La noche ha caído y mi apartamento está bañado en la tenue luz amarillenta de las lámparas. Kate y yo estamos sentadas en el sofá, rodeadas de almohadas y mantas, con un par de recipientes de helado entre nosotras. La televisión está encendida, proyectando la imagen de una comedia romántica que hemos visto mil veces, pero que es esa suerte de lugar seguro donde regresas cada vez, como un libro que ya conoces de punta a punta, pero que siempre tiene una frase para reconfortarte. El olor dulce del helado de vainilla se mezcla con el aroma reconfortante de las mantas recién lavadas, y por un momento, me siento tranquila.
—¿Estás segura de que estás bien? Sigo opinando que una segunda perspectiva médica sería lo idea—me suelta Kate, con una cucharada de helado a medio camino de su boca. Su tono es más serio de lo que suele usar conmigo.
—Estoy bien, Kate. Ya te lo dije. Fue sólo un bajón de azúcar y un poco de estrés, algo muy coherente dadas las circunstancias de los últimos seis meses de mi vida. —Le sonrío, pero sé que no se la va a tragar.
—Claro, porque desmayarte en el trabajo es completamente normal. —Su sarcasmo es tan afilado como siempre, pero hay una preocupación real en sus ojos. Suspira y deja su helado a un lado—. Emma, en serio. Tienes que empezar a cuidarte más. Lo que has pasado no es algo que se pueda superar a la ligera.
—Lo haré. Lo prometo. Estoy en trayecto de cuidarme más. —Le doy un pequeño empujón en el brazo, intentando aliviar la tensión—. Pero ahora, ¿podemos disfrutar de esta película sin que me regañes como si fueras mi madre?
Ella sonríe medio por compromiso, aunque su expresión aún guarda algo de inquietud. Nos acomodamos un poco más en el sofá, dejando que los diálogos absurdos de la película llenen el espacio. Pero, como siempre, Kate no puede quedarse callada por mucho tiempo.
—Hablando de cuidarte… —empieza, con ese tono que sé que va a llevar a algo incómodo—. Christopher realmente está preocupado por ti.
—Kate… —empiezo, pero ella me corta.
—No, escucha. Ese hombre está loco por ti. ¿Cómo no te das cuenta? —Se gira hacia mí, cruzando las piernas y mirándome fijamente—. ¿Quién reorganiza toda su agenda para llevar a una empleada a emergencias y luego se queda ahí como un perro guardián, sumado a que le interesa si has vuelto a formar pareja luego de Tom?
—Es mi jefe, Kate. Es su trabajo preocuparse, dudo que quiera un juicio laboral de parte de su empleada embarazada, deprimida y conflictiva. —Intento sonar convincente, pero incluso a mí me cuesta creerlo.
—Por favor. Esto no tiene nada que ver con el trabajo y lo sabes. —Toma otra cucharada de helado y me apunta con la cuchara—. Y antes de que digas algo, sé que tienes fotos de Tom por todas partes, y que todavía lo amas. Pero, Emma, no puedes vivir el resto de tu vida como un fantasma o negando lo obvio
Sus palabras me golpean más fuerte de lo que esperaba, pero no tengo tiempo para responder porque en ese momento, el timbre suena. Ambas nos miramos, confundidas.
—¿Esperas a alguien? —pregunta Kate.
—No… —Me levanto, dejando el helado a un lado y camino hacia la puerta. Cuando miro por la mirilla, siento que el aire se escapa de mis pulmones.
No puede ser.
Es Christopher.
Abro la puerta lentamente, y ahí está, vestido con unos jeans oscuros y una camisa casual que no había visto antes. En sus manos lleva una bolsa con lo que parecen ser ingredientes para cocinar. Probablemente recién esté terminando su intensa jornada de trabajo, pero ¿qué es todo eso=
—¿Christopher? ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, claramente sorprendida.
—Quería ver cómo estabas y asegurarme de que cenaras algo decente. —Levanta la bolsa ligeramente, como si fuera una oferta de paz. Entonces, también él se encargá por la fuerza de alimentarme. Quizá con menos azúcar que un kilogramo de helado—. ¿Puedo pasar?
—Yo… Esto… Digo… Claro… claro, pasa. —Doy un paso atrás, y él entra, llenando el espacio con su presencia de inmediato. Kate, que aún está en el sofá, levanta una ceja al verlo.
Fabuloso, ¡ahora sí le estoy dando motivos!