No mires hacia atrás

Capítulo 32

Capítulo 32

19:00 pm

Solo quedaban pequeños rayos de sol cuando volvía a casa, me quisieron acompañar, pero preferí volver sola, ya le había enviado un mensaje a mi papá, así que me estarían esperando. 

 Pero antes de doblar una esquina decidí caminar por el antiguo barrio donde solíamos vivir. Un impulso inexplicable me llevó hasta nuestra casa de la infancia, el lugar que alguna vez albergó risas y juegos inocentes, aunque por muy poco tiempo. Pero al acercarme, percibí una tensión en el aire.

Al doblar la esquina, vi a los policías frente a la casa, sus uniformes destacando ominosamente contra el paisaje tranquilo. Mis pasos se volvieron más lentos, y una inquietud se apoderó de mí mientras notaba la presencia de otros: mis padres, con rostros afligidos, observaban con angustia desde el otro lado de la calle. 

Mi corazón latía con fuerza cuando me acerqué, la ansiedad apoderándose de mis pensamientos. Fue entonces cuando vi la pala desenterrando la tierra a  un costado del camino que conducía hacia la casa y la realidad golpeó con brutalidad.

Mis ojos se encontraron con los de mis padres, reflejando el mismo dolor que sentía en mi pecho. No hacía falta decir una palabra; la conexión entre nosotros era un nudo de comprensión y desesperación. Me acerqué lentamente, como si temiera confirmar lo que ya presentaba.

Fue entonces cuando vi lo que parecía ser una sábana blanca emergiendo de la tierra como un fantasma del pasado. Un gemido ahogado escapó de mis labios, y mis rodillas cedieron ante el peso de la verdad. 

¿Qué más podría ser? Sabrina, mi hermana, yacía ante nosotros, sus restos. 

Mis padres, con lágrimas en los ojos, me rodearon en un abrazo colectivo. La escena se desvaneció ante el dolor abrumador. 

Las palabras se perdieron en la oscuridad que estaba cubriendo el cielo mientras abrazaba a mis padres, compartiendo esa carga, esa pérdida. El sol ya estaba dando su último adiós sobre el lugar que una vez llamamos hogar. 

Y junto con su luz la esperanza que guardaba tan celosamente dentro de mi se esfumó. Siete años. Siete años aguardando por algo que no iba a suceder, mi hermana mayor ya nunca volvería a sonreirme, a contarme historias, a peinarme el cabello en trenzas, a ayudarme con mi tarea, ella simplemente ya no iba a regresar.

Estaba muerta. 

Y una vez que dije esas palabras en mi cabeza… fue como si una montaña se derrumbara sobre mí, y aunque luchara por escapar no podía salir. 

Tal vez ya nunca podría salir. 

 

Lunes 29 de abril

9:00 am

Cuatro días, y yo estaba reducida a nada. Era una oruga entre las sábanas de mi cama. Ni siquiera me había mirado durante más de un minuto al espejo, no podía hacerlo, me resultaba insoportable observarme. Era igual a ella. Y ella estaba muerta. 

Con las pocas ganas que tenía, me levanté de la cama y comencé a arreglarme un poco, hacer el intento de estar más presentable. Ese día íbamos a recibir en casa al médico que hizo la autopsia de Sabrina, de lo que quedaba de ella después de tantos años, no me permitieron verla, tampoco sabía si sería capaz de hacerlo.

Una vez lista fui hasta el living y me senté mirando al frente, mis papás solo me miraron y yo no les presté atención, en esos días casi no nos habíamos dirigido la palabra. 

Pasaron varios minutos y se escuchó el sonido de un motor apagándose, mi papá se levantó de su lugar y se acercó a la puerta para abrirla, compartió unas cortas palabras con los hombres que habían llegado y luego ingresaron a la casa. 

La verdad aguardaba en forma de informe forense. Mis manos estaban  temblorosas, y el forense saludo, se sentó, sacó una carpeta y comenzó a explicar los hallazgos de la autopsia. Nunca deje de mirar la pared. 

– En palabras sencillas, el cuerpo de Sabrina estaba muy consumido, pero aun así he podido ver que la causa de su muerte –comenzó con una voz mesurada– fue asfixia. No hay signos de violencia externa, pero en los tejidos encontramos evidencia de una situación extrema, como si hubiera estado expuesto a condiciones de presión o ahogamiento.

La realidad de sus palabras tocando como un puñetazo en el estómago. Asfixia. Mi mente se negaba a procesar la brutalidad de esa verdad, no observé a mis padres pero me hacía la idea de que sus miradas reflejaban la misma angustia que sentía en mi pecho.

El forense continuó con la explicación, delineando los detalles técnicos de la autopsia. Mientras él hablaba, me aferré a la esperanza de que, al menos, Sabrina ya no sufría. Pero la sensación de pérdida, de un adiós que nunca pudimos darle, persistía en el aire.

—Las circunstancias exactas que llevaron a esto no pueden determinarse con certeza en este momento —concluyó el forense, cerrando el informe—. Seguiremos investigando, pero necesitaremos tiempo.

Se que mis padres asintieron y dijeron algo, o preguntaron, pero yo, por otro lado, me sentí atrapada en una vorágine de emociones contradictorias: dolor, rabia y la necesidad apremiante de respuestas y justicia. 

Sin mas me levante y a pasos rápidos me dirigí a mi habitación, hice caso omiso a los adultos y solo camine hasta mi cama, me sumergí en las sabanas que me brindaban un poco de refugio, aunque sentía que nunca volvería a sentirme a salvo en ningun lado. 




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