Capítulo 33
22:00 pm
La penumbra envolvía mi habitación mientras la tristeza se posaba como un manto pesado sobre mis hombros. Las sombras danzaban en las paredes, reflejo de la tormenta interna que rugía en mi corazón.
Me senté en el suelo, en un rincón donde la luz de la pequeña lámpara sobre mi mesita de noche apenas alcanzaba a iluminar. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas, testigos mudos de mi dolor, se deslizaran por mis mejillas. En la soledad de la habitación, decidí buscar consuelo en la presencia a la que Brendan recurrria.
—Dios, si estás ahí, necesito tu ayuda —susurré en la quietud de la noche, con la esperanza de que mis palabras fueran escuchadas en algún rincón divino del universo.
Mis manos temblorosas se entrelazaron en un gesto de súplica, mientras mi voz se elevaba en oración. Hablé con la franqueza de quien se encuentra en un abismo emocional, dejando que mis pensamientos, dudas y anhelos fluyan hacia lo trascendental, aunque no supiera realmente qué estaba haciendo.
Porque esa es una realidad, en aquel momento no tenía idea de lo que estaba haciendo, simplemente lo hacía. Si había un manual para rezar o no, esperaba que no importara y que si Dios estaba ahí simplemente pudiera escucharme. Necesitaba que alguien lo hiciera.
—No entiendo por qué tuviste que llevarte a Sabrina de esta manera. Es un dolor que parece demasiado grande para soportar. ¿Por qué permitiste que pasara tanto tiempo antes de encontrarla? ¿Por qué permite este sufrimiento? —Mi voz, quebrada por el pesar, buscaba respuestas en la vastedad del silencio.
Permanecí en silencio, esperando, anhelando algún tipo de consuelo, alguna señal de que mi dolor no estaba siendo ignorado por la divinidad en la que tantas veces había depositado mi fe.
Brendan ya me había respondido días antes esas mismas preguntas, pero que ahora las hacía con sentimientos más fuertes, todo lo fuerte que pueden estar después de todo lo vivido.
—Dame fuerzas para seguir adelante, para comprender lo incomprensible. Guía mis pasos en medio de esta oscuridad y ayúdame a encontrar sentido en el sentimiento. Sabrina ya no está con nosotros, pero necesito creer que está en un lugar mejor, que su sufrimiento ha llegado a su fin. Por favor cuidala y decile que la amo, que siempre voy a amarla.
Mis pensamientos se entrelazaron con las palabras de mi oración, una súplica desesperada lanzada al cosmos en busca de consuelo y entendimiento. Mientras hablaba con Dios, sentí la carga emocional aligerarse ligeramente, como si mis palabras fueron recibidas por un ser superior que, aunque misterioso, estaba presente en mi dolor.
El silencio persistió, pero en ese momento de vulnerabilidad, encontré una chispa de esperanza, una conexión espiritual que, aunque no borraba mi pesar, me recordaba que no estaba completamente sola en mi sufrimiento.
Las horas pasaron lentamente, dejando tras de sí un rastro de lágrimas secas en mis mejillas. Me quedé sentada en mi habitación, sumida en un silencio que solo era roto por el susurro de mi propia respiración entrecortada. Aunque no recibí respuestas tangibles, algo en la quietud de la noche me infundió una pequeña dosis de calma.
Con el corazón más liviano, me incorporé y miré por la ventana. La luz de la luna iluminaba la oscuridad de la noche.
Decidí tomar un libro de la estantería, una fuente de consuelo en tiempos difíciles. Las páginas me llevaron a mundos distintos, lejos de mi dolor terrenal. Me sumergí en las historias que se desplegaban ante mí, encontrando un refugio temporal en las palabras escritas.
Con el tiempo, la paz se apoderó de mi corazón agotado, y las lágrimas dejaron de fluir. Sabrina, aunque prácticamente ausente, estaba presente en los recuerdos que compartimos y en el amor que nunca se desvaneceria. Esa noche, con la conexión espiritual que había buscado, aun sin tenerlo bien claro en aquel momento, aunque no comprendiera completamente los designios divinos, había encontrado la fuerza para afrontar los días que se extendían ante mí, decidí confiar en que el tiempo sanaría las heridas y que, eventualmente, encontraría respuestas y consuelo en la luz de la fe. Porque esa noche la esperanza, aunque frágil, comenzó a germinar en mi alma.