2019
Ameghino
Miércoles, 13 de marzo
01:00 am
Di varias vueltas en la cama, estaba inquieta y no lograba conciliar el sueño. Mi mente parecía más despierta que nunca, mientras que mi cuerpo se sentía pesado. Sin energía.
Seguramente todo el mundo sintió eso en algún momento de sus vidas. Me refiero a que te encuentres cansada, que esperaste todo el día a que llegue la noche para poder descansar envuelta en sábanas con un lindo aroma, pero cuando llega el momento, tu mente parece no llegar a un acuerdo con tu cuerpo y no te deja en paz.
Trabaja y trabaja sin parar y te mantiene despierta durante horas, los pensamientos te consumen y al final te terminas durmiendo pensando en nada y en todo al mismo tiempo.
Odio que pase eso. Odio mi mente en esos momentos.
¡Odiaba mi mente en ese momento!
Despegué mi cara de la almohada y resoplé. Estiré la mano hacia la mesita de luz para poder encender el velador. Lo prendí y me quedé mirando el techo, algo que se me estaba haciendo costumbre. Hacía ya varios años que me venía pasando, había noches donde caía rendida rapidísimo, pero otras, como esa noche, que no podía pegar el ojo.
Luego de unos minutos miré la hora en mi celular, el número uno podía leerse en grande. Lo volví a dejar en la mesita junto al velador y un portarretrato pequeño; observé ese portarretrato y lo agarré.
Tenía una foto, en la que salía yo junto a mi hermana mayor, Sabrina. La tomaron en su cumpleaños número diecisiete, ella estaba sonriendo mientras que mi yo de diez años hacía una mueca graciosa. Recuerdo haberla hecho para que Sabri sonriera, me encantaba verla sonreír, solía contagiar su sonrisa a todo el mundo. Siempre será una de mis fotografías favoritas.
Ella era luz. Y era feliz. Yo también era feliz. Todos éramos felices en aquel entonces.
Hasta que Sabrina desapareció sin dejar rastro un mes después de tomar esa foto, donde ambas estábamos contentas.
La buscaron durante meses y a medida que pasaba el tiempo menos gente la seguía buscando. Dos años después cancelaron su búsqueda, "cerraron su caso" como dijo mi papá. La dieron por muerta. Todos la dieron por muerta, incluyendo a mis propios padres.
Perdieron la esperanza, supongo.
En cambio, yo la seguí esperando. Esperando durante todo un año más a que entrara por la puerta de casa con su perfecta sonrisa. Nunca pasó.
Ya habían pasado tres años desde su desaparición y mis padres tomaron la decisión de poner una placa con su nombre en el cementerio, tomaron la decisión de enterrar un cajón vacío. Y yo los odié por eso, los odié por perder la fe, los odié por hacer que yo perdiera mi esperanza. Los odié por todo.
Después de enterrar el maldito cajón volvimos a casa y me sentaron en el sillón. Me dijeron cuidadosamente que mi hermana nunca volvería, que dejara de esperar, que ella estaba muerta y que lo tenía que aceptar.
¿Cómo esperaban que una niña de trece años aceptara eso?, ¿qué su ejemplo más grande a seguir jamás volvería?
Y los odié tanto, todo el odio que alguien con solo trece años de vida puede sentir, claro.
La amaba, era perfecta en todo, era perfecta siendo mi hermana mayor.
Acaricié su cara en la foto y volví a dejar el portarretrato dónde estaba. Pasé las manos por mis mejillas y ojos para secar las lágrimas que había soltado.
Me acomodé en la cama en posición fetal, acomodando la fina sábana que me cubría. Y luego me quedé dormida.
07:16 am
¡¡¡PUM!!!
Me desperté de golpe al escuchar un fuerte ruido cerca de mí. Levanté la cabeza y observé a la profesora de filosofía hablar. Miré para atrás y vi a uno de mis compañeros de clase levantar un cuaderno del piso.
A mi lado, sentada junto a mí estaba Belén, mi mejor amiga. En esa escuela nos sentábamos dos personas por mesa y desde que empezamos la secundaria siempre había estado junto a Belén, en la fila del medio. En la fila contra la ventana, estaba Brendan, el mellizo de Belu y mi mejor amigo.
Él me lanzó una sonrisa y levantó las cejas mientras negaba con la cabeza. Belén me codeó para llamar mi atención.
− ¿Todo bien? -Me preguntó en un susurro con una mirada preocupada.
−Sí, todo bien. Solo no dormí bien anoche. -Le sonreí para tranquilizarla.
−Oh, está bien. Pero tienes que prestar atención. -Me devolvió la sonrisa y me codeó nuevamente.
Belén era esa persona súper inteligente y responsable que siempre sacaba notas altas. No es que yo no obtuviera notas altas y fuera responsable, pero ella simplemente estaba en otro nivel.
Escuché a la profesora hablar, nos estaba explicando que era la filosofía y para qué servía. Una simple introducción a lo que veríamos durante el resto del trimestre. Solo hacía dos días de que empezaron las clases y ese era mi último año, el que había empezaba mal al dormirme en la primera clase del día. Simplemente fabuloso.
Copié lo que estaba escrito en el pizarrón y seguí escuchando a la señora hablar y hablar por el resto de la hora.
A las ocho sonó el primer timbre anunciando que teníamos que ir a izar la bandera. Me levanté del banco junto a todos mis compañeros y salí del salón con el brazo enganchado en el de Belén. Ella hablaba sobre su nuevo corte de cabello y de si debería pintárselo de color castaño para que no llamara mucho la atención. Pues ella era pelirroja, más bien color zanahoria al igual que su hermano. Y sí, siempre llamaban la atención.
Una vez que la bandera estuvo izada y luego de unas cortas palabras de la directora del colegio, volvimos a nuestro salón para comenzar con la clase de matemática. Y no me quejaba, se me daban bien. Además, tenía a Belén, quien las amaba.
Así la mañana siguió avanzando y ya estábamos en la última hora, el reloj marcaba las doce y veinte minutos, faltaban cinco para que sonara el timbre de salida. Todos ya teníamos guardado nuestras cosas en la mochila para salir y poder ir a nuestras casas a almorzar.