La casa de mis padres siempre tiene el mismo aroma reconfortante: una mezcla de comida casera, lavanda del ambientador que mi madre usa religiosamente y un toque de madera vieja.
Estar en el comedor, rodeada por la familiaridad de los muebles antiguos, las cortinas floreadas y el constante parloteo de mi madre, que se mueve entre la cocina y la mesa con la energía de alguien que parece olvidar su edad, es siempre un mimo al corazón contra la soledad de la diaria mientras intento sobrevivir a la rutina.
—Emma, come un poco más, recuerda que debes alimentarte por dos. —Mi madre coloca un plato rebosante de lasaña frente a mí, ignorando completamente mi insistencia en que la primera porción fue suficiente.
—Mamá, ya estoy llena y mi bebé también. De verdad—respondo, pero su mirada es como un láser de "no te atrevas a discutir".
—Qué llena ni llena, tú come. Tienes que alimentarte bien por Tommy en primer lugar. —Se cruza de brazos, dándome una de esas miradas que podrían intimidar a un ejército. Es importante esta comida porque el contexto es que estamos celebrando que mi bebé tiene ya definitivamente un nombre.
Suspirando, tomo el tenedor y me resigno a comer un poco más. Pero en cuanto doy el primer bocado, mi teléfono vibra al lado de mi plato. Un mensaje. Lo ignoro al principio, porque sé que mi madre está observando como un halcón. Pero vibra de nuevo. Y otra vez.
—¿No vas a contestar? —pregunta, con la ceja levantada.
—Es del trabajo. Nada importante —miento, aunque mi corazón acelera un poco porque sé quién es.
—¿Trabajo a esta hora? —gruñe papá desde el otro lado de la mesa, donde está más concentrado en su vino que en la conversación—. Deberían dejarte tranquila.
—Es sólo una consulta rápida. —Intento sonar casual mientras tomo el teléfono y leo el mensaje.
Christopher: "¿Podrías revisar si dejamos el documento de entrega final en tu escritorio? El cliente quiere confirmarlo y no puedo encontrarlo."
Ruedo los ojos, porque sé perfectamente que ese documento está en su oficina. Pero, aparentemente, Christopher encuentra excusas para contactarme fuera del horario laboral sino es que simplemente está con un fugaz olvido entre una agenda de tantas cosas de las cuales ocuparse. Me apresuro a responder:
Yo: "Seguramente está en tu escritorio. Pero si quieres, lo reviso mañana temprano."
El teléfono vibra al instante.
Christopher: "Gracias, Emma. Eres la mejor."
Mi cara se calienta un poco, pero me obligo a concentrarme en la lasaña y en no parecer demasiado interesada. Sin embargo, mi madre ya está mirándome como si acabara de descubrir el mayor de los secretos.
—¿Quién es? —pregunta, con ese tono dulce y peligroso que significa que no va a dejarlo pasar.
—Nadie —respondo demasiado rápido, y ella sonríe como si hubiera ganado una partida de póker.
—¿Nadie te hace sonreír así mientras estás cenando con tu familia? —replica, dejando caer una cuchara en el fregadero con un ruido dramático.
—No estoy sonriendo. —Pero mi voz no suena nada convincente. Miro a mi papá en busca de apoyo, pero está demasiado ocupado con su segunda copa de vino como para notar el interrogatorio.
—Emma. —Mi madre se sienta frente a mí, entrecerrando los ojos con esa mirada de madre omnipotente—. ¿Hay algo que quieras contarme?
—No. No hay nada que contar. —Intento sonar firme, pero ella sólo se inclina más cerca.
—Es un hombre, ¿verdad? —su voz baja un poco, como si estuviéramos conspirando.
—Mamá, por favor —resoplo, llevándome un mechón de cabello detrás de la oreja, un gesto que sé que me delata porque siempre lo hago cuando estoy nerviosa.
—¿Es el padre del bebé? —pregunta, como si acabara de resolver un crimen.
—¡Claro que no! ¡El padre es Tom, por todos los cielos!—digo tan alto que mi papá finalmente levanta la vista.
—¿Tom no es el padre del bebé? —pregunta, confundido, pero mi madre lo ignora.
—¡Papá, por Dios!
—Entonces, ¿quién es ese hombre? —insiste mamá, cruzándose de brazos como si no fuera a moverse hasta que le dé una respuesta. Ojalá no me conociera tan bien.
—Es mi nuevo jefe, mamá. Christopher. —Lo digo rápidamente, esperando que eso la calle. Pero en lugar de calmarse, su cara se ilumina.
—¿Tu jefe? ¡Emma! —Se lleva una mano al pecho como si acabara de escuchar la mejor noticia de su vida—. ¿Estás saliendo con tu jefe? Es muy de película eso, ¿sabes? Como una de esas que veíamos juntas los domingos.
—¡No estoy saliendo con él! —Cubro mi cara con las manos, deseando que el suelo me trague.
—Pero te gusta. —Su tono ahora es más suave, casi comprensivo.
La pregunta me deja sin aliento, porque no sé cómo responder. ¿Me gusta? ¿Christopher? Claro, es atractivo. Muy atractivo, en realidad. Y es amable, atento… y está siempre ahí, como una constante en mi vida. Pero eso no significa que…
—No estoy preparada para algo así, mamá. No puedo. —Mi voz suena más vulnerable de lo que quisiera, y veo cómo su expresión cambia. Su mirada es más tierna ahora, más comprensiva.
—Cariño, nadie está preparada para enamorarse. Simplemente sucede. Pero sólo tú puedes decidir si estás lista para dejar entrar a alguien más. —Me toma la mano, y por un momento siento una calidez que sólo una madre puede ofrecer.
Asiento, pero las palabras se quedan conmigo mientras me retiro a mi antigua habitación más tarde esa noche. Me siento en la cama, con el teléfono en la mano, mirando la pantalla. Christopher no ha escrito más, pero su último mensaje sigue ahí, recordándome su presencia.
"Gracias, Emma. Eres la mejor."
Suspiro, dejando el teléfono en la mesita de noche. No sé qué significa esto. No sé si significa algo. Pero una parte de mí se da cuenta de que, si Christopher está cruzando una línea en mi corazón, puede que ya sea demasiado tarde para retroceder. Y aunque quiero negarlo, hay algo en mí que piensa: Ay, Chriss....