No me rendiré

4. Chris al rescate

Respiro hondo antes de entrar al showroom. Las entregas de vehículos siempre son un reto, pero hoy en particular tengo la sensación de que será más complicado. El lugar está impecable: pisos brillantes, luces estratégicamente colocadas para hacer que cada auto luzca como una obra de arte, y un aroma a cuero nuevo que parece diseñado para impresionar. Pero eso no evita que me sienta fuera de lugar. Mi vientre abultado hace que cualquier movimiento se sienta torpe, y algunos clientes tienden a notar eso más de lo que quisiera.

—Buenos días, señor Keller —saludo al primer cliente del día que viene por su entrega, un hombre de mediana edad, quizá cincuenta, con traje impecable y una actitud que ya reconozco. Su sonrisa es más bien una mueca, como si no pudiera decidir si estoy a su altura o no. Se pasa una mano por su cabello entrecano y me mira de arriba a abajo.

—Espero que mi auto esté listo. No tengo todo el día —dice, sin molestarse en devolver el saludo—. Llevo un día entero esperando a que me lo entreguen, ¿no pueden ser más expeditivos con sus trámites de porquería?

—Por supuesto, señor Keller—. Digo, tragándome lo que realmente pienso sobre él—. Lo tenemos perfectamente preparado. Déjeme acompañarlo.

Camino hacia el vehículo, un sedán deportivo de alta gama que brilla bajo las luces del showroom. Le muestro las características del interior, pero él apenas presta atención. Hace preguntas que sé que no necesita hacer, como si estuviera buscando un error en mi explicación. Todo en su tono es pedante, y cada comentario que hace me desgasta un poco más.

Cuando terminamos el recorrido, me interrumpe antes de que pueda explicarle el papeleo.

—¿Segura que está en condiciones de enseñar un auto de este calibre, señorita?—me pregunta, tomándome por sorpresa.

—¿Disculpe?

— Si no tiene a alguien más que pueda atenderme. Parece que está algo… limitada. —Su mirada se detiene en mi vientre, y siento que el calor sube a mi cara—. Creo que ya entiendo por qué tanta demora. Las mujeres deberían encargarse de lo que les corresponde y punto, en casa haciéndose cargo de la familia.

Intento mantener la calma, pero antes de que pueda responder, una voz detrás de mí lo hace por mí.

—Señor Keller, me temo que está equivocado. Emma es una de nuestras mejores ejecutivas, y puedo asegurarle que está más que capacitada para completar esta entrega sean cuales sean sus condiciones. Debería estar agradeciendo ahora mismo que una persona como ella esté disponible para trabajar para usted. —Es Christopher. Su tono es cálido, intenta ser amable sin perder la solemnidad y cuando lo miro, siento una mezcla de alivio y sorpresa—. Además, ese comentario sobre las mujeres, ¿no cree que está un poco fuera de época y de lugar? Porque mire que no tengo ningún problema en deshacer el trato ahora mismo.

Keller se queda callado por un momento, como si no supiera cómo responder. Finalmente, asiente con una sonrisa forzada y deja que Christopher continúe. En menos de cinco minutos, mi nuevo jefe cierra la entrega con una combinación de carisma y autoridad que parece desarmar incluso al cliente más complicado.

Cuando Keller finalmente se marcha con el acuerdo ya cerrado por fin, Christopher se gira hacia mí.

—¿Estás bien? —me pregunta, con una expresión genuina de preocupación.

—Sí, gracias. No era nada que no pudiera manejar, pero… gracias por intervenir. —Le sonrío, aunque mi voz suena más cansada de lo que quisiera.

—¿Puedo hablar contigo un momento? En privado. —Su tono es suave, pero no parece opcional.

Lo sigo hasta una sala de reuniones pequeña junto al showroom. Una vez adentro, cierra la puerta y se apoya contra la mesa, cruzando los brazos.

—Mira, Emma, no quiero que te sientas sola lidiando con este tipo de cosas. Sé que los clientes pueden ser… difíciles, por decirlo de alguna manera, pero no tienes que aguantar más de lo necesario. Quiero que me lo digas si necesitas ayuda, ¿de acuerdo? No quiero permitir que nadie se extralimite contigo ni con ninguna persona bajo mi ala.

—Lo aprecio, de verdad. Pero estoy bien. He lidiado con clientes así antes. —Intento sonar segura, aunque algo en su mirada me hace sentir vulnerable. Es como si pudiera ver más allá de lo que digo, como si supiera que estoy más agotada de lo que admito. De hecho, nunca tuve a Jerry de mi parte.

—Lo sé. Pero eso no significa que tengas que hacerlo sola. —Su tono es firme, pero hay algo en su expresión que suaviza el momento. Me doy cuenta de que no está siendo condescendiente. Realmente quiere ayudar.

¿Por qué siento, además, que me habla como si ya me conociera?




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