No mires hacia atrás

Capítulo 8

20:00 pm

Al caer la noche, cuando el sol ya no se veía, mi mamá me mandó un mensaje diciendo que llegarían dentro de poco.

Le contesté que estaba bien, dejé el celular al lado mío en el sofá y continué mirando una película, en la que varios personajes morían asesinados por un maniático. Perdón, pero es que amaba el suspenso que se creaba cuando comenzaba a sonar la típica música escalofriante. Algunas veces creo que eso da más miedo que la mismísima escena que está ocurriendo frente a mí.

Además, cada vez que miraba una serie o película mi mente se imaginaba una historia anexando un nuevo personaje, era algo muy automático. De pronto estaba formando parte de la trama y sintiendo que el loco maniático también me perseguía a mí. Espero no haber sido la única, de otra forma seria muy rara.

Puse en pausa la televisión, justo en la parte en la que estaban por matar a alguien, y me levanté del sofá. Hice mi camino hacia la cocina –y prendí todas la luces que encontraba en mi pequeño recorrido− para buscar un vaso y servirme jugo de naranja, bendito sea el jugo de naranja.

Prendí la luz de la cocina y estaba a punto de tomar un vaso cuando tocaron estruendosamente el timbre de la casa. Me sobresalté, para luego quedarme quieta mientras mis sentidos se ponían alerta.  

Continué así por varios segundos, con una mano en el corazón esperando a que mis latidos se calmaran antes de ir a ver quién era. Pero poco sirvió ya que tocaron el timbre nuevamente. Con la misma rabia que antes.

Comencé a caminar, una vez en la puerta, giré la llave y la abrí. Al mirar afuera no había nadie y la luz exterior estaba apagada, sin mirarla toque la perilla de la luz y la encendí.

Di unos pasos hacia adelante y observé mi entorno. Nadie. Sólo la señora Quiroga, una anciana que vivía junto a su esposo y un perro en la casa del frente, estaba sacando la basura.

Caminé más hasta estar en la orilla de la calle y la saludé.

− ¿Por casualidad no vio a alguien salir de mi casa hace un momento? –Le pregunté después.

−Oh, sí, cariño. Era un chico, no lo vi bien, pero creo que era tu amigo, el chico este, cómo se llamaba… −Me respondió, dudando al final sobre el nombre.

− ¿Brendan?

−No, no, el otro, el morochito larguirucho. –Facundo. ¿Por qué había tocado tan fuerte y no esperó a que yo saliera?−. ¿Pasa algo, cielo? No tienes buena cara.

−No pasa nada, sólo que tenía que darle unas cosas del colegio, pero estaba durmiendo y no llegué a recibirlo, se fue antes de que saliera afuera. Ahora le mandaré un menaje. Pero gracias, señora Quiroga. –Le agradecí sonriéndole.

−Desde que tienes 10 años te he pedido que me digas Susana, niña. –Me apuntó con un dedo, mientras ponía su otra mano en la cintura.

−Perdón, Susana. Que tenga buena noche y entréguele mis saludos a su esposo.

−Igualmente, cielo, mándales los míos a tus lindos padres. –Se despidió con la mano y entró en su hogar.

Miré ambos lados de la calle, en la esquina izquierda pude ver la silueta de alguien doblar, alejándose. Con los labios apretados volví adentro de mi casa.

Agarré mi celular en el sofá, y entré a WhatsApp, busqué el número de Facundo. Estaba por escribirle, pero una llamada entrante evitó que lo hiciera, creí que sería él, pero no. Era un número desconocido.

Me debatí entre responder o no, pero lo hice, tal vez sí lo era pero desde otro celular.

Respondí.

Acerqué el artefacto a mi oreja y hablé.

− ¿Hola?

Nadie respondió.

Parada en el medio del living de mi casa y con el celular en mano me estaba empezando a preocupar. ¿Qué era esto?

− ¿Hola, quién es? –Nada. Pasaron varios segundos más y yo seguía parada como idiota esperando una respuesta.

Hasta que escuché una fuerte respiración al otro lado de la línea. Abrí los ojos en grande. ¿Qué clase de broma era esa? No estaba en Scream, por Dios. Y luego cortaron.

Alejé el celular y lo miré, procesando lo extraño que era eso…

Dinnnnnnn

Volvieron a tocar el timbre y volví a sobresaltarme, ocasionando que el celular terminara en el suelo. Lo recogí.

Miré la puerta, no sabía si abrir o no. Me fui acercando a pasos lentos, dudosa por lo que haría.

−Hija, soy yo, olvidé mis llaves. –Respiré profundo al escuchar la dulce voz de mi mamá. Me apresuré a abrir la puerta y la vi cargando varias bolsas. El auto estaba en la vereda, con papá sacando otras bolsas del supermercado de la parte trasera del vehículo. La ayudé agarrando algunas de sus manos.

− ¿Qué tal todo, hija? –Me preguntaron una vez que ambos entraron y comenzamos a guardar las compras.

No sabía si contarles lo que había pasado. Si lo hacía se preocuparían de más. Así que decidí no hacerlo.

−Bien, todo normal. –O bastante raro, mejor dicho. Una mentira piadosa no hace daño a nadie. ¿Verdad?




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