Capítulo 34
Martes 30 de abril
08:00 am
Esa mañana el día estaba nublado, algo común en abril, pero aun así sentía que era una atmósfera que reflejaba la tormenta que aún azotaba mi vida. Y sobre la mesa ratona del living de mi casa había una caja, la había entregado en mis manos minutos atrás, estaba envuelta en un papel marrón desgastado. La curiosidad y el temor se mezclaron cuando la toque para abrirla.
Al abrir la caja, el aroma a madera antigua y humedad se desprendió. En su interior reposaban objetos que parecían sacados de las sombras de mis recuerdos más oscuros. Un sobre con mi nombre escrito a mano, fotografías de momentos que solo aquellos cercanos a mí podrían conocer, y una muñeca desgastada que evocaba una infancia lejana.
La ansiedad que me generó ver todo aquello me llevó a agarrar el sobre rápidamente, este reveló una carta, cuidadosamente escrita en letras manuscritas. Su contenido era mi nombre, repitiendose una y otra vez con una caligrafía que a cualquiera le daría envidia, pero en ese momento solo me generó temor.
Luego mientras sostenía la muñeca en mis manos, la conexión con mi infancia resurgía. Era una muñeca, desgastada por el tiempo, que recordaba haber perdido hace años, una que Sabrina y yo compartimos. Un escalofrío recorrió mi espalda al pensar en cómo este desconocido había accedido a un objeto tan personal, ¿cómo había llegado a manos del asesino? En ese momento no recordé que tan solo días atrás ese mismo desconocido se había metido en mi habitación en más de una ocasión.
Las fotografías, por otro lado, dispuestas en un orden meticuloso, revelaban instantáneas de eventos privados y momentos íntimos de Sabrina junto a mi. Aquello que debería haber permanecido resguardado en la seguridad de mis recuerdos estaba ahora expuesto, como si el remitente quisiera demostrar que conocía cada rincón de mi pasado. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas mientras contemplaba la invasión a mi privacidad.
La sala estaba sumida en un silencio tenso cuando mis ojos se posaron en una última pieza dentro de la caja: un antiguo reloj de bolsillo, adornado con detalles finamente grabados. Su tic tac resonaba como un latido oscuro, marcando el tiempo de una cuenta regresiva hacia lo desconocido.
Mientras examinaba el contenido, una sensación de vulnerabilidad me envolvió. Mis manos temblaban mientras recorría cada elemento, preguntándome cómo alguien había obtenido acceso a estas piezas de mi existencia.
Frente a esta perturbadora entrega, la realidad se desdibujaba. ¿Cómo podía alguien conocer tan íntimamente mi historia? ¿Cómo había llegado hasta lo más profundo de mi pasado? Mientras la lluvia comenzaba a golpear las ventanas la sensación de que las sombras tenían vida propia se intensificaba. La caja era como mi Pandora personal que liberaba no solo recuerdos, sino también temores.
Volví a guardar todo el contenido de nuevo y sosteniendo la caja en mis manos, la atmósfera en la habitación parecía cargar con una electricidad ominosa. El silencio solo era interrumpido por el suave golpeteo de la lluvia en las ventanas,
De repente, el sonido de un coche se aproximaba, y mis sentidos se agudizaron. La luz de los faros atravesó las cortinas. La paranoia se apoderó de mí mientras observaba, preguntándome si era él.
Decidí cerrar la caja, como si hacerlo pudiera sellar de alguna manera la invasión a mi privacidad. La habitación estaba impregnada con la sensación de que las sombras tenían vida propia, que el asesino, en algún lugar, observaba y esperaba.
El coche se aproximó lentamente, y mirando a través de la ventana mis ojos se enfocaron en la figura que emergió de las sombras. Era un vehículo familiar, y la silueta que se reveló bajo la luz de los faros pertenecía a mis padres. La incertidumbre que se había acumulado en mi pecho se disipó levemente al reconocerlos.
Mis padres, luego de entrar en la casa, con expresiones de preocupación y confusión, se acercaron al verme sosteniendo la misteriosa caja. La lluvia seguía cayendo, añadiendo una sensación de urgencia al momento. Mis manos temblaban mientras les explicaba la extraña entrega y desentrañaba el contenido frente a ellos.
La habitación estaba llena de un silencio pesado mientras exploramos juntos los objetos. Las fotografías evocaban recuerdos compartidos, pero ahora eran expuestos ante la mirada de quienes no deberían haber tenido acceso. La muñeca, el reloj de bolsillo y la carta generaban una atmósfera de inquietud.
Mis padres intercambiaron miradas preocupadas, y pude ver la confusión reflejada en sus rostros. ¿Cómo alguien había logrado reunir estas piezas de mi vida? La realidad de que un intruso conociera tan íntimamente nuestra historia familiar causó una sensación de vulnerabilidad.
Juntos, decidimos llevar la caja a la policía. La lluvia arreciaba cuando salimos de casa, la oscuridad de la noche envolviéndonos mientras nos dirigíamos hacia la comisaría.
En la comisaría, entregamos la caja al comisario. Sus ojos se estrecharon al examinar el contenido, y pude percibir la gravedad en su expresión. La intriga se intensificaba, y la esperanza de encontrar respuestas se convertía en un anhelo palpable.
La noche continuaba su curso, cargada de secretos y preguntas sin resolver. Entre la lluvia persistente y el susurro constante de la tormenta mi mente volvía una y otra vez a ese edificio, a la comisaría, nunca antes de ese año había entrado y de pronto era tan familiar como mi propia casa, y la caja que allí se encontraba era el monstruo debajo de la cama.