Kate se acerca a mí y me habla entre cuchicheos. Bueno, ya sé por dónde vendrá su planteo, pero aquí nada es lo que parece.
—Vaya, el caballero ha llegado al rescate. —Su tono es una mezcla de burla y admiración, pero Christopher no parece inmutarse mientras rastrea la cocina de casa para dejar las cosas—. Ya se ha apropiado de tu cocina.
—¡Soy muy expeditivo para preparar la cena! —Promete Chris apareciéndose de pronto y con Kate nos quedamos de piedra.
—Qué suerte, porque ya me iba—dice ella.
—Descuida, hay comida suficiente para los tres—. Le sonríe brevemente antes de volver a dirigirse a mí—. Espero que no sea una mala idea que consideremos algo más que helado para cenar. —Echa un vistazo al bote de helado sobre la mesita ratona y regresa a la cocina con sus cosas.
—Oh, no te preocupes. Ya comí el postre, de hecho—dice Kate, levantándose rápidamente como si hubiera estado esperando esta oportunidad.
—Kate, no. Quédate, por favor. —La detengo, poniéndome entre ella y la puerta—. No tienes que irte.
—¿Estás segura? Porque siento que estoy interrumpiendo algo. —Me lanza una mirada significativa, pero yo la ignoro.
—Quédate. Será mejor tener compañía para cenar. —Le sonrío, intentando convencerla, y finalmente, suspira y se deja caer de nuevo en el sofá.
—Deja de huir ante las cosas que te provoca el jefecito.
—¡Chissst, Kate!
—Creo que deberías ser al menos una buena anfitriona y ayudar con la cocina, ¿no crees? A final de cuentas, soy pésima picando verduras.
Le arrojo una mirada asesina y me muevo.
Sigo a Christopher hasta la cocina para ayudarle en la preparación de la cena, sintiéndome extrañamente nerviosa. El sonido de las bolsas de papel al colocarlas sobre el mostrador rompe el silencio.
—¿Qué trajiste? —pregunto, tratando de llenar el espacio.
—Pasta fresca, salsa bolognesa ya lista y un poco de pan para hacer tostadas. Nada complicado. Esta casa de pastas tiene unos platillos que son deliciosos—. Se remanga las mangas de la camisa, y no puedo evitar notar lo bien que se le ven los antebrazos, algo que rápidamente trato de borrar de mi mente, pero ya he visto el tatuaje en su antebrazo derecho con forma de un rosedal con espinas y no me lo podré sacar fácilmente de la cabeza.
La cocina huele pronto a ajo y hierbas frescas, un aroma que se mezcla con el tenue perfume que parece emanar de Christopher. Kate aparece en la puerta luego de un momento, observándonos con una sonrisa que intenta ocultar detrás de un vino y una copa que sostiene en alto.
—¿Necesitan ayuda o alguien que les sirva el vino? —bromea, y Christopher suelta una pequeña risa.
—Puedes quedarte y mirar. Pero si quieres ser útil, pon la mesa. —Le entrega unos platos, y ella obedece, todavía con esa mirada traviesa.
—Es raro que mi jefe me dé la orden de poner la mesa.
—Para eso estamos, para apañarnos unos con los otros.
La cena transcurre de manera extrañamente tranquila, aunque puedo sentir la tensión en el aire. Kate se esfuerza en mantener la conversación ligera, pero mi mente no puede evitar vagar hacia las fotos de Tom que todavía están en las estanterías. Una especialmente, la de nuestra última Navidad juntos, parece observarme desde la repisa. Sí, la anterior a que sucediera lo del accidente.
Después de cenar, Kate parece especialmente apresurada por terminar pronto y menos de lo que me esperaba, se despide, lanzándome una última mirada significativa antes de salir por la puerta.
Christopher y yo nos quedamos en la entrada, mientras él se ofrece a lavar los platos, pero realmente le pido que no lo haga. Creo que se ha dado cuenta que el hecho de quedarnos solos me hace sentir un tanto incómoda, o extraña; el aire entre nosotros es más denso ahora que estamos solos.
—Gracias por venir. No tenías que hacer todo esto. —Le digo, jugando con el borde de mi camisa.
—Quería hacerlo. Me preocupo por ti, Emma. —Su voz es baja, pero la sinceridad en sus palabras me provoca un grato impacto.
Lo miro, y por un momento, todo lo demás desaparece. Esos ojos oscuros, la forma en que me mira, como si fuera la única persona en el mundo, me desarman completamente. Antes de que pueda pensar, él se inclina hacia mí, y sus labios tocan los míos.
El beso es suave al principio, pero rápidamente se vuelve más profundo, más desesperado. Mis manos encuentran su camino a su pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón bajo mis dedos. Es como si todo lo que hemos estado conteniendo finalmente hubiera explotado.
Cuando nos separamos, ambos estamos respirando rápido, con nuestras frentes aún juntas.
—Esto ha sido en verdad… —empiezo, pero las palabras se me escapan.
—No digas nada. —Christopher susurra, con una pequeña sonrisa—. No esta noche.
Asiento, cerrando los ojos por un momento, permitiéndome sentir algo que no había sentido en mucho tiempo: deseo.
Y me besa otra vez.