No nos llamamos destino

No nos llamamos destino. Capítulo 2.

 

Capítulo 2. Un real acuerdo.

 

   No fue sencillo seguir con su vida, tan sólo dos días habían pasado, pero se sentía tan cansada como si hubieran sido varios años. Trabajaba a las afueras de la ciudad como cajera de una tienda. Odiaba el trabajo, en especial la forma extraña en que la miraban algunas personas con esa expresión que parece decir “Soy mejor que tú y no mereces ni lamer la suela de mis zapatos” pero no tenía ninguna alternativa. Salir de la ciudad no era opción. En sus escasos descansos Angélica se preguntaba qué habría pasado si hubiera aceptado la propuesta del príncipe James, ¿Seguiría preocupada por conseguir dinero o ya tendría lo suficiente para la cirugía de su padre?

   Su padre solía ser un modesto profesor de escuela, el profesor de literatura española Fernando Díaz, luego todo cambió gracias a un terrible accidente de auto que reveló un tumor en su hígado. Era el papá más atento, trabajador y cariñoso que se podría pedir. Le debía tanto, él le solía comprar cuadernos de dibujo y la llevaba de excursión al zoológico a dibujar los animales.

   No podía pensar en eso, no mientras miraba a las tres personas en la fila y sus expresiones llenas de impaciencia. Entonces alguien llegó directo a la caja, saltándose la fila para el enojo de los clientes.

-No es sencillo encontrarte. -Dijo el príncipe James recargándose contra el mostrador, vestía bastante casual para ser de la realeza: unos jeans deslavados y camisa blanca. Lo acompañaba un hombre bastante narizón cuyos ojos vidriosos le recordaban las canicas con las que solía jugar de pequeña.

-Sólo te tomó dos días. -Replicó ella, sus ojos se desviaron a la fila, misma que seguía creciendo a cada momento.

-Dos días son una eternidad cuando el rey de Allburgo comienza a impacientarse.

-Lo lamento, pero no estoy interesada. -Mintió.

-Necesitas dinero, te investigué un poco…

-Estoy trabajando ahora, si quieres hablar salgo en dos horas.

-Excelente. Estaré cerca.

   El príncipe se fue, afortunadamente nadie en la tienda los había reconocido porque si no la situación sería muy incómoda. Angélica se había tomado en serio su meta de evitar a los paparazzi desde su encuentro con ellos saliendo del hotel. Usaba una gorra tejida para ocultar su cabello y lentes de armazón, nadie esperaría encontrarse con ella en una tienda, mucho menos trabajando como cajera a tan solo dos días de su matrimonio con un príncipe. De seguro todos la imaginaban en algún punto de Allburgo, disfrutando de su nuevo estatus de realeza.

   Su turno terminó, salió hacia el estacionamiento, donde la esperaba James, para ser un príncipe lucía bastante cómodo en aquel lugar. Era alto, debía medir aproximadamente 1.80, era bastante delgado, aunque a ella le constaba que bajo esa camisa había un abdomen de lavadero y brazos musculosos. Si no estuvieran en esa peculiar situación estaría en peligro de sentirse atraída por él, por esos ojos azules, esos rizos azabaches, esos labios que parecían hechos para sonreír, esa mirada llena de confianza…

- ¿Qué quieres de mí?

- ¿Podemos hablar en otro lugar? Una cafetería o algo…

- Lo que debas decirme puedes hacerlo aquí.

James miró alrededor, su acompañante los miraba a varios metros de distancia.

-Bien. -James carraspeó antes de hablar. - Mi padre sabe la verdad e insiste en que sería lo mejor para el reino si nosotros fingimos estar juntos por los próximos dos años. La familia real está dispuesta a pagar los gastos médicos de tu padre al igual que un sueldo bastante jugoso. Básicamente te pagaríamos por ser una princesa y por fingir ser mi pareja en funciones y eventos.

- ¿Y tú no esperarías nada más?

-Por supuesto que no, es un acto, nada más. Debo cumplir mi deber como heredero y espero tener tu apoyo.

- ¿Me darías tiempo para pensarlo?

-Claro, aunque si vuelves a huir tendré que tomármelo personal.

- ¿Tendría que vivir en Allburgo? -Angélica odió lo débil que sonó su voz al hacer esa pregunta.

-Si.

 

***

   James debía concederle algo a su desconocida esposa, era una mujer trabajadora y capaz de desaparecer de la faz de la tierra. El primer día se la pasó esperando a que los paparazzi la encontraran por él, después tuvo que buscarla él mismo, con la desesperante ayuda de Alan. El guardaespaldas no perdió el tiempo en decirle lo mucho que le complacía poder apoyarlo, lo cual casi bastó para hacerlo retractarse.

   No le había mentido a Angélica, sólo esperaba una buena actuación de su parte, aunque una parte de él se sentía muy intrigada, ¿Qué se necesitaba para que la frustrante joven se enamorara de él? Había herido su ego, estaba acostumbrado a los titulares, ¡Recibió el título del Soltero-mas-deseado tres años seguidos! ¡Era el sueño de todas! Mujeres y hombres darían todo por una noche con él.

- ¿Qué le dijo, señor? -Preguntó Alan en el auto de regreso a su hotel, donde debía permanecer hasta conseguir que Angélica accediera a ir a Allburgo.




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