La jornada arranca mucho mejor que el día anterior. Me siento más enfocada, con el ánimo renovado después de resolver varias entregas sin problemas; no podría calificar que el encuentro con mi jefe sea el elemento determinante, o sí, no estoy segura.
Los clientes de hoy son amables, casi demasiado, y por un momento me pregunto si he entrado a un universo alterno donde todos los compradores de autos de lujo son personas educadas y agradecidas.
Cada entrega fluye con una eficiencia casi milagrosa. Revisiones rápidas, firmas sin objeciones, y un par de sonrisas genuinas. Cuando termino con el último cliente de la tarde, suspiro de alivio y me dejo caer un momento en mi silla, acariciando distraídamente mi vientre. Me siento bien, casi ligera.
Sin embargo, la tranquilidad no dura mucho. Poco después, veo a Christopher entrar en la sala de reuniones junto con el hombre que ayer me trató como si fuera invisible: el señor Keller. La imagen me pone tensa tras considerar un aluvión de posibilidades en mi mente, pero decido no prestarle demasiada atención. Seguramente tienen algún asunto que resolver, y no me incumbe.
Pero cuando Christopher sale de la reunión, puedo observar desde mi escritorio que tiene algo en la mano. Un pequeño paquete envuelto en papel elegante, que deja sobre mi escritorio con una sonrisa sutil.
—Emma. Esto es para ti —dice, cruzándose de brazos mientras me observa con algo de curiosidad.
—¿Eh? ¿Para mí? —pregunto, mirándolo con escepticismo.
—Es del señor Keller. Parece que se sintió… bueno, culpable, supongo. Quería disculparse por lo de ayer.
—¿Por qué iba a disculparse? Cielos.
—Porque es humano y tiene la capacidad de los humanos para reflexionar sobre nuestros errores.
Abro el paquete lentamente, todavía incrédula. Dentro hay un bolígrafo de lujo, uno de esos que cuestan más de lo que me gustaría gastar en un mes entero. Lo sostengo en la mano, sin saber qué decir.
—No me lo esperaba —admito, más para mí misma que para Christopher.
—Supongo que tienes un efecto en las personas —responde, con una media sonrisa que parece más un cumplido de lo que quisiera admitir.
—Bueno, gracias por entregármelo, es un gesto inesperado, pero bonito—digo, dejando el bolígrafo en mi escritorio y buscando una forma de cambiar el tema. Pero algo me impulsa a no dejar pasar esta oportunidad. Aún tengo preguntas que necesitan respuestas, y tal vez ahora es el momento.
No, no puede marcharse aún.
—Christopher… —lo detengo, vacilante. Él levanta una ceja, esperando. Acto seguido rebusco en mi móvil y le muestro una foto de él.
La foto la encuentro rápidamente en el chat de whatsapp y aún me golpea con fuerza ver esos mensajes con él.
—¿Conocías a Tom? —La pregunta sale antes de que pueda detenerla, y siento cómo la tensión en el aire cambia de inmediato.
Christopher se queda quieto, sus ojos estudiándome como si estuviera decidiendo qué decir. Finalmente, asiente lentamente.
—Sí, lo conocía. Fuimos amigos hace años. ¿Por qué lo preguntas?
—Vi una foto. En tus redes sociales. Tú y él, junto a un coche. —Trago saliva, sintiendo un nudo en el pecho—. Tom era… era mi pareja. Falleció hace seis meses.
El impacto en su rostro es evidente. Sus labios se separan ligeramente, y parece perder el aire por un momento.
—No lo sabía —dice finalmente, su voz más baja de lo habitual—. Emma, lo siento mucho. No tenía idea de que Tom… —Se detiene, como si las palabras se le atascaran en la garganta.
—¿Qué tan cercanos eran? —pregunto, sintiendo la necesidad de saber más, aunque algo en mí duda si quiero escuchar la respuesta.
—Éramos cercanos. Muy cercanos. Trabajamos juntos en un par de proyectos y… bueno, lo consideraba un buen amigo. —Parece sincero, pero hay algo en su tono que me hace pensar que no está contando todo.
—¿Y por qué nunca me habló de ti? —La pregunta sale antes de que pueda evitarla, y me doy cuenta de lo desesperada que sueno—. Es que… Lo siento, no quiero entrometerme, solo que aún estoy tratando procesar su partida.
Christopher esquiva mi mirada por un momento, como si estuviera decidiendo qué tanto revelar.
—No sé. Tal vez porque hacía tiempo que no hablábamos. O porque nuestras vidas tomaron caminos diferentes. —Su respuesta es razonable, pero no me convence del todo.
—¿Es eso todo? —insisto, mirándolo fijamente—. Bueno, lo siento, está bien, lo que dices por mi parte está bien.
—Emma… —Suspira y se inclina hacia adelante, apoyando las manos en el borde de mi escritorio—. Tom era importante para mí, pero no sé por qué nunca te habló de mí. Tal vez pensó que no era relevante, o tal vez había cosas que no quería compartir. Sólo puedo decirte que lo admiraba, y me duele saber que ya no está.
Hay algo en su tono que me hace retroceder un poco. No es mentira, pero tampoco es toda la verdad. Decido no presionarlo más, al menos no hoy.
—Gracias por decírmelo —murmuro finalmente, mirando hacia el bolígrafo en mi escritorio como si fuera la cosa más interesante del mundo.
Christopher asiente, su expresión todavía cargada de algo que no puedo identificar.
—Si necesitas hablar de él… o de cualquier cosa, sabes dónde encontrarme —dice antes de darse la vuelta y caminar hacia su oficina—. Sino, conozco una buena terapeuta que podría recomendarte.
Me quedo en mi escritorio, mirando la puerta por donde salió, con más preguntas que respuestas. Algo en todo esto no encaja del todo, pero tampoco sé si quiero ahondar en ello. Por ahora, sólo sé que Tom sigue presente de maneras que nunca imaginé. Y Christopher… Christopher está empezando a ser una presencia que no puedo ignorar, por más que intente convencerme de lo contrario.