mientras con la otra reviso el teléfono. Ningún mensaje nuevo. La última vez que hablamos, Tom estaba emocionado. Me dijo que tenía una idea increíble para sorprender a todos con la noticia del bebé. ¿Qué podría estar tardándolo tanto?

—¿Estás bien, cariño?—pregunta mamá, acercándose con una copa de sidra en la mano.

—Sí, solo cansada —miento. Rechazo la copa con un gesto, y ella me mira con curiosidad, pero no insiste. Me sonríe antes de regresar a la cocina.

El reloj avanza, y la conversación a mi alrededor parece volverse ruido de fondo. La preocupación empieza a instalarse en mi pecho, pero intento sacudirla. El tráfico es un desastre esta noche, me digo. Seguramente se detuvo en alguna tienda y perdió la noción del tiempo.

Pero entonces escucho los golpes en la puerta. No son golpes normales. No es el timbre. Es firme, insistente, como si estuvieran apurándose a entrar.

También hay un resplandor azul que entra por las ventanas, dando la pauta de un coche patrulla.

Papá frunce el ceño y se levanta del sofá.

—¿Quién podría ser?—dice, caminando hacia la puerta. Los niños dejan de cantar. El ambiente cambia. Yo me pongo de pie, como si algo invisible me empujara.

Cuando la puerta se abre, veo a dos policías en el umbral. Uno de ellos sostiene una gorra en las manos, el otro tiene una libreta. Ambos están serios, con rostros que ya lo dicen todo antes de que hablen.

—¿Emma Parker?—pregunta el más alto, con voz grave y contenida.

—Soy yo—respondo, sintiendo cómo mis piernas comienzan a temblar.

—Lamentamos mucho interrumpir de esta manera, pero su pareja, Tom Carter, ha tenido un accidente automovilístico. Estaba en camino hacia esta dirección cuando ocurrió.

No entiendo nada. La palabra "accidente" rebota en mi cabeza como un eco absurdo. Quiero preguntar algo, pero mi garganta no emite sonido alguno.

—El coche patinó en una curva. Perdió el control y chocó contra un poste. Los paramédicos llegaron rápido, pero… —Hace una pausa, como si intentara encontrar una forma más suave de decirlo—. Lo sentimos mucho. Falleció en el lugar.

La palabra me golpea como un trueno. De pronto, siento que no hay aire suficiente en la habitación. Mi mente no puede procesarlo.

—No, no… —murmuro, sin reconocer mi propia voz—. Tiene que haber un error. Tom estaba viniendo aquí. Estaba comprando un regalo… íbamos a contarles algo… No puede ser, por favor, no puede ser.

La mirada de los policías se endurece, llena de compasión y certeza. No hay error.

El teléfono, aún en mi mano, vibra. Lo miro sin saber por qué. Es un mensaje de texto de hace unos minutos, que no había visto. “Llegué al centro. Estoy entrando a la tienda. Te amo, cielo”.

Caigo de rodillas en el suelo. Siento que hay pares de manos que intentan sostenerme, voces que intentan consolarme, pero acabo de entrar en un túnel de horror. Mi madre, mi padre, no sé quién. Todo a mi alrededor es ruido. La casa sigue llena de luces y risas distantes, pero en mi mundo ya no queda nada. Tom estaba viniendo para contarle al mundo que íbamos a ser padres y ahora no está.

La nieve sigue cayendo afuera, indiferente a mi dolor. La Navidad sigue siendo perfecta para todos, menos para mí.




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