El aroma a café recién hecho se mezcla con el tenue olor del limpiador de pisos cuando cruzo la puerta del edificio. Es un olor que siempre me resulta reconfortante al inicio del día, pero hoy pasa desapercibido. Mi mente está en otra parte. En realidad, está en todas partes: en la ecografía que tengo más tarde, en la imagen de Christopher y Tom juntos que aún me persigue, y en la sensación constante de que estoy sosteniendo todo con hilos demasiado finos.
Con el corazón acelerado, me detengo frente a la oficina de Christopher. Tomo aire antes de tocar la puerta. Su voz se escucha al instante, grave y clara.
—Adelante.
Entro, y el contraste entre el frío del pasillo y el calor de su oficina me golpea. Él está sentado detrás de su escritorio, con la chaqueta de su traje colgada en la silla y las mangas de la camisa ligeramente remangadas. El escritorio está ordenado, con un par de carpetas abiertas y una taza de café humeante a un lado. El aroma a café en su oficina es diferente al del pasillo, más fuerte, más personal, como si fuera un reflejo de él.
—Emma, buen día, ¿qué puedo hacer por ti?—pregunta, levantando la vista de los papeles y clavando sus ojos en los míos. Hay algo en su mirada que siempre parece un poco demasiado intensa, demasiado… presente. Es esa clase de personas que con solo echarte un vistazo parece que tendría el poder de ponerte de rodillas a rezar un padre nuestro para disculparte por tus pecados.
—Tengo una cita médica hoy, una ecografía, es solo un control de rutina. Quería pedir permiso para salir un poco antes del almuerzo —digo rápidamente, sintiendo que mis palabras se atropellan unas a otras.
Christopher asiente de inmediato, como si ni siquiera necesitara considerarlo o revisar si tengo algo importante en agenda.
—Por supuesto. Tómate el tiempo que necesites. —Hace una pausa, inclinándose ligeramente hacia adelante—. ¿Vas sola?
La pregunta me descoloca un poco. Normalmente no tendría problema en responder que sí, pero algo en su tono, en cómo lo dice, hace que mis palabras se traben.
—Estoy acostumbrada a ir sola. No es gran cosa. —Intento sonar casual, pero mi voz tiembla ligeramente.
Christopher me estudia por un momento, su expresión calmada pero inquisitiva.
—No creo que debas ir sola. —Su voz es suave pero firme—. Es un momento importante. Deberías tener a alguien contigo.
—De verdad, no es necesario. —Intento protestar, pero él ya está tomando su teléfono.
—¿Qué te parece si le doy a Kate el resto del día libre para que te acompañe? Estoy seguro de que estará encantada de ayudarte.
—No, Kate está ocupada con los trámites para el cliente de ayer. No quiero molestarla, y tampoco quiero que algo importante se quede a medias por mi culpa.
Christopher deja el teléfono en el escritorio y se reclina en su silla, cruzándose de brazos. Su mandíbula se tensa levemente, como si estuviera evaluando la situación.
—Bien. Entonces iré yo. —Lo dice con tal naturalidad que me deja sin palabras.
—¿Qué? —Es lo único que logro decir, mi voz apenas un susurro.
—Si Kate está ocupada y tú no quieres molestar a nadie más, yo puedo llevarte. No tengo nada que no pueda reprogramar, y quiero asegurarme de que llegues bien. —Su tono no deja lugar a discusiones, pero aún así intento resistirme. Un embarazo avanzando como el tuyo, Emma, no es poca cosa.
—Christopher, de verdad no quiero causarte problemas —insisto, aunque mi voz ya no suena tan firme como antes.
Él me observa con calma, pero hay algo en su mirada que me hace sentir que ya ha tomado una decisión.
—Emma, no es un problema. Esto no es negociable. Si no aceptas mi ayuda, será difícil concentrarme aquí sabiendo que estás yendo sola. —Sus palabras son directas, pero su tono tiene una calidez que me desarma.
Voy sola porque he de hacer todo sola desde el momento que supe que seguiría adelante este embarazo sin Tom, pero no es algo que pueda ponerme a explicar ahora mismo.
Siento un nudo en la garganta, una mezcla de incomodidad y gratitud que no sé cómo procesar. Antes de que pueda responder, siento un leve retortijón en el vientre. No es nada serio, sólo un recordatorio físico de que ya no estoy sola en este cuerpo y que quizá sea mi bebé que está emitiendo una opinión.
Suspiro, rindiéndome.
—Está bien. Si realmente puedes hacerlo, aceptaré tu ayuda.
Una sonrisa pequeña pero genuina se asoma en sus labios.
—Perfecto. Salimos cuando estés lista.
Cuando vuelvo a mi escritorio, Kate está allí, esperándome con los brazos cruzados y una expresión de pura curiosidad.
En cuanto le explico lo que ha sucedido, ella parece no entrar en sí misma del asombro.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunta, su voz baja pero cargada de intriga—. ¿Por qué Christopher Harrison va a dejar todo para llevarte?
Intento restarle importancia.
—Sólo insiste en que no debería ir sola. Es un gesto amable de su parte.
Kate me da una mirada cargada de significado y luego ríe suavemente.
—“Un gesto amable”. Sí, claro. Me pregunto cuántos de esos gestos “amables” hace con otros empleados o anda haciendo por ahí en la vida, claramente le llama la atención cuidar de ti a ese papurri. —Me guiña un ojo y regresa a su escritorio, dejándome más nerviosa de lo que ya estaba.