La jornada en la oficina finalmente termina y cuando llego a casa, el cansancio me cae encima como una avalancha. Me quito los zapatos apenas cruzo la puerta, dejando caer el bolso y el abrigo en el sofá. No tengo energía para cenar en la mesa, así que preparo un sándwich rápido y me acomodo en el sillón de la sala, con el plato en mi regazo y la computadora portátil en la mesita de café faltando absolutamente a todas las recomendaciones que suelen hacer ciertos profesionales de comer sin pantallas de por medio, lo cual es difícil cuando vives sola en casa o cuando aun no tienes un bebé que te distraiga con sus llanto.
Mi madre suele venir a acompañarme, tanto ella como mi madre se instalaron aquí conmigo y me fui a casa de ellos el primer tiempo en que Tom falleció. Fue duro darles la noticia yo sola de mi embarazo y fue duro pasar por el duelo dando la noticia de mi embarazo seguido del pésame por el padre.
En cierto punto, decidí que debía dejar de interferir en la vida de mis padres y por ello es que cada tanto viene mi madre a encargarse de rellenarme la alacena o a cocinarme algo rico, aunque no se queda. Le he insistido en que debo aprender a hacerlo sola, consciente también de que puede que la deba tener cerca en el parto y no creo que sea la mejor idea agotarla tan pronto.
Mientras como e intento dejar a Tom de lado, mi mente sigue regresando a Christopher. A su manera de manejar las cosas, a cómo intervino con el cliente pedante esta mañana. Hay algo en él que me intriga, más allá de lo obvio. Su confianza, su presencia. Y, aunque no quiero admitirlo, el hecho de que lo encuentro… inmensamente atractivo. “No debería estar pensando así” me digo, pero los pensamientos persisten.
Le encuentro algo ligeramente familiar.
Sin pensarlo demasiado, abro Google y escribo su nombre en el buscador: Christopher Harrison. Me detengo un momento antes de presionar Enter, como si estuviera invadiendo su privacidad. Pero la curiosidad gana, como siempre.
Los resultados son instantáneos. Hay artículos, fotos, incluso menciones en revistas empresariales. Es evidente que no es un simple gerente de oficina. Ha ocupado cargos importantes en grandes empresas antes de llegar aquí. Hay una foto de él en un evento de gala, impecablemente vestido, con una mujer rubia en su brazo. Su exesposa, según otro artículo que menciona su divorcio hace un par de años. La imagen me provoca un leve pinchazo de celos irracionales, que intento ignorar. Tiene una vida, claramente. Una vida que me esfuerzo por detectar qué es lo que encuentro de familiar en su persona.
—¿Quién eres realmente, Christopher?—murmuro para mí misma, navegando entre los enlaces, pestañas, ventanas.
Después de un rato, decido buscarlo en redes sociales. Encuentro su perfil fácilmente. Su cuenta no tiene muchas publicaciones, pero lo suficiente para darme una idea de su vida. Fotos de viajes, eventos de negocios, alguna imagen ocasional en la que está practicando deporte. Hay algo en él que se ve más relajado en esas fotos, como si la seriedad de la oficina se desvaneciera un poco.
Sigo deslizando, y entonces veo una imagen que me detiene en seco. Es vieja, claramente de hace varios años. Christopher está en ella, pero no está solo. Está con Tom.
Mi corazón da un vuelco de manera inmediata ante tal imagen. Tom sonríe en la foto, esa sonrisa amplia que recuerdo tan bien de aquellos tiempos en que nos conocimos, quizá tenía el unos veinte y yo dieciocho. Están de pie junto a un auto deportivo, ambos jóvenes y llenos de vida. La imagen está etiquetada como un recuerdo, con un pie de foto simple: Que los amigos siempre estén ahí para acompañar en los logros. En las buenas y en las malas. En los éxitos y en los fracasos.
Y etiqueta a Tom Carter, mi novio. O ex. O no sé cómo llamarle, por todos los cielos. Al principio me costaba hablar de él en pasado, ahora no sé ni cómo nominarlo.
Cierro la computadora de golpe y dejo el plato a un lado. Mi mente empieza a girar. Ahora entiendo por qué la cara de Christopher me parecía familiar desde el principio. Él conocía a Tom. Pero… ¿cómo? ¿De dónde?
La conmoción me llena de preguntas que no puedo responder. ¿Fueron amigos? ¿Colegas? ¿Por qué Tom nunca me habló de él si se conocen desde hace tantos años? ¿Con el tiempo perdieron el contacto? Pero también siento algo más: una conexión inesperada. Como si, de alguna manera, Christopher no fuera sólo un jefe atractivo y carismático, sino un lazo con el hombre que amé y que aún extraño con cada fibra de mi ser.
Me quedo sentada en el sofá, abrazándome las rodillas, con el peso de este descubrimiento sobre mí. Quiero saber más, pero también tengo miedo de lo que pueda encontrar. La imagen de Tom y Christopher juntos se queda grabada en mi mente mientras la noche avanza, envolviendo el apartamento en un silencio aún más profundo.
El silencio que quedó desde el día que él ya no está aquí.